jueves, noviembre 27, 2008

El tiempo

¿Qué narices es el tiempo? Al tratar de responder a una pregunta como ésta, uno ha de ser consciente de sus limitaciones pues, admitámoslo, mi cabeza no es precisamente la de un neurocientífico ni nada que se le parezca. ¿Qué extraña fuerza me empuja entonces a enfrentarme a este peliagudo tema? Principalmente que acabo de ver el fantástico programa “Redes” de Televisión Española, en el que Eduardo Punset aborda este complejo asunto entrevistando al neurocientífico David Eagleman, de los Eagleman de toda la vida, quien se dedica a estudiar - que es que en el mundo hay gente pa’tó - cómo nuestro cerebro interpreta el tiempo. Cuando tengáis un ratito, si es que a alguien le queda claro qué es un “ratito” después de leer este post, os aconsejo que lo veáis en este enlace, porque no tiene desperdicio.

Y en eso que estudia el tal Eagleman, en cómo el cerebro interpreta el tiempo, es en dónde parece estar la clave de todo: que una cosa es la noción del tiempo, si es que ésta existe, y otro bien distinta es cómo nuestro cerebro la interpreta, no sé si se me entiende, aunque por las caras que me estáis poniendo ya veo que no.

Vamos a poner un ejemplo: resulta que mi cuñao se acaba de mudar de piso y se ha ido a vivir ande Cristo perdió el mechero. El otro día fuimos por primera vez a su nueva casa tomando, con un par, la imprevisible M-40. Pues entre que estaba lejitos el barrio y que existía la incertidumbre de que nos fuéramos a perder, el trayecto se nos hizo larguísimo. Curiosamente, a la vuelta hicimos exactamente el mismo recorrido pero al revés, y sin embargo se nos hizo... hombre, cortísimo tampoco, pero ya no tan largo.

¿Por qué?

Eagleman, de los Eagleman de toda la vida, ya digo, lo explica (vamos a ver, no explica lo de mi cuñao y la M-40, no, pero sí otros casos parecidos). Dice lo siguiente: el tiempo y la memoria están interrelacionados. Cuando suceden hechos que nos llaman mucho la atención, por ejemplo cosas novedosas que generan tensión, sucesos violentos o que nos dan miedo, nuestro cerebro mantiene recuerdos más densos, de modo que cuando volvemos sobre ellos la sensación que nos queda es la de que han durado mucho. Es como ver pasar una película a cámara lenta.

Es absolutamente cierto lo que dice el tal Eagleman, ya sabéis, de los Eagleman de... Yo he estado a punto un par de veces de tener un accidente de coche, y recuerdo ambas escenas como si hubieran durado mucho, cuando en ambos casos todo fue cosa de décimas de segundo. En cuanto a lo que son recuerdos positivos, pero también intensos, lo mismo me sucede con el parto de mis hijas, y eso que no las parí yo, que creo recordar que fue cosa más bien de la madre, de la madre que las parió. Pero yo estuve allí y lo recuerdo todo como a caaa-maaa-raaa-leeen-taaa. Con la mayor, por ejemplo, el médico me invitó a abandonar el quirófano en el momento definitivo porque el parto era complicadillo. Vamos, que me echó. Tuve que esperar en la puerta del quirófano un ratito, no llegaría al minuto, pero ese periodo de tiempo a mi me pareció más largo que un discurso de Castro en sus buenos tiempos.

Punset, que es listo como él solo, el tío, va y pregunta: entonces, ¿podemos alargar el tiempo? Pues en cierto modo sí, contesta el neurocientífico. ¡No jodas!, diría el mismísimo Punset si no fuera un señor tan educado y bien hablado. Se trataría – explica Eagleman de los... - de hacer siempre cosas nuevas y sorprendentes. Si almacenáramos recuerdos tan novedosos como fascinantes un día tras otro, al final tendríamos la percepción de que nuestra vida ha sido más larga. Lo mismo sucedería, claro, si se tratara de recuerdos desagradables o violentos, pero entonces el remedio sería peor que la enfermedad.

Otra idea que se desprende del estudio de cómo el cerebro interpreta el tiempo es la de que nuestra percepción de la vida va por detrás de la realidad. ¡Tócate las narices! No, no, esto último no es una frase hecha que denote mi asombro ante la idea expresada, no. Te estoy diciendo que te toques las narices, literalmente.

Bien, pues en el momento en que tú tienes la percepción de que te estás tocando las narices, en realidad ya te las has tocado hace rato. Nuestra vida – dice Eagleman – es como un show televisivo en directo, pero no es exactamente en directo, sino que llega a nosotros como un breve retraso. ¿Os acordáis de la famosa final de la Super Bowl y de la teta de la Jackson? A partir de ese día todo en América se hace con un breve retraso.

Última idea y ya no lo lío más: ¿entonces resulta que sólo existe el pasado? Que conste que es el pesao de Punset el que pregunta, no yo. Eso no lo sabe el neurocientífico, que tampoco lo va a saber todo, el hombre. Ya bastante tiene con lo suyo. Opina no obstante que es posible que el futuro también exista, pero lo que puede suceder es que no tenemos acceso a él, como sí lo tenemos, en cambio, al pasado.

Yo ahora, sin embargo, estoy siendo capaz de acceder al futuro y sé que al escribir este post, aún antes de terminarlo, lo que estoy haciendo es meterme en un berenjenal de toma pan y moja, porque no entiendo ni la mitad de las cosas de las que estoy hablando, y temblando estoy por los comentarios que seguro vais a hacerme poniéndome verde y diciéndome que vaya castaña que nos has soltado hoy, querido Estilografic.

Una cosita sí que me ha quedado clara después de todo: que entre lo de ayer de Bombay y lo del helicóptero, yo sé de una que no sé si al final llegará a ser presidenta del Gobierno, pero lo que sí es seguro es que el camino a La Moncloa se le va a hacer largo de cojones.

martes, noviembre 25, 2008

Relatitos: (3) Una comida desacertada

Después de haber engullido no sin cierta desazón - compensada esta última, eso sí, con un incontrolable apetito canino – las espirales con salsa bolognesa que había elegido como mal menor para mi primer plato, el camarero va y me planta encima de la mesa, aún sin haber dado cuenta del todo de la penosa pasta, el filete de ternera con patatas que ponía punto final a la parte más consistente de mi menú del día (“menú de lunes”, decía en la carta).

Tras pensármelo durante unos segundos con cara de bobo mientras contemplaba el plato recién servido, opté finalmente por requerir la presencia del camarero, y eso que soy, por naturaleza, pudoroso enemigo de reclamaciones.

- Camarero, por favor, ¿sería posible que me cambiaran el segundo?
- ¿Le ocurre algo a SU filete, señor?

Aquel tipo pronunció el SU subrayado de tal manera, o al menos así a mí me lo pareció, que ya di por descontado que mi petición iba a caer directamente en saco roto. Aún así, eché el resto en un último intento.

- Es que no me ha entrado por el ojo – me atreví a soltarle al descarado camarero, aludiendo así al melancólico aspecto de “suela de zapato” que presentaba aquella triste lonja de carne de oscura y chamuscada presencia.
- No se trata de que le entre a usted por el ojo, señor, sino de que su sabor le resulte lo suficientemente satisfactorio.
- Ya, pero....
- Ahora, si o que busca es experimentar nuevas sensaciones, allá usted con lo que se introduce por cualesquiera de las aberturas de su anatomía destinadas a otros fines - , me suelta en muy pedante, yo creo, no sé por qué me da, que con la clara y evidente intención de mofarse de mí.

Permanecí un buen rato sin reaccionar, como abstraído, contemplando MI filete como si quisiera, en efecto, comérmelo con la vista a ver qué resultado obtenía, y como ocurre casi siempre que me quedo a solas – o en compañía de MI filete en este caso, que viene a ser lo mismo – comencé a divagar y divagar.

La primera sensación que uno percibe es la del movimiento del párpado que, de manera incontrolada e involuntaria, reacciona tratando de cerrarse ante la presencia de un cuerpo extraño, aún antes de que se produzca el contacto entre la rígida ternera y la delicada y sensible pupila, y no te digo ya cuando éste, el contacto, se consuma. Con la glándula lagrimal segregando a pleno pulmón, la carne y el nervio, distribuidos a partes iguales en el filete, consiguen introducirse en el globo ocular. Y una vez allí, entre buenos humores que nada tienen que ver con la disposición de ánimo del comensal, sino más bien con líquidos vítreos y acuosos que protegen córnea y cristalino, el pedazo de carne alcanza finalmente el nervio óptico, capaz de convertir no sólo la luz, sino también todo filete que se precie – pese a que éste en concreto mucho no es que se precie - en meros impulsos nerviosos que recorren las neuronas camino del lóbulo occipital del cráneo de cada cual. Ya el último trago consiste en dejarse caer por el córtex visual o zona del cerebro que procesa la información que tiene que ver con aquél de los sentidos corporales que nos permite ir por la vida sin tropezar con los continuos obstáculos que ésta nos va deparando, esto es, la vista.

En estas divagaciones me encontraba cuando el simpático camarero me sacó del trance con un leve golpecito en el hombro.

- Qué, ¿al final no se va a comer el señor ese pedazo de filete?
- Pues mire, no. Mejor tráigame ya el postre directamente.

Eché una ojeada – esta vez en el sentido más realista de la expresión – al menú para ver las opciones posibles, y pese a que en otras circunstancias hubiese sido sin duda mi primera opción, descarté en esta ocasión la naranja así como cualquier variedad de mandarina o clementina como postre, pensando que, en el caso de que se volviera a repetir la ensoñación, aquello me iba a acabar escociendo más de la cuenta.

Y más incluso que la cuenta.

lunes, noviembre 24, 2008

Operación familiar

Riiiiiing, riiiiiing
- ¿Sí?
- Buenos días, querrrría hablarrr con Estilografic Punto Blok.
- Quiera o no quiera, amigo, está usted hablando con él. ¿Y usted quién es, que se dirige a mí de manera tan brusca como extraña?
- Ivan Pavlyuchenko me llamo. Pego me puede llamarrr Pavlyuchenko a secas, que le gesultarrra más fácil.
- No crea, si lo difícil es lo del Pavlyuchenko; lo de Ivan me sale muy bien. Por su nombre me da que usted de Getafe no es, ¿verdad?
- No señorr, nacido en San Petesburgo y criado en Moscú. Soy un adinerrrado empresarrio ruso.
- Mire, si le parece vamos a hacer una cosa. Como a nuestros sufridos lectores ya les queda bien clarito que es usted ruso, deje de hablar así y pronuncie usted como Dios manda, que será más fácil y cómodo para todos.
- De acuerdo.
- Bien, pues dígame entonces, con esa vocecita de ruiseñor que se le ha quedado, qué es lo que desea de mí, adinerado empresario ruso.
- Comprar. Deseo comprar éste su blog, llamado Estilografic Punto Blog, como también usted se llama. ¿A quién me tengo que dirigir?
- ¿Comprar mi blog? Pues a los principales accionistas, tendría que dirigirse.
- ¿Sacyr Vallehermoso?, ¿La Caixa?... ¿quiénes son?
- No, no, no se complique señor ruso, si esto no es más que una empresita familiar.
- ¿Familiar quiere decir que su nombre me tiene que sonar de algo, es decir, resultarme familiar, o que pertenece a una familia?
- Más bien esto último, sí.
- ¿Y de qué adinerada familia o clan empresarial se trata?
- Pues de los Punto Blog de toda la vida. Al cincuenta por ciento.
- ¿Cómo que al cincuenta por ciento?
- Pues que el cincuenta por ciento es de los Punto y el cincuenta por ciento es de los Blog. La familia de mi padre y la de mi madre, respectivamente.
- ¿Y tendría que hablar con los dos?
- No, le vale con que hable conmigo, que soy su hijo.
- ¿Es usted mi hijo?
- No, no, el hijo del Sr. Punto y de la Sra. Blog. Cómo narices voy a ser su hijo, si yo no hablo ruso.
- Ya me parecía a mi, qué susto me ha dado.
- ¿Qué le sucede, que se le ha puesto ahora la voz temblona, de repente?
- Verá, le voy a contar algo. ¿Tiene usted tiempo?
- Si no se nos alarga mucho el post...
- Resulta que hace unos cuantos añitos, cuando yo era un mocetón fortachón capaz de dar cuenta de veinte chupitos de vodka en menos de una hora, y estando ya casado con mi actual señora, de nombre Yelizaveta, estuve destinado un tiempo en una muy turística localidad costera de España, no recuerdo cuál, en la que mantuve una acalorada y apasionada relación con una bella lugareña de quien nada he vuelto a saber, ya sabe, una canita al aire...
- Pillín, pillín... Así que mantuvo usted una doble relación, al cincuenta por ciento...
- En realidad fueron sólo una cuantas noches locas en las que corrieron el vodka y la sangría a partes iguales, es decir, por utilizar sus mismas palabras, al cincuenta por ciento. Y al final, dado mi permante estado etílico, no le puedo decir con toda seguridad, pero siempre cabe la posibilidad..., ya me entiende...
- Quiere decir usted que hay como mínimo un cincuenta por ciento de posibilidades de que una de esas noches locas ella quedara... ¿Y ello le tiene preocupado?
- Uf, desde entonces una noche sí y otra no, es decir, el cincuenta por ciento, sueño con que un día, tarde o temprano, sonará mi teléfono y una voz lejana con acento español pronunciará al otro lado de la línea la temida palabra...: ¿papá?
- Cosas de la vida, oiga, cosas de la vida. En fin, ¿y cuánto está dispuesto a pagar?
- ¿Por tu silencio, hijo mío?
- Que no, qué manía, que yo no soy su hijo. Me refiero a que cuánto está dispuesto a pagar por el blog.
- Dígame usted cuánto pide.
- Pueeees, ¿su empresa es pública o privada?
- Al cincuenta por ciento, diría yo.
- Es que ya sabe qué ha dicho nuestro presidente Zapatero, que tratándose de un sector estratégico, como es el de los blogs, si es pública no hay nada que hacer y si es privada, pues depende de la privacidad, que ya sabe usted que en Rusia no es lo mismo que en España.
- Lo sé, lo sé. Conozco bien a los españoles..
- Sí, y a las españolas también, por lo que me cuenta... Verá, tratándose de un asunto tan delicado casi prefiero que hable usted con los principales accionistas, ¿sabe? Al cincuenta por ciento.
- ¿Y dónde puedo localizarles?
- Pues es que...
- ¿No me diga que están muy ocupados?
- No es eso, no. Es que a mi padre nunca lo llegue a conocer, y mi madre...
- ¿Y su madre?
- Mi madre es que no está en Madrid. Ella ha vivido siempre en Benidorm.
- ¡Hijo mío!
- ¡Papá!
- ¡Entonces el blog ya es mío!
- El cincuenta por ciento, papi, sólo el cincuenta por ciento.

miércoles, noviembre 19, 2008

El tipo que todos llevamos dentro

Todos nosotros llevamos a otra persona dentro. A unos se nos nota más y a otros menos, pero todos la llevamos. Por ejemplo, no sé si os habréis fijado, pero hay mucha gente que lleva a un tipo gordito dentro que lucha por salir desesperadamente. A mi vecino le pasa, sin ir más lejos. Y también le sucede, por ejemplo, a Alejandro Sanz, a Pedja Mijatovic o al mismísimo Maradona. Con los futbolistas retirados pasa mucho esto y a algunos además es que les acaba saliendo de verdad.

Hablando de fútbol, y a la espera de que a Ronaldinho le salga de dentro el día menos pensado Jar Jar Binks, si nos centramos en la Casa Blanca a mi se me antoja que Schuster lo que lleva dentro es nada más y nada menos que un ex entrenador. En cambio, a un ex presidente del Gobierno como es José María Aznar le encantaría poder llevar dentro todo un presidente del Real Madrid, y que además se le saliera hacia afuera. Pero me da que lo único que lleva dentro es un pedazo de galán de culebrón, no me digas que no.

En cuanto a la otra Casa Blanca, la de Washington, siempre he pensado que Obama lleva en su interior un escolta de la NBA agazapado y agachadito, y que Bush en cambio lo que lleva es un tontoelhaba que además le sale hacia afuera muy a menudo. Apuesto en cambio a que del interior de Sarah Palin el día menos pensado surge Vilma Picapiedra, mientras que a Arnold Schwarzenegger le terminará por aparecer un ... Arnold Schwarzenegger.

En el mundillo de la farándula y la televisión también se da muy a menudo el asunto. Véase si no a Rosariyo Flores queriéndose asomar por las venas de la Patiño cada vez que ésta se irrita. Sí que es cierto, no obstante, que se viene detectando últimamente que con eso de las operaciones estéticas es más difícil distinguir el personaje que cada famoso retiene en su interior, hasta el punto de que llega a dar la impresión – y nunca mejor dicho, lo de la impresión – de que es una única personalidad la que habita en las entrañas de todos ellos: la Duquesa de Alba.

Entre los políticos, de sobra es conocida la tendencia de Mr. Bean a esconderse bajo la personalidad de Zapatero, y familiares que residen en el País Vasco me aseguran que más de una vez han visto las puntiagudas orejas de Mr Spock asomar en alguna comparecencia pública del lehendakari Ibarretxe.

En algunos casos el fenómeno de la personalidad oculta adquiere tintes recíprocos. Observemos si no la fotografía que aparece hoy en prensa de Hu Jintao y Fidel Castro. A mí me da la sensación de que el presidente de China lleva dentro a Baltasar Garzón, de la misma manera que el ínclito juez guarda en su interior al líder chino; y en cambio, apuesto a que Fidel lleva en sus entrañas al cura de la parroquia de mi barrio, quien - no me cabe la menor duda - lucha a su vez como un poseso por no dejar que le asome el espíritu de Castro.

La cinematografía ofrece también numerosos ejemplos de actores con personalidades ocultas en su interior. Yo cada vez que veo a Leonardo Di Carpio en una peli no puedo evitar escuchar de fondo a Luis Miguel cantando boleros, por no hablar de la bellísima y sensual Maria de Medeiros , a la que a veces hasta me parece oír pronuncia la cacareada frase: “me pareció ver un lindo gatito”.

- ¿No t’as fijao - le digo a mi mujer al ver el retrato de Sor Maravillas en la tele – que es igualita igualita que Pepe Bono?
- Cariño – me contesta mi señora –, miedo me das cada vez que se te sale el Estilografic que llevas dentro.

martes, noviembre 18, 2008

Piratas

No llegar a fin de mes es el día a día en tiempos de crisis. Y claro, cuando la cesta de la compra aprieta, la situación deviene en un sinvivir ante el cual es menester no quedarse de brazos cruzados y escudriñar nuevas y retributivas oportunidades laborales que el cada vez más escaso mercado de trabajo nos viene a brindar. Existe, no obstante, una actividad muy en boga que bien podría ser la solución: la de pirata.

- Buenas, venía por lo del puesto de trabajo.
- ¿Tiene usted experiencia en el sector?
- Bueno, alguna vez, en alguna fiesta de disfraces...
- No, pero digo en la vida real.
- Bueno, también, en internet. Ya sabe, pelis y musiquita. Otra cosa no.
- Ya. ¿Y qué es lo que te atrae a usted de la vida de pirata?
- Pues que a la vida pirata se vive mejor. ¡Sin trabajar!
- ¿Sin trabajar?
- ¡Sin estudiar!
- ¿Sin estudiar?
- ¡Cooooon la botella de ron!
- Oiga, déjese de cancioncitas. Me parece a mi que está usted equivocado con el trabajo a desarrollar. Le advierto a usted que esta ocupación es muy dura y no está exenta de riesgos.
- ¿Quiere usted decir que podría volver a casa con un parche en el ojo o con una pata de palo?
- Mas bien quiero decir que podría usted no volver a casa nunca jamás de los jamases.
- Pero oiga, vamos a ver, no nos engañemos, que todos sabemos que lo de los piratas no es más que un juego, cosas de cuentos para niños.
- Sí, sí, un juego... ¿No ha visto usted lo que sucede con el crudo?
- Bah, pero eso tiene arreglo. Basta con dejarlo unos minutitos más en el horno y se sirve más pasadito.
- No, si digo el petróleo. Ha sido secuestrar un petrolero saudí y se dispara el precio del barril en los mercados.
- ¿El barril de ron?
- No, el de petróleo. A más de 58 dólares.
- ¡Jesús, qué barbaridad!
- De lo más bárbara, si señor. ¿Y usted en concreto por cuál de los puestos ofertados está interesado?
- Ah, ¿pero es que hay varios?
- Sí. Ahorita mismo hay plazas disponibles para bucaneros, filibusteros o loritos. ¿En qué grupo le encuadro?
- Pues en cualesquiera de los dos primeros. Porque en el de loritos supongo que no puedo, ¿verdad?
- ¿A ver, a ver? Enséñeme las uñas... Sí que puede, sí. Da usted la talla.
- Pues apúnteme a cualquiera de los tres. En el que haya más plazas.
- ¿Cuál es su titulación?
- Soy capitán.
- ¿Es capitán?
- De un barco inglés.
- ¿De un barco inglés?
- Y en cada puerto tengo una mujer.
- ¿Ya estamos otra vez? Ande, ande, relléneme esta solicitud y entréguela allí enfrente.
- ¿Y a quién se la entrego?
- A aquella muchacha que va por allí.
- ¡A aquella muchacha que va por allí, me la voy a ...!
- Oiga, un respeto, que va a ser usted un pirata, pero no un depravado. Deje ya la dichosa cancioncita.
- Vaaale, ¿pero a quién se la entrego, a la morena o a la...?
- ¡No pienso picar el anzuelo, señor!
- Bien, ¿y cuándo podría empezar?
- Ya mismo.
- ¿Y a dónde tengo que ir?
- Operamos frente a las costas de Somalia, en aguas del Índico.
- Indique, indique dónde.
- Pues eso, en el Océano Índico, con acento en la “i”.
- Ah, disculpe, no le había entendido. ¿Y a que parte del Índico tengo que ir?
- Váyase usted al cuerno.
- ¡Oiga!
- Al cuerno de África, digo. Coooon la botella de ron.

lunes, noviembre 17, 2008

Relatitos: (2) Corbatas

- Papá.
- Dime, hija.
- ¿Por qué te gustan tanto las corbatas?
- Huy pues no sé... porque me resultan un complemento la mar de variopinto y original.
- Ya, pero... ¿por qué no te las pones nunca?
- ¿No me las pongo?
- No, no te pones ni una.
- ¿Ni una?
- No. Tienes el armario llenito de corbatas, de todos lo colores, modelos y diseños, pero nunca te las pones.
- Es que.... bueno.... me producen cierta sensación de asfixia. Ésa es la verdad.

Tuve un día esta conversación con mi padre - lo recuerdo ahora - cuando no debía de tener yo más de nueve o diez años. No se lo preguntaba en realidad a él, sino a la imagen que de él me devolvía el espejo en el que se estaba afeitando. Aquella mañana en el espejo mi padre me pareció un hombre guapo y esbelto, y todavía hoy, veintitantos años después, lo sigue siendo. No ha sido nunca de manías, mi padre, pero ésa de las corbatas la tenía, y la sigue teniendo.

- Papa, y el día de mi boda... ese día... ¿te pondrás corbata?
- ¿El día de tu boda? Hija, pero si para eso falta muuuucho tiempo – dijo mi padre alargando mucho la “u”.
- Sí, ¿pero te la pondrás?
- Pueeees...
- Prométemelo, prométemelo. Prométeme que el día de mi boda te pondrás corbata.
- Vaaale. Te lo prometo. El día de tu boda me la pondré. Pero será la única vez en la vida que me la ponga.

Había olvidado por completo esta conversación, es más, ni siquiera había vuelto a reparar en la absurda manía de mi padre con las corbatas. Salvo el día en que Juan y yo nos presentamos en casa sin avisar.

- Papá, mamá, éste es Juan, mi novio.

Recuerdo que se miraron los tres con cara de tontos y sin saber qué decir, y yo, para romper el hielo, fui y solté lo de las corbatas.

- ¿Sabes? - le dije a Juan - A papá le encantan las corbatas. Papá, enséñale la colección que tienes.

Fuimos todos hacia la habitación de papá y mamá, y mamá abrió con decisión y orgullo la puerta del armario. Allí estaban todas, muchas más que la última vez que yo las había visto, y todas, todas con su precio y etiqueta, sin estrenar.

- Jo – dijo Juan.
- Y no sabes lo mejor - maticé yo -. No se ha puesto ni una en la vida.
- ¿Ni una?
- Ni una. Pero el día de nuestra boda se la pondrá. Me lo prometió de pequeña. ¿Te acuerdas, verdad papá?
- Sí.

Fue la única vez en estos veintitantos años que el asunto de las corbatas de papá volvió a mi cabeza. Tampoco esta mañana, en un día tan señalado, me he acordado de ello. Ni mientras me peinaban en la peluquería, ni cuando me han traído a casa el ramo de flores, ni al maquillarme, ni siquiera al ponerme el vestido... En cambio, en cuanto ha sonado el móvil de camino a la iglesia y he oído el llanto de mamá al otro lado, todo se me ha venido a la cabeza de golpe como si acabara de suceder. Incluso antes de que atinara a explicarme, entre sollozos, que la repentina muerte de papá ocurrida esta misma mañana había sido por asfixia.

viernes, noviembre 14, 2008

De rodillas

- Buenos días, doctor.
- Buenos días paciente. ¿Qué desea?
- Hombre, desear, desear, lo que se dice desear en general..., lo que deseo es gozar de buena salud, además de otros innumerables bienes materiales.
- Ya, ¿y en particular?
- En particular es que estoy preocupado por las dos rodillas.
- Vaya. ¿Y eso a qué se debe?
- Pueeees... se debe fundamentalmente a las dos rodillas.
- Ya, ya, ¿pero qué pasa con las dos rodillas? ¿Por qué le preocupan?
- Hombre, pues es que ya no dan más de sí.
- Y dígame qué demonios les sucede, a las rodillas, para que no den más de sí.
- Pues verá: la una sufre una lesión a nivel de tendinitis de inserción del tendón cuadricipital.
- Eso debe de doler.
- Molesto, sí, es muy molesto.
- ¿Y la otra?
- Puffff. Lo de la otra es peor. Se trata de una rotura parcial del menisco externo, ganglión con sinovitis en el ligamento cruzado anterior y lesión del cartílago femoral derecho.
- ¡Válgame el señor! No me extraña que ande usted preocupado. ¡Lo que no sé es cómo anda!
- En efecto. No sabe el disgusto que tengo encima. Y en momentos tan trascendentes y decisivos...
- Eso sí. ¿No tendrá usted que acudir a Washington, a la cumbre del G-20? Porque me temo que en su estado no va a poder.
- No, que yo sepa no. Pero insisto en que el momento es decisivo.
- Bien, ¿Y cuál es la de la rotura, la derecha o la izquierda?
- La derecha, la derecha.
- ¿Y la tendinitis de la izquierda también le molesta mucho?
- No, si la tendinitis también es en la derecha.
- Vamos a ver...¿Pero no me dice que anda preocupado por las dos rodillas?
- En efecto. Por las dos.
- ¿Pero no me dice ahora que las lesiones están localizadas las dos en la rodilla derecha?
- Eso le digo, sí.
- Pues perdone que le diga yo a usted, pero no entiendo nada.
- Oiga, ¿Usted es médico?
- Lo soy.
- ¿Y me dice que no entiende nada?
- Sí, eso le digo.
- ¿Qué es lo que no entiende?, ¿lo de ganglión, lo de la sinovitis o del tendón cuadricipital?
- No, no, eso lo entiendo perfectamente. Lo que no entiendo es que a usted le preocupen las dos rodillas cuando, por lo que me acaba de decir..., sí, de acuerdo, se trata de dos lesiones muy importantes, pero coño..., me está diciendo, si no he entendido mal, que las dos lesiones están localizadas en la rodilla derecha.
- En la derecha, si señor.
- Entonces, vamos a ver si me aclaro de una vez... ¿Por qué le preocupan las dos?
- Hombre doctor, pues porque me gusta tanto el fútbol como el tenis.
- Ah, ya. Vale. Le gusta a usted el fútbol y le gusta a usted el tenis. Bien. Algo ya tenemos claro. ¿Y la tendinitis ha sido por el fútbol o por el tenis?
- Por el tenis, por el tenis.
- ¿Y la rotura?
- Por el fútbol, por el fútbol.
- Bieeeeen, ¿y de la izquierda qué le preocupa entonces?
- De la izquierda sobre todo la falta de liderazgo, más ahora cuando Gaspar Llamazares dice adiós.
- Digo... –¡Dios mío dame paciencia! – de la rodilla izquierdaaaaa.
- ¿De la rodilla izquierda de quién?
- ¿De quién va a ser? ¿De Llamazares?... ¡De la suya!, ¡de la rodilla izquierda suya!
- De la mía nada, oiga, yo tengo las rodillas perfectamente.
- ¿Cómo dice ahora?
- Que tengo las rodillas perfectamente, tanto la izquierda como la derecha. ¿Quiere que se las enseñe?
- ¡Yo lo único que quiero es que me encieeeerreeeeen!.
- Oiga, ¿le pasa algo, doctor? ¡Se está poniendo amarillo! ¿Quiere que llame a un doctor, valga la redundancia?
- ¡Avise a mi secretariaaaaaa, que me da algoooooo!

- ¡Señorita!. ¡señorita!, que al doctor le ha dado un patatús.
- Pero bueno, ¿qué le ha pasado?
- No lo sé, mujer. Yo sólo le estaba mostrando mi preocupación.
- ¿Su preocupación por qué?
- Por las dos rodillas.
- ¿Qué rodillas?
- Las de Nadal y Van Nistelrooy, que están hechitas polvo.

jueves, noviembre 13, 2008

Encadenando...

Hoy el vagón del metro me ha recibido con una sorpresa: una campaña de publicidad de Philadelpia (sí, ese queso tan rico que se unta en el pan) ocupa de manera repetitiva, como eslabones de una cadena, todas y cada una de las puertas de todos los vagones no sé si de todos los metros, pero sí del que me ha tocado coger hoy.

Como bien lo demuestra la promoción del queso, una y otra vez, casi sin darnos cuenta, los acontecimientos se van encadenando en nuestras vidas, de manera que al final “la historia se repite”. La frase entrecomillada pone también punto final al reportaje emitido recientemente en televisión española en el que un periodista se lanza a la aventura de recorrer en un cayuco la distancia que separa las costas mauritanas de la isla de Hierro, o lo que viene a ser lo mismo, la distancia que separa a Europa de África, o lo que viene a ser lo mismo, la distancia que separa al cielo del infierno, eslabones todos de una misma cadena.

El reportaje me pareció, recurriendo a un tópico de esos que tanto se utilizan en los medios, un “documento periodístico imprescindible” y por tanto lo “encadeno” en este enlace. Desconfío, por lo general, de documentos periodísticos de este tipo porque en más de una ocasión suelen caer al otro lado de la frontera. Me refiero a la frontera que separa la necesaria información del innecesario espectáculo. Pero me parece que no es el caso. Creo que el reportaje es muy bueno y muy necesario. Debería verse incluso en los colegios o, como dice Jove, en los Consejos de Ministros de la Unión Europea. Y todos deberíamos hacer, entre vómitos, olas y continuos achiques de agua, ese recorrido al menos una vez en la vida.

El cayuco no logra alcanzar su objetivo, y la conclusión es que "la historia se repite" porque el intento de pasar al otro lado más tarde o más temprano volverá a producirse. Los dos motores de la embarcación no sobreviven a los cinco días con sus cinco noches de navegación previstos y se rompen a mitad de camino. Normal, teniendo en cuenta sobre todo que no todo lo que hay dentro de los bidones de combustible, por los que se habrá pagado un alto precio, es gasolina. Prueba si no tú a echarle agua al motor del BMW, a ver si no te deja tirado en mitad de la M-40.

Se me abren las puertas del metro y cambio la blancura del queso untable por la negritud de ojos y piel del muchacho que me recibe ya dentro del vagón y que me recuerda irremediablemente a los tripulantes del cayuco. Todos los negros se parecen. O no. A lo mejor es que no nos fijamos lo suficiente en lo distintivo de sus rasgos, en lo que los hace ser personas individuales y no colectivo de negros. El caso es que yo lo encadeno con los tripulantes del cayuco, no lo puedo evitar. El también lleva eslabones, no de Philadelphia, sino dorados y relucientes en su cuello negro. No debe ser barata la cadena que luce y que contrasta con su aspecto del superviviente que a la mejor no es. Su cara – insisto, todos los negros se parecen - me recuerda al negro Eto’o, y pienso por un momento en los cuatro goles que el delantero del Barça encadenó el domingo, como queriendo responder a los otros cuatro que poco antes había encadenado el blanco Higuaín, del eterno y últimamente decaído rival.

Al recibir un último empujón de los pasajeros que intentan entrar al vagón en Avenida de América, me fijo en que el chico negro del metro lleva puesta, además de la cadena de oro, una sudadera azul con el logotipo de Spanair, con lo cual no puedo evitar otra nueva asociación o encadenamiento de ideas: del irrisorio sufrimiento de los afortunados y quejicas pasajeros diarios del metro que somos nosotros me paso al verdadero sufrimiento de quienes apuestan por jugarse la vida en una patera o de quienes, por azar, se ven de golpe y porrazo golpeados por un fatídico accidente en el momento y lugar más inesperados.

Y encadenando, encadenando, observo cómo la vista del muchacho negro y la de la mayoría de pasajeros masculinos, entre los que me cuento, se desvía hacia la chica rubia que acaba de entrar jugando con su móvil, no porque sea especialmente bella o llamativa, sino porque un descuidado botón de su escote la deja con media teta fuera, que se va ocultando o mostrando alternativamente según la postura que su cuerpo adopta.

A todo esto, yo tratando de leer a Millás, pues da la casualidad de que compré su último libro ayer en La Clandestina y no he conseguido pasar del segundo relato, con tanta agitación y encadenamiento. He terminado hace poco de leer los Relatos metropolitanos de Mariano Zurdo, y he aprovechado mi visita a La Clandestina para, además de comprar el libro de Millás, decirle personalmente a su autor cuánto me ha gustado, especialmente el cuento titulado Detrás de mí, que pese a ser relato escrito en el metro (como estas notas que yo ahora tomo), trata precisamente - fíjate la casualidad - de un viaje en avión, vete tú a saber si de Spanair. Todo se me encadena una vez más.

Si uno va al teatro o a un concierto y le gusta el espectáculo, aplaude para que el autor se sienta satisfecho y reconocido, pero después de leer un libro de nada sirve aplaudir. No todos los días uno conoce a quien ha escrito lo que lee, y me parece justo y casi obligado decirle al autor de un libro, si tienes oportunidad, que su obra te ha gustado mucho, si es que es verdad que te ha gustado, claro. Es poner un eslabón más a la cadena.

El segundo relato del libro de Millás trata de dos muchachos que se enamoran de un maniquí que suda. Millás me gusta mucho, pero no se lo puedo decir porque no lo conozco. No he podido evitar relacionar el relato con una de las canciones de mi vida, “De cartón piedra”, de mi admirado Serrat. Sólo con tararearla ya se me pone la piel de gallina: “era la gloria vestida de tul, con la mirada lejana y azul...” Mariano me enseñó en La Clandestina un precioso libro que acaba de recibir con todas las letras de las canciones de Serrat. No tuve ocasión de comprobar si estaba ésta, pero seguro que sí. Es parte de la cadena.

Próxima estación: Colombia; correspondencia con: línea 8.

Una joven madre con bebé enmochilado y niño travieso alcanza sitio libre en el vagón, al otro lado de la rubia de la teta al aire, que sigue jugando con el móvil mientras su pecho derecho continúa jugando al escondite inglés, sin mover las manos ni los pies. Mientras el bebé duerme, la mamá le cede al hermano el 20minutos para que garabatee y no se pinte el pantalón con el bolígrafo, pero el crío opta por la suavidad de la tela como lienzo. Una señora sentada enfrente ríe, pero a la madre maldita la gracia que le hace. La señora le hace carantoñas el niño y éste le devuelve pedorretas y le saca la lengua. Dos chicas jóvenes dicen que qué mono y que qué gracioso. La señora no, la señora no dice nada y deja de reir. Las dos chicas que opinan que qué mono le hacen más carantoñas y el crío, claro, se crece, se pone de pie en el asiento y empieza a bailar el chiquichiqui. Su hermano, el bebé, sigue durmiendo y la rubia, la de la teta al aire, sigue jugando y enseñando. Nos bajamos todos, como encadenados, en Plaza de Castilla.

El ascensor del trabajo es como el metro o peor. Hay que esperar un montón, siempre va lleno de gente y va parando en todas los pisos. Y yo voy al último. Por cierto, que en otro cuento de los Relatos metropolitanos aparece una ascensorista cubana. Una chica morena con las tetas en su sitio se queja: “uf, que sueño”. Yo también tengo sueño: Anoche me acosté a las tantas por quedarme a ver el reportaje del cayuco que, no lo he dicho, curiosamente se titulaba “Destinos clandestinos”. Como la librería.

martes, noviembre 11, 2008

Relatitos: (1) Personajes

Acontece a menudo en determinados parajes que las historias funden y encadénanse, de tal manera que se superponen las unas a las otras en ofuscado y embustero laberinto de engañosa y afable apariencia, cual suave celaje de nubes en limpio y trasparente cielo que jamás hiciera conjeturar perturbación alguna. Empero - ¡vive Dios! - barrúntase la tormenta.

Refiérome con tales parajes a tan magníficos como excelentes recintos ajardinados, concebidos para el esparcimiento y regocijo de infantes, otrosí de zangolotinos mozos, otrosí de ociosos ancianos apensionados, otrosí de lujuriosos y amancebados amantes, según se trate de una u otro tramo horario de infinible y fatigosa jornada.

Moran o deambulan tanto así en tales parques individuos que dan alivio a sus fatigadas posaderas en bancadas y otros asentamientos destinados a tales efectos, procediendo asimismo a ensimismarse dándose en prolongados instantes de solaz al provechoso pasatiempo de la lectura. Cosa ésta que está muy pero que muy requetebién.

Y otros los hay que no teniendo para sí libro o manuscrito alguno, optan por deleitarse con la contemplación de lectura ajena, deslizando sin recato alguno continuadas ojeadas de soslayo por encima de la hombrera de quienes actúan de aquella otra aclamada guisa, lo cual deriva en resultar la mar de molesto para estos últimos, dándose en sentir impúdicamente observados.

- Voto a bríos que bien me parece tal que a vuesa merced no acaba de deleitarle del todo la lectura que le ocupa. ¿No estoy en lo cierto?
- Psche.
- Antójaseme vuesa merced, por su parca respuesta, alma de escasos y renuentes vocablos, ¿no es tal que así?
- Así es.
- Y dígame, si platicar resultara de su agrado con tales antecedentes... ¿cuál es la causa o motivo de su desazón?
- Oiga, ¿a qué desazón se refiere?, no me toque las narices...
- Percibo, gracias a mi inclinación o gusto por la observación de comportamientos ajenos, que no hace vuesa merced sino numerar repetidamente y echar cuentas de las páginas que por leer le quedan antes de dar definitivo término a la obra que se trae entre manos, maniobra tal que, permítame que se lo apunte, no hace sino distraerle y apartarle la atención del contenido de la ficción en la que permanece sumergido, con el consiguiente detrimento, deterioro y menoscabo del placentero y racional pasatiempo literario que tiene a bien en practicar.
- ¿Y a usted qué coño le importa, si me gusta o no me gusta lo que estoy leyendo? ¡Haga el favor de dejar de cotillear por encima de mi hombro!
- ¿Cómo? ¿He de ser yo objeto de tal afrenta y he de reconocerme amancillado en semejante trance, sintiéndome como me siento victima de sus desairados comportamiento y actitud?
- Oiga, ¿qué dice? ¿Víctima usted de qué? No me toque los cojones...
- Trátase además vuesa merced, por si poco fuere, de persona mal hablada y de escasas entendederas, cuando es cosa sabida que la educación resulta de ser una gran virtud que debería tener en consideración y en alta estima todo caballero que se precie.
- Pero, vamos a ver, ¿quién se cree usted que es?
- Sepa vuesa merced, se lo diré de una vez por todas, que soy el creador o autor de la obra literaria que le ocupa.
- ¿Usted?
- Si, yo, Y no hay nada que en mayor medida pudiera mancillar mi honor de literato que un tal lector mezquino y falto de juicio, como ha demostrado ser vuesa merced. se comporte de esta guisa ante mi trabajada obra, en viniendo a despreciar con su actitud todo el insano y fatigoso trabajo que consigo lleva la afanosa y doliente actividad artificiosa de la creación literaria. ¡Lanzo aquí el mío guante y reto a vos en duelo por la inmisericorde afrenta acaecida! ¿Qué me dice?
- ¡Que quiere que le diga! ¡que es usted todo un personaje!

Entretanto, en bancada contigua a la referida en el reciente episodio, otro individuo aparentemente ajeno a tales sucedidos, a todas luces prófugo de su propia soledad, se recrea en sus ademanes no haciendo otra cosa que tomar notas y más notas de todo cuanto ha venido aconteciendo, con la única pretensión de convertirlo todo ello en literaria escena relatada, y a los dos tipos del parque, así como a sí mismo, en aquello que tanto ellos como todos nosotros - ¡oh admirados y pacientes lectores! - , nunca hemos dejado de ser en realidad: meros, baladís e insignificantes personajes.

viernes, noviembre 07, 2008

Pareados, cuartetas y redondillas (así como otros versos de Zapatero, famoso en el mundo entero)

Con la victoria de Obama
contento me fui a la cama,
pues a Bush con su tridente
ya no llamo “presidente”

A pesar de los pesares
no consigo dormir hoy
así que me voy de bares
y me topo con Rajoy.

Y entre chupito y chupito,
voy y le grito:

¿Has visto qué bien, Mariano?
ya te lo decía yo.
Puse en el fuego la mano
por estar en guasintón.

A la cumbre del geveinte
al final podré asistir,
pues entre tantita gente
Sarkozy me ha dicho “sí”.

Y Mariano, con el humo en el ambiente,
va y me advierte:

Que quien se te siente al lado
no te toque los “cojoni”
ni te llame Berlusconi
“joven, guapo, y bronceado
”.

Yo no dudo, Zapatero
que te sienten el primero,
pero más que darte el “sí”
el tal Sarko dice “oui”.

Y le respondo, viendo del vaso el fondo,
al tiempo que me mondo:

Qué más da que me lo diga
en francés o en mandarín,
mientras me deje una silla
a mí plin con Pikolín.

miércoles, noviembre 05, 2008

El sueño americano

Good morning, good night, buenas noches, buenos días, o lo que sea, que uno no sabe ya ni quién es ni en qué estado se encuentra, entendiéndose estado no sólo como situación en la que uno se halla, en cuyo caso debería ir precedido el sustantivo en cuestión del apocopado adjetivo “mal”, sino también como territorio cuyos habitantes se rigen por leyes propias aunque esté sometido en ciertas materias a un gobierno común, esto es, el de los Estados Unidos de América.

Les habla, creo, el corresponsal de GraphicStyle Point Blog en los Estados Unidos de América, desde Miami, en el Estado de la Florida (entendiendo aquí Estado como lo del territorio y tal y tal...), y ya habrán adivinado qué hago acá, allende los mares. En efecto, informar en riguroso directo acerca de las elecciones presidenciales que nos han traído a todos de cabeza, y de manera especial a mi, que no paro de dar cabezadas del sueño que tengo. Uaaaaaaaaah.

¿Qué a qué se debe mi estado? (entendiendo por estado en este caso, you know, lo del “mal estado” y tal y tal...). Pues sobre todo al puñetero uso horario. Que sí, que ya sé que el uso horario se escribe con hache, pero es que el también puñetero corrector ortográfico del sistema no lo debe de tener tan claro, y me la anda quitando, la “h”, cada dos por tres. Y qué quieres que te diga, whatdoyouwantthatIsaytoyou, dado mi mal estado, I surrender. Quiero decir que me rindo. Sucede aquí que a medida que te vas moviendo de Estado a Estado (lo del territorio, ya sabéis) viajando de Este a Oeste, la jodida hora te va cambiando, uaaaaaaaaah, de manera que al final no hay forma de encontrar unos minutillos para echarse una cabezada como Dios manda, que es lo que yo a estas alturas necesito, please.

Y encima es que a estas presentables y aperitales horas en España - que sí, que estarán todos allá tomándose la cañita y las aceitunillas mientras me leen, después de haber dormido a pierna suelta all night long, es decir, toda la santa noche - le corresponden impresentables horas en los Estados Unidos, y yo debería de estar sleeping placidly, esto es, durmiendo plácidamente, en lugar de andar reporteando como estoy. Uaaaaaaaaah. Qué bonito verbo el de reportear, por cierto.

Tengo entendido que al final ha ganado Obama. Digo que tengo entendido porque no he podido remediar el dar una tremenda cabezada al final del recuento. Y eso que he seguido escrupulosamente los avatares, vicisitudes y aconteceres de la jornada electoral, enfrentándome a las incertidumbres y desafíos que supone la dificultad añadida de hacerlo a pie de urna entre bostezo y bostezo (el corrector también me quita, esta vez creo que acertadamente, la “h” de la urna), con el consiguiente riesgo de que más de un votante, como así ha sucedido, uaaaaaaaaah, introduzca la papeleta del voto en la ranura equivocada, esto es, en la tremenda bocota de este sufrido corresponsal.

Digo Obama, y permítanme que no escriba el nombre completo del flamante vencedor, porque resulta que este corresponsal también tiene sus más y sus menos con la dichosa función de autocompletado del sistema, que da por culo, con perdón, tanto o más que el corrector ortográfico, y que se permite, el muy listo, la licencia de autocompletarme el nombre de pila del susodicho convirtiéndolo en municipio de la provincia de Vizcaya. Que digo yo que qué tendrá que ver Barakaldo con el ya presidente electo.

En fin, que al final todo este duro y nunca bien reconocido trabajo de corresponsal me ha servido sobre todo, uaaaaaaaaah, para conocer de primera mano qué demonios es eso del llamado “sueño americano”.

Desde Miami, Florida, EE UU, para GraphicStyle Point Blog. Buenas noches. Zzzzzzzzzzz.
NO MOLESTAR
PLEASE, DON´T DISTURB

lunes, noviembre 03, 2008

Conchabanza

Kiiiiiiing, kiiiiing
- ¿Dígame?
- ¿Es la Casa Real?
- Vamos a ver, ¿con “real” se refiere usted a que si la casa a la que supuestamente llama es de verdad verdadera, y no de mentirijillas, o se refiere, en cambio, a que si es hogar o morada de Sus Majestades los Reyes de España, así como de todo el resto de miembros de la familia...
- Sí, sí, a esto último me refiero.
- Bien, pues entonces ha dado usted en el clavo. Esta es la Casa Real. Pero sepa, querido amigo, quien quiera que sea, que no tiene ni pizca de gracia la bromita de cambiar la “r” por la “k” en la onomatopeya del sonido del timbre del teléfono, aludiendo así a la denominación en inglés de Su Majestad el Rey, gracioso, que es usted un gracioso.
- ¿No le ha hecho gracia? Bueno, eso será porque está usted enfadado por lo de la carta.
- ¿Se refiere usted a la carta a la Reina o a la carta a Felipe?
- A la Reina, a la Reina; la otra no es cosa mía, sino de un tal Mariano Zurdo. Luego, si quiere, al final de nuestra conversación, le doy su teléfono y lo llama. Es muy simpático, aunque un pelín republicano, ya se lo adelanto.
- Bien, ¿y qué pasa con la carta a la Reina?
- Pues que como supongo que a ustedes no les habrá hecho ninguna gracia la misiva y se dispondrían ya a llamarme, he preferido adelantarme a los acontecimientos y llamarles yo a ustedes.
- ¿Y eso por qué?
- Verá, resulta que es que yo tengo la tarifa plana con casiyapuntocom, operador no tan conocido como yapuntocom pero casi, casi, e incluye llamadas a fijos y a Casas Reales. ¿Ustedes la tienen?
- Pues no.
- ¿Lo ve? Y si me hubieran llamado ustedes a mi, ello hubiera supuesto un considerable gasto adicional en los presupuestos de la Casa, con la consiguiente repercusión en el maltrecho bolsillo de todos los españoles. Y estará de acuerdo conmigo en que no está el horno para bollos
- De acuerdo estoy...
...
...
- ¿Oiga? Pero por qué se queda ahora callado? ¿Ya no tiene más que decir?
- Es que estoy esperando a que me agradezca usted el gesto.
- ¿Qué gesto? Le recuerdo a usted que por el auricular del teléfono, por moderno y tecnológicamente avanzado que éste sea, no se perciben las muecas que usted pudiera estar realizando a la par que habla.
- No, me refiero al gesto tendente al ahorro presupuestario.
- Ah, vale, pues se lo agradezco.
- No hay de qué, Su Majestad.
- Oiga, a mi no hace falta que me llame Su Majestad. Yo soy sólo un funcionario.
- ¿Pero funcionario a título propio o funcionario consorte?
- No, no, a título propio. Con mis oposiciones aprobadas y todo, que mi trabajo, esfuerzo, dedicación y tiempo me ha costado.
- Bien, pues verá, Su Funcionario, me pongo a su disposición para ser objetivo de las reales iras, furias, enojos e indignaciones.
- ¿Lo dice por la dichosa carta?
- Ajá.
- Pero si no estamos enfadados, hombre. Aquí en Zarzuela ha caído muy bien su iniciativa.
- ¿Ah sí? ¿Y eso?
- Porque, amigo Estilografic Punto Blog, usted es sólo uno más de los muchos que han mordido el anzuelo en el asunto de las declaraciones de la Reina, tal y como esperábamos.
- Oiga, discúlpeme pero no entiendo nada. ¿Qué me está usted contando?
- Me explico: resulta que, como sabrá, nuestra diplomacia está realizado sobrehumanos esfuerzos para que este país acuda a la cumbre del G20 que el próximo 15 de noviembre se celebra, Dios mediante, en Washington, y a la que, hasta la fecha, no hemos sido invitados.
- Lo sé, lo sé.
- Pues el asunto del polémico libro de la Reina se encuadra dentro de esos tremendo esfuerzos, y no deja de ser, por tanto, una maniobra más para que los periódicos, las radios y las televisiones de todo el mundo, - e incluso los blogs, como el suyo - hablen de España y concedan a nuestro país la importancia que merece. ¿Me entiende?
- ¿Me está diciendo entonces que están todos conchabados?
- Sï.
- ¿Todos, todos?
- Todos: la Reina, el Rey, Leticia, Froilán, Ansón, Esteban González Pons, María Teresa Fernández de la Vega, Anasagasti, el equipo al completo de La Noria, Pedro J., Jesús Mariñas... e incluso Jaime Peñafiel, que no sé lo que habrá dicho, pero que seguro que también ha dicho algo.
- Y Pilar Urbano también, claro.
- No, Pilar Urbano no. Ella es la única que no sabe nada, la pobre. Pero como le va tan bien con la venta del libro, ni se queja ni nada. Déjela, déjela que siga disfrutando de la gloria en su ignorancia.
- Vaya, me deja usted realmente perplejo, y nunca mejor dicho, lo de “realmente”. ¡Qué tíos! ¡Qué conchabanza! .Entonces me temo que no hay nada más que hablar. Me alegro de haber contribuido a la causa, y si quiere, como le dije, le facilito el teléfono del tal Mariano Zurdo, el autor de la carta a Felipe.
- No se preocupe, no.
- ¿No lo quiere? Ya le digo que es muy simpático, aunque, claro, un pelín republicano, insisto.
- Es que Mariano Zurdo también está conchabado.
- ¡Noooooooo!