Yo lo de los colegios es que no lo acabo de entender. A veces mandan deberes que más que para los niños resultan ser para los papás, te lo juro. Y luego es que te complican la vida de una forma...
Me llega mi hija un día al final del curso y me dice:
- Papi, me tienes que ayudar este verano.
- ¿A qué, hija?, le contesto yo solícito.
- A hacer unos deberes que me han puesto.
- ¿Y de qué se trata?
- Bah, poca cosa, que me consigas un mapamundi en el que tengo que pintar unas tonterías de nada.
¿Poca cosa? Pues lo del mapita al final ha traído cola, puesto que con las vacaciones tan ajetreadas que hemos tenido (ver post postvacacionales, valga la redundancia, 1, 2 y 3) yo del mapamundi es que ni acordarme, hasta que el otro día, ya en casa, va mi hija y me lo recuerda:
- ¡Papá, el mapamundi!
- ¡Jopelines! – no iba a decir otra cosa más gorda, delante de mi hija, como estaba - Pues en casa no tenemos, que el último lo pintarrajeamos todo marcando los países que van ganando Eurovisión, cosas del abuelo, ya sabes.
- Pues habrá que comprar uno, ¿no?
- Es que a finales de agosto no hay manera de encontrar una papelería abierta, me temo.
- ¿Y qué podemos hacer? – me dice con cara de desesperación, la criatura.
Y yo, que soy uno de esos padres a los que les gusta impresionar a los hijos para que acaben confiando en uno en los momentos difíciles, voy y le suelto: "no te preocupes, hija, que yo resuelvo el desaguisado en un santiamén".
En cosa de segundos, por mi cabeza pasaron las tres opciones posibles, que es que no hay más:
1.- Dejar que El Corte Inglés me la clave y me cobren 100 euros por un puñetero mapa.
2.- Plantarme el traje de Supercoco y tirar de poderes sobrenaturales.
3.- Buscar mi carné de investigador de la Biblioteca Nacional y ver qué encuentro allí.
Opté por la opción 3 y allá que me fui, a la Biblioteca Nacional, con dos cojones, donde tuve la suerte de encontrar unos mapamundis de un tal Ptolomeo que me parecieron adecuados para el trabajo de mi hija. Cogilos, los mapas, y me fui hacia la fotocopiadora pensando en hacer una reproducción exacta de los documentos para sorprender con ellos a mi desesperada pequeña. Pero hete aquí que, claro, a finales de agosto, con la canícula y eso, la fotocopiadora estaba “fuera de servicio”, así que el asunto se me complicaba sobremanera.
Debió ser mi propia desesperación la que me trajo a la cabeza la campaña esa contra el fuego que sale por televisión, así que enrollé los documentos bajo el brazo y al grito de “total, por unos mapamundis...” salí pitando de allí con dirección a la puerta principal, la del Paseo de Recoletos. Y en subiendo al ascensor, voy y me topo con ella, de cara:
- Buenos días, señora Rosa Regás, directora de la Biblioteca Nacional- saludo yo tragando saliva.
- Buenos días, señor usuario, de la Biblioteca Nacional, también- saluda ella sin tragar saliva.
Nos metemos ambos dos al ascensor y, tratando de romper el hielo, abro la conversación:
- Hay que ver cómo está la prensa últimamente, que no para de morirse gente – digo yo sin intención de hacer el pareado.
- Yo es que no leo la prensa, no me gustan los periódicos – dice ella, pelín seca.
- Es verdad – digo yo volviendo a tragar saliva – que se lo leí en una entrevista hace poco.
- Qué... – me interroga ella dirigiendo sus cejas hacia los mapamundis- ¿investigando?
- Bueno – contesto yo poniendo cara de a-mi-que-me registren -, en realidad estoy echándole una mano a mi hija con los deberes, un trabajillo para la asignatura de Geografía, ya sabe...
Me llega mi hija un día al final del curso y me dice:
- Papi, me tienes que ayudar este verano.
- ¿A qué, hija?, le contesto yo solícito.
- A hacer unos deberes que me han puesto.
- ¿Y de qué se trata?
- Bah, poca cosa, que me consigas un mapamundi en el que tengo que pintar unas tonterías de nada.
¿Poca cosa? Pues lo del mapita al final ha traído cola, puesto que con las vacaciones tan ajetreadas que hemos tenido (ver post postvacacionales, valga la redundancia, 1, 2 y 3) yo del mapamundi es que ni acordarme, hasta que el otro día, ya en casa, va mi hija y me lo recuerda:
- ¡Papá, el mapamundi!
- ¡Jopelines! – no iba a decir otra cosa más gorda, delante de mi hija, como estaba - Pues en casa no tenemos, que el último lo pintarrajeamos todo marcando los países que van ganando Eurovisión, cosas del abuelo, ya sabes.
- Pues habrá que comprar uno, ¿no?
- Es que a finales de agosto no hay manera de encontrar una papelería abierta, me temo.
- ¿Y qué podemos hacer? – me dice con cara de desesperación, la criatura.
Y yo, que soy uno de esos padres a los que les gusta impresionar a los hijos para que acaben confiando en uno en los momentos difíciles, voy y le suelto: "no te preocupes, hija, que yo resuelvo el desaguisado en un santiamén".
En cosa de segundos, por mi cabeza pasaron las tres opciones posibles, que es que no hay más:
1.- Dejar que El Corte Inglés me la clave y me cobren 100 euros por un puñetero mapa.
2.- Plantarme el traje de Supercoco y tirar de poderes sobrenaturales.
3.- Buscar mi carné de investigador de la Biblioteca Nacional y ver qué encuentro allí.
Opté por la opción 3 y allá que me fui, a la Biblioteca Nacional, con dos cojones, donde tuve la suerte de encontrar unos mapamundis de un tal Ptolomeo que me parecieron adecuados para el trabajo de mi hija. Cogilos, los mapas, y me fui hacia la fotocopiadora pensando en hacer una reproducción exacta de los documentos para sorprender con ellos a mi desesperada pequeña. Pero hete aquí que, claro, a finales de agosto, con la canícula y eso, la fotocopiadora estaba “fuera de servicio”, así que el asunto se me complicaba sobremanera.
Debió ser mi propia desesperación la que me trajo a la cabeza la campaña esa contra el fuego que sale por televisión, así que enrollé los documentos bajo el brazo y al grito de “total, por unos mapamundis...” salí pitando de allí con dirección a la puerta principal, la del Paseo de Recoletos. Y en subiendo al ascensor, voy y me topo con ella, de cara:
- Buenos días, señora Rosa Regás, directora de la Biblioteca Nacional- saludo yo tragando saliva.
- Buenos días, señor usuario, de la Biblioteca Nacional, también- saluda ella sin tragar saliva.
Nos metemos ambos dos al ascensor y, tratando de romper el hielo, abro la conversación:
- Hay que ver cómo está la prensa últimamente, que no para de morirse gente – digo yo sin intención de hacer el pareado.
- Yo es que no leo la prensa, no me gustan los periódicos – dice ella, pelín seca.
- Es verdad – digo yo volviendo a tragar saliva – que se lo leí en una entrevista hace poco.
- Qué... – me interroga ella dirigiendo sus cejas hacia los mapamundis- ¿investigando?
- Bueno – contesto yo poniendo cara de a-mi-que-me registren -, en realidad estoy echándole una mano a mi hija con los deberes, un trabajillo para la asignatura de Geografía, ya sabe...
Para mí que ahí fue donde la cagué, en lo de la asignatura, que tenía que haber dicho que era para Educación para la Ciudadanía, y santas pascuas.
Estilografic.art