A ver si vamos a estar gastando tiempo y dinero con esto de las elecciones – se me ha venido a mí esta idea a la cabeza esta mañana de viernes - para poner sobre la mesa los temas que los políticos y responsables de campaña consideran que nos interesan y nos tienen en un sinvivir a todos los españoles, y luego va a resultar que no, que lo que en realidad nos quita el sueño a los votantes son más bien otro tipo de asuntillos como, no sé, la eliminatoria de la Copa del Rey, la elección de miss y mister España (qué nervios, qué nervios, este fin de semana ya), el estado anímico de Anita Obregón - compuesta y sin novio, la muchacha - o, pongamos por caso, la expulsión de Carmele del Supervivientes.
Hay temas realmente importantes que no se tratan en campaña, de eso doy fe. Qué me dices por ejemplo, de lo del metro. Es que es entrar en la boca del susodicho, también llamado suburbano, y ¡zas!, golpetazo de aire en la cabeza. A ver de qué te han servido los quince minutos que has perdido delante del espejo para colocarte el saleroso ricito ese que cae sobre la ceja izquierda. Que luego son, exactamente, los quince minutos - súmale alguno más que entre unas cosas y otras finalmente se añade por el camino debido a circunstancias varias – que llegas tarde a la oficina, perdidos digo para nada.
Yo creo que es un problema de corriente, porque si te fijas siempre queda enfrente la “salida pares”, si tu entras por la “salida impares”, claro, que si no es al revés. Y los dos agujeros, el uno enfrente del otro, tienen eso, que generan corriente, sí, va a ser eso. Que tú quieres hacer dos salidas, vale, pues haz dos salidas, pero digo yo que con ponerlas no una enfrente de la otra, sino la una al ladito de la otra, problema solucionado ¿no? Evitas la corriente.
Luego está lo de los zapatos. A mi es que me da mucha rabia salir a comprar zapatos. No me gusta ninguno. Pero claro, como tengo un andar peculiar e insistente, pues los destrozo todos en un santiamén. Y eso que me resisto. Yo me los compro siempre con un moderno sistema avisador. En cuantito notas el contacto de la piel con el frío del asfalto es que ya te está avisando. No falla. Pues es ir a la zapatería y siempre pasa igual, que no te decides, que no te decides... hasta que por fin, das con uno que más o menos te cuadra. “Sáqueme un 44 de este, señorita hágame el favor” Total, que tras los cinco interminables minutos de rigor, que no te los quita nadie, aparece la señorita cargada con dos cajas, siempre con dos cajas, que deposita a tus pies enérgicamente al tiempo que suelta lo de “pues 44 no nos queda, pero le saco un 43 y un 45, pruébeselos que yo creo que sí, que con un calcetín fino en el caso del primero y uno gordo en el caso del segundo...” Pues eso, que nunca queda de tu número.
Y todo ello por no hablar, claro, de la cajera a la que siempre le falla el código de los Sanjacobos y retrasa el ágil transcurrir de la cola que has elegido para pagar la compra en el supermercado; de la telefonista que tras tomarte todos los datos habidos y por haber para darte de alta en ni recuerdo ya qué servicio, del tiempo que llevo a la espera, te suelta que es imposible en estos momentos realizar la gestión debido a problemas técnicos que se le escapan, a la telefonista; del mecánico que cada vez que llevas el coche al taller porque te falla la luz de cruce te sale con que se hace imprescindible cambiar el embrague a la voz de ya antes de que éste a su vez se cargue el volante del motor, que menos mal que lo has llevado a tiempo, que lo tienes hecho una pena; o del primo lejano que siempre te aparece en casa cada vez que llenas la nevera y compras Voll-damm, sobre todo cuando compras Voll-damm.
Esos sí que son los verdaderos problemas cotidianos de nosotros, los sufridos ciudadanos. No me digáis que no.
Hay temas realmente importantes que no se tratan en campaña, de eso doy fe. Qué me dices por ejemplo, de lo del metro. Es que es entrar en la boca del susodicho, también llamado suburbano, y ¡zas!, golpetazo de aire en la cabeza. A ver de qué te han servido los quince minutos que has perdido delante del espejo para colocarte el saleroso ricito ese que cae sobre la ceja izquierda. Que luego son, exactamente, los quince minutos - súmale alguno más que entre unas cosas y otras finalmente se añade por el camino debido a circunstancias varias – que llegas tarde a la oficina, perdidos digo para nada.
Yo creo que es un problema de corriente, porque si te fijas siempre queda enfrente la “salida pares”, si tu entras por la “salida impares”, claro, que si no es al revés. Y los dos agujeros, el uno enfrente del otro, tienen eso, que generan corriente, sí, va a ser eso. Que tú quieres hacer dos salidas, vale, pues haz dos salidas, pero digo yo que con ponerlas no una enfrente de la otra, sino la una al ladito de la otra, problema solucionado ¿no? Evitas la corriente.
Luego está lo de los zapatos. A mi es que me da mucha rabia salir a comprar zapatos. No me gusta ninguno. Pero claro, como tengo un andar peculiar e insistente, pues los destrozo todos en un santiamén. Y eso que me resisto. Yo me los compro siempre con un moderno sistema avisador. En cuantito notas el contacto de la piel con el frío del asfalto es que ya te está avisando. No falla. Pues es ir a la zapatería y siempre pasa igual, que no te decides, que no te decides... hasta que por fin, das con uno que más o menos te cuadra. “Sáqueme un 44 de este, señorita hágame el favor” Total, que tras los cinco interminables minutos de rigor, que no te los quita nadie, aparece la señorita cargada con dos cajas, siempre con dos cajas, que deposita a tus pies enérgicamente al tiempo que suelta lo de “pues 44 no nos queda, pero le saco un 43 y un 45, pruébeselos que yo creo que sí, que con un calcetín fino en el caso del primero y uno gordo en el caso del segundo...” Pues eso, que nunca queda de tu número.
Y todo ello por no hablar, claro, de la cajera a la que siempre le falla el código de los Sanjacobos y retrasa el ágil transcurrir de la cola que has elegido para pagar la compra en el supermercado; de la telefonista que tras tomarte todos los datos habidos y por haber para darte de alta en ni recuerdo ya qué servicio, del tiempo que llevo a la espera, te suelta que es imposible en estos momentos realizar la gestión debido a problemas técnicos que se le escapan, a la telefonista; del mecánico que cada vez que llevas el coche al taller porque te falla la luz de cruce te sale con que se hace imprescindible cambiar el embrague a la voz de ya antes de que éste a su vez se cargue el volante del motor, que menos mal que lo has llevado a tiempo, que lo tienes hecho una pena; o del primo lejano que siempre te aparece en casa cada vez que llenas la nevera y compras Voll-damm, sobre todo cuando compras Voll-damm.
Esos sí que son los verdaderos problemas cotidianos de nosotros, los sufridos ciudadanos. No me digáis que no.