¿Qué narices es el tiempo? Al tratar de responder a una pregunta como ésta, uno ha de ser consciente de sus limitaciones pues, admitámoslo, mi cabeza no es precisamente la de un neurocientífico ni nada que se le parezca. ¿Qué extraña fuerza me empuja entonces a enfrentarme a este peliagudo tema? Principalmente que acabo de ver el fantástico programa “Redes” de Televisión Española, en el que Eduardo Punset aborda este complejo asunto entrevistando al neurocientífico David Eagleman, de los Eagleman de toda la vida, quien se dedica a estudiar - que es que en el mundo hay gente pa’tó - cómo nuestro cerebro interpreta el tiempo. Cuando tengáis un ratito, si es que a alguien le queda claro qué es un “ratito” después de leer este post, os aconsejo que lo veáis en este enlace, porque no tiene desperdicio.
Y en eso que estudia el tal Eagleman, en cómo el cerebro interpreta el tiempo, es en dónde parece estar la clave de todo: que una cosa es la noción del tiempo, si es que ésta existe, y otro bien distinta es cómo nuestro cerebro la interpreta, no sé si se me entiende, aunque por las caras que me estáis poniendo ya veo que no.
Vamos a poner un ejemplo: resulta que mi cuñao se acaba de mudar de piso y se ha ido a vivir ande Cristo perdió el mechero. El otro día fuimos por primera vez a su nueva casa tomando, con un par, la imprevisible M-40. Pues entre que estaba lejitos el barrio y que existía la incertidumbre de que nos fuéramos a perder, el trayecto se nos hizo larguísimo. Curiosamente, a la vuelta hicimos exactamente el mismo recorrido pero al revés, y sin embargo se nos hizo... hombre, cortísimo tampoco, pero ya no tan largo.
¿Por qué?
Eagleman, de los Eagleman de toda la vida, ya digo, lo explica (vamos a ver, no explica lo de mi cuñao y la M-40, no, pero sí otros casos parecidos). Dice lo siguiente: el tiempo y la memoria están interrelacionados. Cuando suceden hechos que nos llaman mucho la atención, por ejemplo cosas novedosas que generan tensión, sucesos violentos o que nos dan miedo, nuestro cerebro mantiene recuerdos más densos, de modo que cuando volvemos sobre ellos la sensación que nos queda es la de que han durado mucho. Es como ver pasar una película a cámara lenta.
Es absolutamente cierto lo que dice el tal Eagleman, ya sabéis, de los Eagleman de... Yo he estado a punto un par de veces de tener un accidente de coche, y recuerdo ambas escenas como si hubieran durado mucho, cuando en ambos casos todo fue cosa de décimas de segundo. En cuanto a lo que son recuerdos positivos, pero también intensos, lo mismo me sucede con el parto de mis hijas, y eso que no las parí yo, que creo recordar que fue cosa más bien de la madre, de la madre que las parió. Pero yo estuve allí y lo recuerdo todo como a caaa-maaa-raaa-leeen-taaa. Con la mayor, por ejemplo, el médico me invitó a abandonar el quirófano en el momento definitivo porque el parto era complicadillo. Vamos, que me echó. Tuve que esperar en la puerta del quirófano un ratito, no llegaría al minuto, pero ese periodo de tiempo a mi me pareció más largo que un discurso de Castro en sus buenos tiempos.
Punset, que es listo como él solo, el tío, va y pregunta: entonces, ¿podemos alargar el tiempo? Pues en cierto modo sí, contesta el neurocientífico. ¡No jodas!, diría el mismísimo Punset si no fuera un señor tan educado y bien hablado. Se trataría – explica Eagleman de los... - de hacer siempre cosas nuevas y sorprendentes. Si almacenáramos recuerdos tan novedosos como fascinantes un día tras otro, al final tendríamos la percepción de que nuestra vida ha sido más larga. Lo mismo sucedería, claro, si se tratara de recuerdos desagradables o violentos, pero entonces el remedio sería peor que la enfermedad.
Otra idea que se desprende del estudio de cómo el cerebro interpreta el tiempo es la de que nuestra percepción de la vida va por detrás de la realidad. ¡Tócate las narices! No, no, esto último no es una frase hecha que denote mi asombro ante la idea expresada, no. Te estoy diciendo que te toques las narices, literalmente.
Bien, pues en el momento en que tú tienes la percepción de que te estás tocando las narices, en realidad ya te las has tocado hace rato. Nuestra vida – dice Eagleman – es como un show televisivo en directo, pero no es exactamente en directo, sino que llega a nosotros como un breve retraso. ¿Os acordáis de la famosa final de la Super Bowl y de la teta de la Jackson? A partir de ese día todo en América se hace con un breve retraso.
Última idea y ya no lo lío más: ¿entonces resulta que sólo existe el pasado? Que conste que es el pesao de Punset el que pregunta, no yo. Eso no lo sabe el neurocientífico, que tampoco lo va a saber todo, el hombre. Ya bastante tiene con lo suyo. Opina no obstante que es posible que el futuro también exista, pero lo que puede suceder es que no tenemos acceso a él, como sí lo tenemos, en cambio, al pasado.
Yo ahora, sin embargo, estoy siendo capaz de acceder al futuro y sé que al escribir este post, aún antes de terminarlo, lo que estoy haciendo es meterme en un berenjenal de toma pan y moja, porque no entiendo ni la mitad de las cosas de las que estoy hablando, y temblando estoy por los comentarios que seguro vais a hacerme poniéndome verde y diciéndome que vaya castaña que nos has soltado hoy, querido Estilografic.
Una cosita sí que me ha quedado clara después de todo: que entre lo de ayer de Bombay y lo del helicóptero, yo sé de una que no sé si al final llegará a ser presidenta del Gobierno, pero lo que sí es seguro es que el camino a La Moncloa se le va a hacer largo de cojones.
Y en eso que estudia el tal Eagleman, en cómo el cerebro interpreta el tiempo, es en dónde parece estar la clave de todo: que una cosa es la noción del tiempo, si es que ésta existe, y otro bien distinta es cómo nuestro cerebro la interpreta, no sé si se me entiende, aunque por las caras que me estáis poniendo ya veo que no.
Vamos a poner un ejemplo: resulta que mi cuñao se acaba de mudar de piso y se ha ido a vivir ande Cristo perdió el mechero. El otro día fuimos por primera vez a su nueva casa tomando, con un par, la imprevisible M-40. Pues entre que estaba lejitos el barrio y que existía la incertidumbre de que nos fuéramos a perder, el trayecto se nos hizo larguísimo. Curiosamente, a la vuelta hicimos exactamente el mismo recorrido pero al revés, y sin embargo se nos hizo... hombre, cortísimo tampoco, pero ya no tan largo.
¿Por qué?
Eagleman, de los Eagleman de toda la vida, ya digo, lo explica (vamos a ver, no explica lo de mi cuñao y la M-40, no, pero sí otros casos parecidos). Dice lo siguiente: el tiempo y la memoria están interrelacionados. Cuando suceden hechos que nos llaman mucho la atención, por ejemplo cosas novedosas que generan tensión, sucesos violentos o que nos dan miedo, nuestro cerebro mantiene recuerdos más densos, de modo que cuando volvemos sobre ellos la sensación que nos queda es la de que han durado mucho. Es como ver pasar una película a cámara lenta.
Es absolutamente cierto lo que dice el tal Eagleman, ya sabéis, de los Eagleman de... Yo he estado a punto un par de veces de tener un accidente de coche, y recuerdo ambas escenas como si hubieran durado mucho, cuando en ambos casos todo fue cosa de décimas de segundo. En cuanto a lo que son recuerdos positivos, pero también intensos, lo mismo me sucede con el parto de mis hijas, y eso que no las parí yo, que creo recordar que fue cosa más bien de la madre, de la madre que las parió. Pero yo estuve allí y lo recuerdo todo como a caaa-maaa-raaa-leeen-taaa. Con la mayor, por ejemplo, el médico me invitó a abandonar el quirófano en el momento definitivo porque el parto era complicadillo. Vamos, que me echó. Tuve que esperar en la puerta del quirófano un ratito, no llegaría al minuto, pero ese periodo de tiempo a mi me pareció más largo que un discurso de Castro en sus buenos tiempos.
Punset, que es listo como él solo, el tío, va y pregunta: entonces, ¿podemos alargar el tiempo? Pues en cierto modo sí, contesta el neurocientífico. ¡No jodas!, diría el mismísimo Punset si no fuera un señor tan educado y bien hablado. Se trataría – explica Eagleman de los... - de hacer siempre cosas nuevas y sorprendentes. Si almacenáramos recuerdos tan novedosos como fascinantes un día tras otro, al final tendríamos la percepción de que nuestra vida ha sido más larga. Lo mismo sucedería, claro, si se tratara de recuerdos desagradables o violentos, pero entonces el remedio sería peor que la enfermedad.
Otra idea que se desprende del estudio de cómo el cerebro interpreta el tiempo es la de que nuestra percepción de la vida va por detrás de la realidad. ¡Tócate las narices! No, no, esto último no es una frase hecha que denote mi asombro ante la idea expresada, no. Te estoy diciendo que te toques las narices, literalmente.
Bien, pues en el momento en que tú tienes la percepción de que te estás tocando las narices, en realidad ya te las has tocado hace rato. Nuestra vida – dice Eagleman – es como un show televisivo en directo, pero no es exactamente en directo, sino que llega a nosotros como un breve retraso. ¿Os acordáis de la famosa final de la Super Bowl y de la teta de la Jackson? A partir de ese día todo en América se hace con un breve retraso.
Última idea y ya no lo lío más: ¿entonces resulta que sólo existe el pasado? Que conste que es el pesao de Punset el que pregunta, no yo. Eso no lo sabe el neurocientífico, que tampoco lo va a saber todo, el hombre. Ya bastante tiene con lo suyo. Opina no obstante que es posible que el futuro también exista, pero lo que puede suceder es que no tenemos acceso a él, como sí lo tenemos, en cambio, al pasado.
Yo ahora, sin embargo, estoy siendo capaz de acceder al futuro y sé que al escribir este post, aún antes de terminarlo, lo que estoy haciendo es meterme en un berenjenal de toma pan y moja, porque no entiendo ni la mitad de las cosas de las que estoy hablando, y temblando estoy por los comentarios que seguro vais a hacerme poniéndome verde y diciéndome que vaya castaña que nos has soltado hoy, querido Estilografic.
Una cosita sí que me ha quedado clara después de todo: que entre lo de ayer de Bombay y lo del helicóptero, yo sé de una que no sé si al final llegará a ser presidenta del Gobierno, pero lo que sí es seguro es que el camino a La Moncloa se le va a hacer largo de cojones.