Durante mi diario paseo matutino destinado a airear éste mi cuerpo serrano con el que Dios todo poderoso que está en los cielos ha tenido a bien dotarme, venía ya servidora de un tiempo a esta parte siendo objetivo de indecorosas y provocativas actitudes del todo ajenas a mi persona y en modo alguno por mí incitadas, el mismo Dios antes aludido me libre de ello.
Me explico: resulta que viene paseando servidora un día sí y el otro también con la fresca y aroma del rocío, tan jovial y la mar de contenta, luciendo todo el garbo y salero de los que una es capaz de hacer gala, que es mucho, cuando de repente, desde un llamativo balcón engalanado todo él con geranios, buganvillas, y abundante variedad de floridas, coloridas y alegras macetas observo una figura humana de naturaleza masculina - sumamente masculina, diría yo - que intenta, con aspavientos y ademanes en ocasiones rayanos con lo obsceno, intenta digo llamar mi atención de manera inconfundible, que no cabe duda de que la cosa va conmigo, vamos, que lo que quiere es que entre.
Ante semejante provocación diaria, una, que otra cosa no, pero decente es un rato, opta por la prudente postura de hacerse la loca y cantar con tono orgulloso y desenfadado la consabida coplilla que dice asín: “era hermoso y rubio como la cerveza, el pecho tatuado con un corazón, en su voz amarga, había la tristeza doliente y cansada del acordeooooón”. Y seguir caminando, la frente erguida y la morena melena al viento, y que te digo que no entro.
Notando he ido que la cosa iba a más jornada tras jornada, hasta el punto de que el otro día, el aludido varón o mancebo, no contento con el ritual de gestos para nada correspondidos por mi persona, va y me sale con un “pchsssss, pchsssss”, acompañado subsiguientemente con nuevos versos de la coplilla otrora salida de mi dulce boquita de pitiminí: “mira mi brazo tatuado con este nombre de mujer, es el recuerdo del pasado que nunca más ha de volveeeeeeer”, me susurra el muy picarón. Y yo, ya digo, muy recta y en mi sitio, toreando la embestida con capote de grana y oro. Y que no entro.
A tal punto ha llegado finalmente la cosa que ya hoy me asaltan el plena calle otra suerte de mancebos y zagalillos, sin duda enviados por aquél, quienes no contentos con acercarse a mi verita y caminar a la sombra de mi figura van y me agarran por brazos e incluso cadera, uno por la cadera, al cual suelto tal guantazo que su rostro queda marcado como Dios manda, y ya en verdad asustada procedo a interrogarles, severo el semblante y con mis ojitos azabache inyectados en sangre, de la rabia que m’adao. Y porque me niego a entrar.
- ¿Quiénes sois ustedes vosotros?
- Semos lo’h indicadoreh económicoh.
- ¿Lo’h indicadoreh económicoh? ¿Y eso qué es lo que es?
Y sin tiempo para más, préndenme vehementemente loh indicadoreh y condúcenme en presencia del libidinoso maromo, cual si fueran belicosos arcángeles enviados por el mismísimo Cupido con la única intención de romper mi resistencia ante las insistentes artes amatorias del trasnochado galán, no sin antes alcanzar una a oir por el camino las confusas explicaciones de mis violentos acompañantes sobre no sé que de acumular dos trimestres seguidos de caída del peibé así como del consumo, y que si ya veremos en 2011, que la verdad sea dicha, una no alcanza a entender en su justa y acertada medida.
Me explico: resulta que viene paseando servidora un día sí y el otro también con la fresca y aroma del rocío, tan jovial y la mar de contenta, luciendo todo el garbo y salero de los que una es capaz de hacer gala, que es mucho, cuando de repente, desde un llamativo balcón engalanado todo él con geranios, buganvillas, y abundante variedad de floridas, coloridas y alegras macetas observo una figura humana de naturaleza masculina - sumamente masculina, diría yo - que intenta, con aspavientos y ademanes en ocasiones rayanos con lo obsceno, intenta digo llamar mi atención de manera inconfundible, que no cabe duda de que la cosa va conmigo, vamos, que lo que quiere es que entre.
Ante semejante provocación diaria, una, que otra cosa no, pero decente es un rato, opta por la prudente postura de hacerse la loca y cantar con tono orgulloso y desenfadado la consabida coplilla que dice asín: “era hermoso y rubio como la cerveza, el pecho tatuado con un corazón, en su voz amarga, había la tristeza doliente y cansada del acordeooooón”. Y seguir caminando, la frente erguida y la morena melena al viento, y que te digo que no entro.
Notando he ido que la cosa iba a más jornada tras jornada, hasta el punto de que el otro día, el aludido varón o mancebo, no contento con el ritual de gestos para nada correspondidos por mi persona, va y me sale con un “pchsssss, pchsssss”, acompañado subsiguientemente con nuevos versos de la coplilla otrora salida de mi dulce boquita de pitiminí: “mira mi brazo tatuado con este nombre de mujer, es el recuerdo del pasado que nunca más ha de volveeeeeeer”, me susurra el muy picarón. Y yo, ya digo, muy recta y en mi sitio, toreando la embestida con capote de grana y oro. Y que no entro.
A tal punto ha llegado finalmente la cosa que ya hoy me asaltan el plena calle otra suerte de mancebos y zagalillos, sin duda enviados por aquél, quienes no contentos con acercarse a mi verita y caminar a la sombra de mi figura van y me agarran por brazos e incluso cadera, uno por la cadera, al cual suelto tal guantazo que su rostro queda marcado como Dios manda, y ya en verdad asustada procedo a interrogarles, severo el semblante y con mis ojitos azabache inyectados en sangre, de la rabia que m’adao. Y porque me niego a entrar.
- ¿Quiénes sois ustedes vosotros?
- Semos lo’h indicadoreh económicoh.
- ¿Lo’h indicadoreh económicoh? ¿Y eso qué es lo que es?
Y sin tiempo para más, préndenme vehementemente loh indicadoreh y condúcenme en presencia del libidinoso maromo, cual si fueran belicosos arcángeles enviados por el mismísimo Cupido con la única intención de romper mi resistencia ante las insistentes artes amatorias del trasnochado galán, no sin antes alcanzar una a oir por el camino las confusas explicaciones de mis violentos acompañantes sobre no sé que de acumular dos trimestres seguidos de caída del peibé así como del consumo, y que si ya veremos en 2011, que la verdad sea dicha, una no alcanza a entender en su justa y acertada medida.
Y así ha sido como servidora, la del garbo y el salero, de nombre Economía y de apellido Española, ha sido introducida finalmente a la fuerza y en contra de mi voluntad en la tantas veces esquivada estancia del fulano, el mismísimo dormitorio del balcón engalanado todo él, bien saben mi Dios y Don Pedro Solbes que de muy mala gana, alcanzando mis ojitos azabache aún inyectados en sangre a ver, antes de que la puerta que hace las veces de frontera entre lujuria y castidad se cerrara a mis espaldas, el cartelito que identificaba la dependencia en la que me temo que en adelante pasaré mis días y mis noches, y en el que en ese mismo momento servidora procedía definitiva y oficialmente a entrar:
“RECESIÓN”
¡Maldita sea su estampa!