A veces, la puñetera vida o jodida existencia te depara sorpresas en extremo desagradables y te toca, quieras o no, enfrentarte tú solito a situaciones de tan inusitada como superlativa tensión en las que no te queda otra que recurrir, si no queremos que la cosa desemboque en desenlace trágico, a las naturales armas o recursos con los que la misma naturaleza humana ha tenido a bien dotarnos. Por ejemplo, el lenguaje.
- ¡He dicho alto!
- ¿Es a mí?
- Sí, a ti. ¡Alto!
- Bueno, muchacho, yo te lo agradezco, lo de alto, pero, ¿sabes?, hace unos años sí, podría haberse considerado que servidor era un tipo más o menos de buen talle, y prueba de ello es que encontrábame muy por encima de la media de mis compañeros de pupitre, a la sazón muchachos imberbes todos como tú; pero ahora, ¡ay amigo!, ahora con lo que vienen despuntando las nuevas generaciones como la tuya, en lo que bien pudiera denominarse como la era post colacao, o post petisuis, o incluso post leche collantes, la que hace a los niños gigantes, ya no se puede afirmar sin caer en la mentira que mi aspecto responda al de una persona muy alta, más bien diríamos que... normalita.
- ¡Cállate! ¡Alto o disparo!
- Verás, muchacho..., ¿tú has pensado bien lo que vas a hacer y lo que ello supone, o, dicho de otra manera, has considerado o reflexionado mínimamente acerca de las consecuencias lógicas que tu conducta pudiera acarrear a posteriori?
- Sí. Apretar el gatillo y sanseacabó.
- Vale, vale, las levanto. Pero déjame, déjame que sin moverme ni lo más mínimo y sin apenas respirar te cuente algo que pudiera modificar tu decidida voluntad de apretar el gatillo y sanseacabó, como tú mismo has definido la sucesión acción/consecuencia que te dispones sin más dilación a perpetrar, me temo.
- ¡Más arriba, las manos!
- Vaaaale. Verás, resulta que..., mi mente, digo yo que inspirada ante tal situación de tensión y mieditis como la que ambos dos estamos viviendo..
- Yo no tengo mieditis.
- Bueno, ante la situación de tensión y mieditis que servidor está viviendo, mi mente me retrotrae a la época en la que uno era, como tú, un simple muchacho...
- Yo no soy simple. ¡Voy a disparar!
- No, no. No digo que tú seas simple, sino que yo sí que lo era, y que claro, en realidad todos los niños tienen algo de... inocentes.
- Yo no soy inocente. ¡Voy a disparar!
- Estooooo... vale, vale, cambiemos de tema pues. Oye, resulta de verdad impresionante, créeme, el arma que portas.
- Mi dinero me ha costado...
- Se trata de una Super Soaker Artic Blast, y cierra ya tu sucia bocota.
- La cierro, la cierro porque sin palabras me dejas, muchacho. Eso debe ser lo último de lo último.
- La estreno hoy. ¡Estate quieto!
- Pues déjame que te felicite, porque a la vista salta que has adquirido un artilugio que resulta ser todo un alarde de diseño y tecnología.
- Ya te digo. ¡Arriba las manos! ¡Voy a disparar! Ahora sí que sí.
- Oye, ¿y esa especie de cajoncito que tiene ahí abajo, para qué es?
- Eso es pa’l hielo.
- ¿Hielo para qué, muchacho?
- Para mantener a una temperatura cercana a los cero grados centígrados, antes denominados Celsius, el liquido elemento que, como resultado de la aplicación del Principio de Pascal y dada la presión que el gatillo ejerce sobre el depósito, el cañón acabará por expulsar en dirección a la víctima elegida. Es decir.... pa'que el agua salga bien fresquita. ¡Tomaaaaaa!
- Ahhhhhh.
Mira que me sientan a mí mal, las dichosas pistolitas de agua.