Doy inicio con este estúpido relato a una serie de relatos encadenados. ¿Que en qué consiste la tontería? Pues en ir publicando relatos varios que tendrán alguna relación entre sí, por ejemplo, que un personaje secundario de uno (véase la Juani) será el personaje principal de otro, y cosas de ese tipo, y quedarán enlazados mediante un link de esos. ¿Qué por qué este relato no enlaza todavía con ninguno? Pues porque es el primero, dadme un poco de tiempo, leches.
Había un agujero en la pared.
A Rodolfo, que vivía el pobre hombre solo desde hace la tira de años en un casita muy muy vieja de la Calle de la Pezuña, le dio un día por descolgar el cuadro del difunto tatarabuelo Genaro que colgaba de la pared del salón.
- ¡Ondié!, ¡un bujero! -, exclamó.
De más estará explicar que ni se dice “bujero” no se dice “ondié”, pero es que Rodolfo habla así, y éste es un relato realista y verídico que trata de ser fiel a los hechos y a la verdad.
- ¡Un bujero! -, insistió.
En efecto, había un agujero en la pared. Tampoco es que fuera gran cosa, era más bien chiquito, pero lo suficiente para llamar la atención de Rodolfo, que tampoco es que tuviera muy buena vista, el hombre.
Total, que Rodolfo se acercó al agujero e hizo lo que cualquiera haría en un caso como éste, dejarse llevar por la curiosidad y asomarse a ver si conseguía ver algo por el agujero.
- ¡Ondié! -, volvió a exclamar. Y se retiró asustado.
Rodolfo se dirigió al teléfono y marcó el 000 de emergencias, que era el número que su sobrina la Juani le había apuntado “pa’que lo marques si te pasa algo”, le había dicho.
- ¿Y por qué no te llamo mejor a ti, mujer? -, le había contestado Rodolfo a su sobrina.
- A mi déjame tranquila, que bastante tengo con lo mío.
Es que la sobrina de Rodolfo, la Juani, estaba de los nervios. Por eso no quería más complicaciones, que bastante tenía con lo suyo.
- Emergencias cero, cero, cero, dígame -, contestó una voz al otro lado del auricular.
- Yo llamo por un bujero -, se explicó Rodolfo.
- Señor, que tengamos tres ceros no significa que arreglemos agujeros. Está usted llamando al servicio de emergencias de la policía, ¿lo sabe?
- Sí, sí, es que en el bujero hay... un ojo.
- Ah, es usted otra vez el tipo de la Calle de la Pezuña, ¿no?
- Estooooo, sí, pero...
- Ya están llegando, ya están llegando... No sea usted impaciente, hombre, que para desplazarse desde el cuartelillo hasta la Pezuña se requiere un tiempo...
Rodolfo, la verdad, no recordaba haber llamado antes al 000 de emergencias, pero dado que su memoria comenzaba a fallarle se dijo, bueno, se me habrá ido de la cabeza, y se fue otra vez para el agujero a ver qué se veía.
- ¡Ondié!
Allí seguía el ojo, observándole a través del agujero desde el otro lado. Asustado, optó por volver a marcar el 000, el de emergencias.
- Emergencias cero, cero, cero, dígame -, contestó una voz al otro lado del auricular.
- Soy el del bujero, se explicó Rodolfo. Que ahí sigue el ojo.
- Que ya, que ya..., que acabo de hablar con el comando enviado y me dicen que ya están ahí con usted y....
- Oiga, yo estoy solo, aquí no hay nadie.
- ¿Cómo que no hay nadie? Si me han dicho que están a punto de tirar el tabique abajo y....
¡Pataclummmm...!
El tabique del salón de Rodolfo se le vino encima, dejando al descubierto la casa de Don Fulgencio, el vecino de Rodolfo, acompañado de tres fornidos policías luciendo la leyenda 000 sobre la ceñida camiseta que marcaba sus musculosos pechos, blandiendo mazas, martillos y martinetes.
- ¡Ondié! -, exclamó Rodolfo.
- ¡Ondié! -, exclamó también Don Fulgencio.
Esa mañana, a Don Fulgencio, que vivía el pobre hombre solo desde hace la tira de años en un casita muy muy vieja de la Calle de la Pezuña, justo al lado de Rodolfo, le había dado por descolgar el cuadro del difunto tatarabuelo Ambrosio que colgaba de la pared del salón y había descubierto un agujero en la pared.
Un agujero por el que se asomó a ver qué había al otro lado.
Y vio el ojo de Rodolfo.
Y dijo “ondié”.
Y se asustó.
Y acabó llamando al 000, el teléfono de emergencias.
De ahí la confusión, no sé si se entiende.