Estoy últimamente en un etapa de relecturas, lo cual puede significar varias cosas: (a) que la crisis económica está causando estragos de manera tal que uno no tiene ni para llevarse un libro nuevo a la boca; (b) que servidor se está haciendo ya mayor; (c) que el menda lerenda ya se ha leído todo lo que se puede leer en esta vida. Descartada al menos la opción c, eso seguro, el caso es que acabo de reterminar una novela que leí hace años y de la que guardaba un grato recuerdo: La Plaza del Diamante, de Mercé Rodoreda.
Pues una vez releída, su relectura, más que llenarme, se puede decir que me ha rellenado. Me voy a ahorrar en adelante tanto recurrente prefijo repetitivo “re”, pues ya ha quedado bien clarito que la había leído antes y no merece la pena insistir e insistir, ahí todo el rato erre que erre... Porque si no, entre relectura, reterminar, releer, recuerdos y Rodoreda, se me está revolviendo la retórica a base de redundantes retruécanos, recórcholis.
Lo que quiero decir es que tras la segunda lectura de la novela de Rodoreda me han surgido una serie de disquisiciones acerca de la literatura misma que me apetece compartir con todos ustedes vosotros, mis queridos y nunca del todo bien valorados lectores. Eso sí, sin detenerme lo más mínimo (pese a que la novela se encuadre como se encuadra en la época en que se encuadra) en el manoseado asunto del guerracivilismo, que tantas y tantas veces acaba convirtiéndose más bien en incivilismo y en el que no me apetece ni un poquito revolcarme, qué queréis que os diga.
A lo que voy; que se me antoja que hay al menos dos maneras de enfrentarse a toda obra literaria, o yo diría mejor que a toda obra artística. Una es la del lector/espectador que podríamos calificar como “estático”. Me refiero a aquel que se limita a disfrutar de la exterioridad de la obra, sin preguntarse nada acerca de cómo ha sido construida, aquel que se detiene en el contenido pero se olvida por completo de la estructura. Otra actitud es la del lector/espectador “dinámico”, aquel que además de disfrutar de los valores externos de la obra, trata de ponerse en la piel del creador, y para ello realiza el proceso contrario al de éste: deconstruye la obra, es decir, la deshace y descompone para tratar de saber cómo demonios ha sido creada.
Con la perspectiva del tiempo, creo estar seguro de que cuando leí La Plaza... hace la tira de años, me comporté como un lector estático, y sin embargo ahora, en esta última lectura, me he comportado más bien como un lector dinámico. Me parece, no obstante, que ambas maneras de enfrentarse a la obra son muy válidas y, es más, considero que el verdadero éxito de una obra artística consiste en saber llegar a ambos tipos de receptor, el estático y el dinámico por igual. Satisfacer, en definitiva, a la crítica y al gran público. The Beatles y pocos más, aunque se trate de otra faceta artística, han conseguido algo semejante hasta la fecha, me parece a mí.
Pero, ¿por qué ese cambio de perspectiva a la hora de enfrentarme a una misma obra? Opté por releer La Plaza... después de que durante una mis clases de español para extranjeros una alumna me pidiera que le ayudase con la lectura de algunos capítulos de la novela. Aunque recordaba el contenido vagamente, de repente descubrí en no más de dos hojas del libro toda una serie de valores literarios, tanto formales como estéticos, que llamaron poderosísimamente mi atención y que fueron los que, en definitiva, me empujaron posteriormente a una segunda lectura.
Pues una vez releída, su relectura, más que llenarme, se puede decir que me ha rellenado. Me voy a ahorrar en adelante tanto recurrente prefijo repetitivo “re”, pues ya ha quedado bien clarito que la había leído antes y no merece la pena insistir e insistir, ahí todo el rato erre que erre... Porque si no, entre relectura, reterminar, releer, recuerdos y Rodoreda, se me está revolviendo la retórica a base de redundantes retruécanos, recórcholis.
Lo que quiero decir es que tras la segunda lectura de la novela de Rodoreda me han surgido una serie de disquisiciones acerca de la literatura misma que me apetece compartir con todos ustedes vosotros, mis queridos y nunca del todo bien valorados lectores. Eso sí, sin detenerme lo más mínimo (pese a que la novela se encuadre como se encuadra en la época en que se encuadra) en el manoseado asunto del guerracivilismo, que tantas y tantas veces acaba convirtiéndose más bien en incivilismo y en el que no me apetece ni un poquito revolcarme, qué queréis que os diga.
A lo que voy; que se me antoja que hay al menos dos maneras de enfrentarse a toda obra literaria, o yo diría mejor que a toda obra artística. Una es la del lector/espectador que podríamos calificar como “estático”. Me refiero a aquel que se limita a disfrutar de la exterioridad de la obra, sin preguntarse nada acerca de cómo ha sido construida, aquel que se detiene en el contenido pero se olvida por completo de la estructura. Otra actitud es la del lector/espectador “dinámico”, aquel que además de disfrutar de los valores externos de la obra, trata de ponerse en la piel del creador, y para ello realiza el proceso contrario al de éste: deconstruye la obra, es decir, la deshace y descompone para tratar de saber cómo demonios ha sido creada.
Con la perspectiva del tiempo, creo estar seguro de que cuando leí La Plaza... hace la tira de años, me comporté como un lector estático, y sin embargo ahora, en esta última lectura, me he comportado más bien como un lector dinámico. Me parece, no obstante, que ambas maneras de enfrentarse a la obra son muy válidas y, es más, considero que el verdadero éxito de una obra artística consiste en saber llegar a ambos tipos de receptor, el estático y el dinámico por igual. Satisfacer, en definitiva, a la crítica y al gran público. The Beatles y pocos más, aunque se trate de otra faceta artística, han conseguido algo semejante hasta la fecha, me parece a mí.
Pero, ¿por qué ese cambio de perspectiva a la hora de enfrentarme a una misma obra? Opté por releer La Plaza... después de que durante una mis clases de español para extranjeros una alumna me pidiera que le ayudase con la lectura de algunos capítulos de la novela. Aunque recordaba el contenido vagamente, de repente descubrí en no más de dos hojas del libro toda una serie de valores literarios, tanto formales como estéticos, que llamaron poderosísimamente mi atención y que fueron los que, en definitiva, me empujaron posteriormente a una segunda lectura.
En uno de esos capítulos, Natalia, la protagonista, regresa a casa después de dejar a su hijo en las colonias durante la guerra porque no tiene para darle de comer. En el camino de vuelta, con el nudo en la garganta, se pone a llover y la varita del coche va de un lado para otro, limpia que te limpia, “y como un río de llanto el agua resbalaba por el cristal abajo”, cuenta la protagonista.
Y el profe de español que se me emociona, el muy tontorrón, que está muy sensiblote últimamente, y la alumna que no entiende nada va y le dice, qué pasa, que no me entero... ¿No lo ves? –le explico a mi alumna - Natalia no va a llorar, no, la guerra ha endurecido su corazón, pero ya lo hace la lluvia por ella. Eso no es otra cosa, mi querida alumna, que purita literatura.
Delicadezas como ésta, o como el asombroso dominio del monólogo interior durante toda la obra, no pueden pasarle desapercibidas a un lector dinámico, y yo, creo que sobre todo desde que me ha dado por escribir, me he convertido en uno de esos que, cada vez que lee algo que cae en sus manos, no se conforma con saber qué le están contando, sino que quiere enterarse también, y sobre todo, de cómo se lo están contado.
Y más a partir de ahora que pronto, muy prontito, verá la luz mi primera criatura literaria, de la que os iré dando las oportunas noticias. ¡Qué ilusión!
11 comentarios:
Jolin, pues sí... qué ilusión Estili !! A ver si sale para antes del cumple de mi madre y ya tengo regalo! que se parte de risa contigo :)
Un abrazote enorme, se te echa mucho de menos.
Y esa sí que le releeremos siempre, querido mío...
Besicos
Wen: Es lo que tiene lo de ser un iluso, que siempre te andas ilusionando. Si es por tu madre, si hace falta lo adelantamos, ¿eh? Un abrazote también pa'ti, resalá. Y para tu mami.
Belén: yo me daría por satisfecho con que lo leyerais una y punto, que si no luego es un coñazo. O bueno, que lo compréis, la leáis, luego lo perdáis, luego lo volváis a comprar, y así sucesivamente, jeje. Besazos.
¿Quién es?
¿Qué dice?
¿Cómo lo dice?
Tres preguntas que se me quedaron impresas en la memoria de mi libro de literatura de Anaya (creo que de 2ª de BUP). Siempre que leo pienso en ellas y, en algunas ocasiones, también me pregunto ¿por qué lo dice?
¡Ahh! Y de sensiblón, cero. Simplemente vivo.
Un besín.
¿Pero en castellano no llamarán "Colometa" a Natalia, verdad? ¿Cómo la llaman?
:)
¡Qué ilusión me ha hecho saber que estás a punto de publicar tu primer librito, Estili! ¡Pero qué ilusión!
:D
:D
Ya estoy afilando la tarjeta... jeje.
Ah, por cierto, estos días no actualizo porque voy de bólido. Mucho trabajo, cursos, compromisos... ¡uf! ¡demasié pal body.
Besotes
:)
Marisa: mira que eres preguntona, ¿eh?
Irre: Colometa, sí señora. Supongo que Palomita quedaba un poco cursi. Adiós, bolidillo...
¿Una obra tuya?
¡Qué insensato,
me voy a dormir un rato,
que tu osadía me aturulla...
(Y me ha quedado muy "potito")
Y respondona.
¿Insensato yo, Mariano?
¿Por qué bramas cual tunante,
y me tratas sin amor?
¿No eres tú, pues, mi tocayo
y aunque no seas mi amante
eres también mi editor?
Marisa: comprobado queda, sí señora.
Espero tenerlo en mis manos más pronto que tarde, como diría cualquier presidente chileno a punto de ser derrocado.
Es un alivio que no hayan llamado Palomita a Natalia o Natàlia/Colometa.
¡Hay mi palomo!
no me quedará más remedio que leerte impreso en policarbonatada edición, y disfrutar en tan arcaico formato de lo que tantas veces he disfrutado en electrónico...pero es que el libro ilusiona a los de nuestra generación, como si de un éxito cósmico se tratase.
¡Enhorabuena!
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