Follies
Del 10 de febrero al 8 de abril
Teatro Español (Madrid)
Dirección: Mario Gas
Cuando el legendario teatro está ya a punto de cerrar para convertirse en un garaje, al viejo empresario no se le ocurre otra que reunir en una fiesta a todas sus antiguas estrellas. Y allí, sobre las tablas del teatro a punto de ser derribado, entre ruinas y fantasmas de coristas, vamos a asistir a la puesta en escena de todo un espectáculo, el de la vida misma, conducido por el director más duro y exigente que haya pisado escenario alguno: el tiempo. Prepárense, porque seremos testigos de lo que este, despiadado, es capaz de hacer con sus actores. Vida y teatro, realidad y ficción, primera de las extrañas parejas que encarnan este juego de duplicidades y espejos que recorre todo la historia de Follies, nacido como homenaje a los espectáculos de variedades que triunfaron en el Nueva York de principios del siglo XX.
Con una muy lograda puesta en escena, ese tiempo, que no solo dirige sino que también actúa (como Mario Gas), se desdobla en Follies con sorprende facilidad. Presente y pasado, otra pareja imposible, se manifiestan en un mismo plano, el del teatro, permitiendo que cobre vida la versión juvenil de los protagonistas, fantasmas que anticipan la tormenta de sentimientos que cualquier día podría acabar por desencadenarse. Ahí arranca la dramática y trascendental historia que subyace al alegre, divertido y aparentemente insustancial espectáculo de variedades. Y dale con las duplicidades.
Porque sabido es que la imperfección forma parte de la vida misma, así que esta estructura llena de líneas paralelas se acaba por romper por su parte más débil, la que conforman las dos parejas protagonistas, quienes, en contra de lo que pudiera parecer, no avanzan en paralelo, sino que se entrecruzan conformando un entramado mucho más complejo y, por ende, también mucho más humano. Y así es como descubrimos que una elección, la elección, tal vez no fuera la correcta.
Desencadenado el drama, la segunda parte del espectáculo es sin duda más onírica e irreal. Cada personaje pone en escena su número de “follies” - nuevo paralelismo del teatro dentro del teatro - construidos todos ellos con los recuerdos, ansiedades, frustraciones, deseos y sueños de los cuatro protagonistas. Entre las escenas más conmovedoras, la de Muntsa Rius, avanzando sin avanzar, con las luces de la ciudad de fondo y la inquietante neblina a sus pies mientras interpreta “Loosing my mind”. Todo un regalo para ojos y oídos.
¿Qué decir, por cierto, de los actores? Encabezados por un sorprendente Carlos Hipólito, sorprendente no por sus dotes como actor, más que reconocidas, sino por su muy buena voz, y por un valor tan seguro como Vicky Peña, a la que no le hace falta ni cantar, cabe destacar la arrebatadora aportación de Massiel, y el enternecedor y admirable papel de Asunción Balaguer, toda una dama de la escena. Eso sí, en ambos casos, ya se sabe: lo bueno, si breve…
Cierto es que Follies resulta a veces deprimente. Los personajes llegan a darnos pena porque representan la decadencia, lo que pudieron haber sido y no fueron o, en el mejor de los casos, lo que dejaron de ser. Pero contiene sobre todo, en un último y admirable juego de espejos y duplicidades, un mensaje de optimismo y esperanza: que atreverse a echar la vista atrás para recuperar los recuerdos sirve también para alumbrar el camino que queda por recorrer. En definitiva, que lo mejor no es sucumbir y acabar tirando por tierra lo poco o mucho que se tiene, sino mirar hacia adelante y tratar de enderezar el rumbo. Mientras todavía nos quede algo de tiempo.