RESUMEN DE LO PUBLICADO: a Estilografic se le ha perdido un pececillo y busca para recuperarlo la ayuda de Johnny Holiday, un detective que hace llamarse así por su tendencia a cogerse días libres. El detective le da a entender a Estilografic que tiene entre manos casos más importantes que el suyo, a saber, el de la desaparición de las canciones de Loquillo, el de la identidad de los diputados socialistas que no votaron a Bono o el del farol de la mismísima Esperanza Aguirre. En esas están cuando Holiday se larga a tomar pescaíto al “Giraldillo”.
(Pínchese aquí despacito para leer el
Cap. I y más despacito todavía aquí para leer el
Cap. II. Si con el resumen ya fuera suficiente, no hace falta pinchar en ningún sitio.)
Despacho del famoso detective Johnny Holiday. Jueves 10 de abril. 16:00 PM, es decir, en plena hora de la siesta.
Encuéntrase Estilografic Punto Blog al principio de este post (bueno, al principio y al final, porque es que no se va a mover, el hombre) en el despacho del detective Johnny Holiday esperando la llegada de éste, quien, evidentemente, se halla ausente. Procedentes de la habitación contigua escúchanse tan tremendos como estruendosos sonidos de naturaleza respiratoria y origen indeterminando, dándose la probabilidad más que probable, valga la redundancia, de que tales ruidos pudieran surgir de la mismísima garganta del titular del despacho que nos sirve de escenario, esto es, el tal Holiday, quien estaría, siempre según tal suposición, echando una siestecita, ronca que te ronca, en la ya mencionada dependencia contigua.
Sobre la mesa del despacho, además de un marco de discutible atractivo y diseño conteniendo un retrato, primer plano, de la afamada Carla Bruni, hállase también una grasienta carpeta marrón en la que, escrita con bolígrafo rojo fosforito, se alcanza a distinguir la leyenda “CASOCUATRO”.
“¡El mío!”, exclama Estilografic sin el menor atisbo de duda.
- En efecto, el suyo. ¿no iría a abrir la carpeta?
- No, no. Estaba sólo... esperándole.
- Ya, disculpe, pero es que tenía algún trabrajillo pendiente que resolver en la habitación de al lado, pero ya estoy con usted.
- Bien, pues empecemos, que el tiempo en este despacho se pasa muy rapidito.
- Cuénteme usted entonces, y nos ahorramos todo tipo de preámbulos, que si qué tal le va la vida, que si como estas las niñas, que si hay que ver qué tiempecito..., cuénteme digo lo acontecido la mañana de los hechos con todo lujo de detalles.
- Verá, pasar pasar, lo único que pasó de importancia es que despareció uno de los dos peces que habitan en la modesta pero sin embargo graciosa y acogedora pecera que tenemos en casa, en la habitación de mis hijas.
- Y dice usted que tiene dos peces.
- Tenía. Ahora solo tengo uno.
- Ya, ya, me refiero a antes de los desafortunados hechos.
- Sí, entonces tenía dos.
- ¿Y no habrá notado usted, por casualidad, un tan alarmante como repentino aumento de peso en el otro pez, en el que le queda?
- ¿No estará usted insinuando que...?
- Yo no insinúo nada, pero de entrada no hay que descartar ninguna posibilidad. Insisto, ¿está gordito?
- Yo creo que no, que estoy en mi peso, kilo más o kilo menos.
- No, me refiero al pez, al que queda.
- Ah, pues no. Yo creo que está igual que siempre.
- Bien. Dígame exactamente qué estaba haciendo en el momento de la desaparición.
- Pues nadar. Lo que hacen todos lo peces, a ver qué otra alternativa les queda.
- No hombre. Ahora sí que me refería a usted. Reláteme si no le importa, punto por punto, todo lo sucedido el día de autos.
- Verá, a eso de las ocho y cuarto de la mañana se despertó mi hija pequeña y, como suele hacer los días que no hay cole, vínose como un rayo a meterse en la cama de los padres, que es que no hay forma de dormir un poco más los domingos, oiga.
- Siga, siga...
- A continuación, como media hora más tarde, despertose también la mayor, y vínose también a la cama, con lo cual, teniendo en cuenta que yacíamos cuatro personas en una cama pensada para el descanso de dos, decidimos levantarnos a desayunar. Qué remedio.
- Ahórrese si quiere el contenido del desayuno. ¿Qué hicieron después?
- La digestión, claro.
- Ya, ya, pero aparte de la digestión...
- Pues recoger un poco la casa y limpiar.
- ¿Limpiar? ¿Qué limpiaron exactamente?
- Pues ahí nos solemos repartir el trabajo, oiga. Mi mujer se suele encargar de los baños y yo paso el aspirador...
- ¿Ha dicho usted “as-pi-ra-dor?
- Sí, eso he dicho. Todo junto, sin guiones, pero eso he dicho.
- ¿Me quiere describir de la forma más precisa posible de qué manera pasa usted el aspirador?
- Pues como todo el mundo, digo yo. Oprimo la boquilla de succión contra el parqué del inmueble al tiempo que la hago deslizarse suavemente, procurando hacer un barrido preciso y homogéneo por toda la habitación y aprovechando el cómodo movimiento que provocan los ruedines habilitados en el cuerpo del artilugio para desplazar éste a medida que voy avanzando.
- Impresionante su descripción. Pero dígame, ¿en algún momento succiona usted, o ha succionado, algún objeto de manera no intencionada?
- Pueeees..... Bueno sí. Como debajo de la cama lo paso sin mirar primero, una vez lleveme un calcetín y en otra ocasión un calzoncillo o prenda íntima masculina.
- Huy, huy, huy...
- ¿No estará usted insinuando ahora la posibilidad de que...?
- ¿Levanta usted a menudo del suelo, bien sea de manera voluntaria o bien por despiste, la aludida boquilla de succión de manera que esta pudiera haberse introducido, sin que usted se hubiera dado cuenta, en el recipiente de cristal que constituye la confortable residencia de su añorada mascota acuática?
- Pueeees....
- Pero no. No me conteste ahora. Hágalo en su próxima cita que tendrá que acordar con mi secretaria, a la vuelta de mis merecidas vacaciones.