martes, marzo 17, 2009

La concejala

Casi siempre que termino de ver una peli de Almodóvar tengo la misma sensación: que el manchego (no el queso, que-eso son palabras mayores, sino el director) ha perdido una vez más la oportunidad de hacer la obra maestra que parece llevar años buscando. A la espera de “Los abrazos rotos”, el domingo vi de nuevo “Volver”, esta vez en la tele y ya con la frente marchita, para darle una segunda oportunidad, a ver si en el cine se me había escapado algo. Pero creo que no, la penúltima de Almodóvar me sigue pareciendo una peli irregular, con muy buenos momentos, eso sí, pero al final de todo muy normalita, lo que decía al principio.

Y la vi también porque después ponían “La concejala antropófaga”, el reciente corto de Almodóvar del que tanto se está hablando y que en todas partes califican de desternillante, transgresor, atrevido, políticamente incorrecto..., escrito a la medida de la actriz cómica Carmen Machi, de la que también se habla muy requetebién en todos los mentideros (curiosa expresión ésta, la de los mentideros, no me digáis que no).

Que tenía yo curiosidad, vamos. Así que una vez acomodados en el sofá tras la dura jornada dominical, a eso de las 23:45 horas PM, cuando ya la Maura ha dado la cara en “Volver” y le pregunta a la oscarizada Pe lo de “oye, tú no te habrás puesto tetas”, voy y le digo yo - conociéndome como me conozco - a la señora de Estilografic: “Oye, si ves que me duermo me das un toque, que quiero ver el corto” (que nadie vaya a entremezclar los diálogos y los destinatarios de cada una de las frases aludidas, por favor).

Una vez apercibido de que pese a estar en el sofá físicamente acompañado encontrábame yo en realidad espiritualmente más sólo que la una, es decir, que la señora de Estilografic ya se había entregado dulcemente a los brazos de Morfeo mucho antes de la impertinente preguntita de la Maura, me dispuse a disfrutar de “La concejala que jala”. Y ya adelanto que después de la experiencia.... si lo llego a saber, me voy antes a la cama.

No sé si será por mi aversión a (casi) todo lo televisivo - en especial a series, concursos y talksous o como se llamen los programitas de presentador(a) mono(a) con tarjetita en mano en los que la gente tiende a pelearse -, pero el caso es que Carmen Machi, que yo no digo que sea mala actriz, no acaba nunca de hacerme demasiada gracia. Me aburrí como una ostra en la ceremonia de los Goya que presentó, aunque he de decir en su descargo que una gala de ese tipo no la levantarían ni mis admirados Faemino y Cansado, creo yo. De Aída no opino porque no la veo, pero lo poco que intuyo de ella me cansa enseguida, la verdad. De su trabajo en el teatro, en cambio, hablan maravillas, en especial de su papel en "La tortuga de Darwin", de Juan Mayorga. Ahí le concedo el beneficio de la duda porque no la he visto, y además es que he leído muy buenas críticas.

El monólogo me pareció aburrido y no me hizo, la verdad, ni pizca de gracia. Transgresor y políticamente incorrecto sí, puede que sí lo sea, pero eso no significa que sea ni bueno ni gracioso. Mira que uno es de risa fácil, y con el Almodóvar más cómico me he descojonciado lo mío, pero esta vez no, qué quieres que te diga. Resumiendo, diríamos que los tres ingredientes del corto son sexo, drogas y la doble moral de los políticos, así como una pretendida vuelta a los orígenes de "Pepi, Luci..." Lo cierto es que ese primer Almodóvar a mí tampoco me hacia demasiada gracia, pero en aquella época, bueno, tenía su aquél, aunque sólo fuera por sacar los pies del plato. Por ejemplo, a lo mejor en los ochenta sí, pero desde luego que visto desde hoy, a mí la broma de la cocaína no me hace ninguna gracia, y lo mismo me sucede con las fantasías sexuales de la concejala, la verdad, por mucho que ésta sea de derechas. Me suena todo a lo de “caca, culo, pedo, pis”.

En fin, que aunque a quienes no lo hayan visto les habré quitado las ganas, como se trata sólo de una opinión personal y nada profesional, os olvidáis de lo leído, hacedme el favor, y aquí os dejo el corto, que es corto como su propio nombre indica, eso sí, y se puede ver en un ratito. Luego me contáis....

martes, marzo 10, 2009

Relatitos: (7) El tipo que lleva siempre consigo un osito de peluche

Coincido con él prácticamente a diario en la parada del autobús. Supongo que por eso se ha convertido en una de esas personas con las que nunca sabes si entablar conversación o no, porque, pese a no conocerlas en realidad de nada, acaban resultándote familiares de tanto verlas.

Al principio no había caído en ello porque, a decir verdad, apenas había reparado en su presencia. Pero un día se lo vi..., el osito de peluche.

Desde entonces no le quito ojo. Lo lleva siempre sujeto de la misma curiosa manera, entrelazando los dedos de una y otra mano, todos menos los pulgares, y formando una especie de cunita con las palmas mirando hacia arriba, de manera que con los dos dedos que le quedan libres, los pulgares, se dedica a acariciar suavemente la cabeza del peluche, en un gesto que parece provocar en él - en el tipo, no en el osito - una agradable sensación de relajación.

El caso es que a mí la curiosidad me come, pero claro, tampoco es cosa de acercarse al tipo, sin conocerlo realmente de nada, y decirle... “señor, ¿a qué se debe que porte usted, un día sí y otro también, ese gracioso y tierno osito de peluche que tan delicadamente acaricia?” Lo normal sería encontrarse, y con razón, con que... “y a usted qué coño le importa”, contestación que uno, la verdad, casi que preferiría evitar.

Pues llegados a este punto, por lo que opto es por dar rienda suelta a mi imaginación mientras espero al autobús. Y así es como un día se me antoja que el tipo sufre, seguro, de mal de amores, que el osito viene a ser el recuerdo que quedó de las cenizas de una ardiente historia de amor y pasión que la rutina, como tantas otras, ha terminado apagando. Que ella se marchó un buen día sin decir adiós tras recoger todas sus pertenencias del apartamento, todas excepto el peluchito, que quedó olvidado en el cajón de la mesita de noche y que hoy es, para él, consuelo de su solitaria desesperación.

Un día le voy a preguntar...

Otra vez pienso que la cosa ha sido todavía más grave, e imagino que se trata de la mayor tragedia que uno puede vivir, porque es que no hay otra igual, que es la pérdida de un hijo, un pequeño que un día perdió la vida en terrible accidente y que continúa unido en el recuerdo a su padre gracias al suave tacto del osito que lograron recuperar de entre los restos del calcinado vehículo.

Y al final un buen día, no lo puedo evitar, voy y le pregunto: “Señor, ¿a qué se debe que porte usted, un día sí y otro también, ese gracioso y tierno osito de peluche que tan delicadamente acaricia?

Y entonces él va y me lo cuenta todo: “Verá, resulta que dejo a mi hija todos los días en la guardería a eso de las ocho de la mañana, antes de irme yo a trabajar, y ella acude tan contenta con su osito de peluche, el que le consuela por las noches para dormir, y es que no hay manera de que se separe de él. Pero da la casualidad de que una vez allí, en la puerta de la guardería, la señorita nos dice que no, que buenos días pero que no, que no se pueden traer juguetitos al cole porque luego los niños se pelean por ellos, o los rompen, o los pierden, y que claro, que el centro no quiere luego problemas con los padres, que hay que ver cómo son algunos padres, para echarlos de comer aparte, así que lo mejor es que el osito se lo lleve papá a casita y luego te lo trae, niña”.

“... Y mi hija se queda llorando, no lo puede remediar, porque piensa que el osita va a estar triste sin ella, pero yo le digo que no, que no se preocupe que yo me lo voy a llevar al trabajo todos los días y que voy a cuidar de él, y que conmigo va a estar la mar de contento porque, de alguna manera, yo también soy su papá”.

“...Y ya lo ve, acabo de dejar a mi hijita en la guardería hace cinco minutos y yo me llevo ahora el osito a la oficina. Y después, cuando vuelvo por la tarde a buscar a la criatura, no vea usted la alegría que le doy al verme aparecer con el osito y contarle que nos lo hemos pasado muy bien juntos. Y ella así es feliz y se queda contenta pensando en lo a gustito que el osito habrá estado con su papá”.

“Ah”, le contesto.

Y es que en ocasiones la pura realidad, por inocente y sencilla que resulte, supera con creces a la a veces caprichosa y retorcida imaginación. Dónde va a parar.

jueves, marzo 05, 2009

Después de la oscuridad

- Cariño, ¿quieres hacer el favor de desconectar de una vez por todas la fuente de energía que mantiene incandescente el filamento de wolframio o tungsteno que ilumina la demarcación dentro de cuyos límites yaces en aparente reposo, y que permite a tu intelecto interpretar los caracteres impresos sobre blanco inmaculado de las páginas que de manera continuada e ininterrumpida pasas y pasas sin demora provocando a un tiempo, dicho sea de paso, un ruidito la mar de desagradable que no me deja dormir a mi tampocoooooo?
- ¿Me decías algo, niña? Pareciome oír que algo susurrabas entre sueños...
- Sí, que apagues la luz y dejes de leer ya, que son las dos de la madrugada, que mañana tienes que madrugar y no va a haber Dios que te levante.
- Es que no puedo dejar de leer a Murakami.

Dicen, yo ya lo he leído y oído en varios sitios, que la lectura de Haruki Murakami engancha e incluso crea adicción, una adicción parecida a la de los videojuegos, tan japoneses ellos también. A mi los videojuegos nunca me han enganchado mucho, la verdad, a lo mejor porque he tratado de evitarlos para no correr riesgos, pero Murakami sí. Y pensando en las semejanzas entre los unos y el otro, así como en la asociación japonesa, no puedo evitar mirar la contraportada de sus libros en busca de la etiquetita de “Nintendo”, pero el caso es no viene por ningún lado, no.

- Vamos a ver, amigo. Haría usted el favor de echarse a un lado para que mi prominente humanidad, esto es, mi cuerpo serrano, pudiera desplazarse sin dificultad y libre de todo obstáculo desde ésta mi posición actual hasta la puerta automática del vagón del tren suburbano que nos transporta en plena y atiborrada hora punta, para que servidor, tipo obeso donde los haya, pueda hacer descansar su pesada masa musculosa y superlativamente grasienta sobre el suelo firme de la estación de la Avenida de América, teniendo cuidado antes, eso sí, de no introducir el pie o extremidad inferior, tanto la izquierda como la derecha, entre coche y andeeeeeeén?
- Ay qué tonto, perdone. Pase, pase, que ya me quito. Es que no puedo dejar de leer a Murakami y me distraigo.


Tal vez “After Dark” sea sólo una obra menor de quien ya se ha ganado a pulso pasar a formar parte de la lista que año tras año forman los eternos candidatos al Nobel de Literatura, pero engancha, ya lo creo que engancha. ¿Que si me ha gustado? Bueno, sí, bastante, aunque tiene también cositas que no me gustan, pero el caso es que sí que crea adicción, que es a lo que voy. No sé muy bien cómo lo consigue, pero una vez comenzada la lectura, cada página parece empujarte a seguir leyendo y ya no lo puedes abandonar por mucho que tengas cosas importantísimas que hacer ¡Ojito!

Piiiiiiiiii, piiiiiiiiiiii.
- ¡Huy!
- ¡Mira por dónde cruzas, capullo!
- Sin faltar, ¿eh?
- ¿Sin faltar dice el tío? ¿A quién se le ocurre cruzar por mitad de Bravo Murillo a la altura de Capitán Haya, con el tráfico rodado que a estas horas se dirige hacia la Plaza de Castilla, sin fijarse siquiera en si en ese preciso instante atraviesa la calzada algún que otro vehículo privado o medio de transporte publicoooooo?
- Perdone señor taxista, perdone. Es que, entiéndame, no puedo dejar de leer a Murakami.


Es posible que se trate de esa atmósfera de misterio que envuelve la trama de la novela lo que nos incite a seguir y seguir y no hacer otra cosa a derechas: una muchacha de la que apenas nada sabemos, salvo que es inquietantemente bella, duerme de manera “demasiado perfecta” en una misteriosa habitación; un televisor desenchufado nos ofrece imágenes más inquietantes aún en lo que parece ser un confuso juego de realidades e irrealidades que no acabamos de resolver; un tipo con el rostro oculto tras una máscara que observa a la chica no sabemos con qué oscuras intenciones...

- Disculpe buen hombre, ¿quiere usted hacer el favor de proceder a abonar el importe correspondiente a la infusión de semilla cafetera previamente tostada y molida que ha degustado hace ya más de media hora o, en su defecto, pedir una nueva consumición, pues de lo contrario me veré en la obligación de invitarle amablemente a abandonar de una puñetera vez la barra o mostrador de éste mi querido establecimiento hostelero dejando paso así a la ubicación de nuevos clienteeeeees?
- ¡Huy!, perdón camarero. Tenga usted en cuenta que lo que me sucede es que no puedo dejar de leer a Murakami.

En otro plano narrativo completamente distinto se desarrolla el ir y venir de una serie de personajes que se mueven en una noche cualquiera de una gran ciudad cualquiera. La fascinación que ejerce la noche, ya sea la de Tokio, la de Praga, la de Barcelona, la de Madrid, o, no sé, tal vez la de Torredonjimeno, provincia de Jaén, ayuda a provocar en el lector esas ganas irrenunciables de segur leyendo. A medida que la noche va avanzando, la acción se desenvuelve en torno al personaje de otra joven, hermana de la misteriosa bella durmiente. ¿Que qué era lo que no me gustaba, que decía antes? Pues que a este lado de la historia, en su parte más real, hay algún que otro personaje que no me acabo de creer y que me chirría más de la cuenta, como ocurre sobre todo con el joven Takahashi, un sabelotodo que diserta sobre lo divino y lo humano con sorprendente facilidad y que acaba revelándose, vaya por Dios, porque es un poco inaguantable, como el verdadero motor de la acción.

- ¡Oiga, Estilografic!, ¿va usted a abandonar definitivamente la lectura y contemplación de esa obra literaria que se trae entre manos, de título anglosajón y autor nipón, y centrarse de manera definitiva e intensa en la ocupación retribuida que no es otra que su obligación laboral? A no ser que quiera usted pasar a ser a partir de hoy mismo, claro, el desempleado número 3. 481.860, si don Pedro Solbes Mira no lo remedia.
- Ahora mismito me pongo manos a la obra, jefe. Es que, créame que lo siento, pero no puedo dejar de leer a Murakami.

Desde el punto de vista formal, la receta de Murakami para atrapar al lector consiste, me parece a mí, en la utilización, cuando se refiere a la descripción del mundo irreal, de un “nosotros” que aúna al lector y al narrador bajo el mismo punto de vista, y que los coloca además en un mismo plano, un plano, por cierto, de lo más cinematográfico. “Observamos pero no intervenimos”, nos advierte. Es como si para llegar a alcanzar ese punto de vista, ese plano narrativo, el lector entrara en la historia al mismo tiempo que el narrado se sale de ella, para acabar confluyendo los dos finalmente en “tierra de nadie”.

Y ahora me vais a disculpar, mis queridos y admirados lectores de este blog, pero me veo en la imperiosa necesidad de retirarme a mis aposentos para continuar con aquello que tenía entre manos y he dejado momentáneamente en suspenso. Y es que, no os lo vais a creer, pero no puedo dejar de leer al bueno de Murakami.