jueves, julio 30, 2009

Relatitos: (11) La naranja (tercera parte)

Pincha aquí despacito para leer la primera parte y aquí, también despacito, para leer la segunda..

Resumen de lo publicado: Una naranja con una pinta que te cagas echa a rodar desde un autobús y acaba corre que te corre Castellana abajo, perseguida por quien hasta entonces era su dueño y propietario, el protagonista de esta historia. Al llegar a la altura de El Corte Inglés, en plena temporada de rebajas y con el anuncio de Carlos Baute de fondo, una moza que va de paquete en una Yamaha engancha el cítrico con la mano con sorprendente habilidad y sale pintando Joaquín Costa arriba. Nuestro hombre toma un taxi para perseguir a la moto, pero el taxista, incrédulo él, no se traga la historia de la naranja y se piensa que lo que pasa es que al tipo le gusta la chavala, quien, dicho sea de paso, va con el triángulo sacro al aire debido al bajísimo talle de sus pantalones. Este detalle erótico-festivo es lo que hace que el taxista se pegue como una lapa y no sin peligro a la Yamaha, pero aún así el motorista consigue despistar de un acelerón al taxista, con lo que nuestro hombre da por perdida a su naranja y rompe a llorar. Emocionado, el taxista toma conciencia de la situación y, arriesgando la vida, da otra vez alcance a la moto para ver cómo ésta gira y toma la Carretera de Barcelona dirección Barajas. Tras ser testigos del cambio a rojo del semáforo, taxista y propietario de la naranja optan por seguir a la moto pase lo que pase, y entonces...

¡CATAPLAFFFFF!

La brusca maniobra del Skoda Octavia, saltándose el semáforo del cruce de la Avenida de América para tomar la Carretera de Barcelona, provocó el choque en cadena de al menos cinco vehículos (de ahí lo de las cinco efes de “cataplafffff”, que todo tiene su porqué) que circulaban por la calle de María de Molina ajenos todos ellos a la peligrosa persecución.

- ¡Serán patosos...! Luego me echarán la culpa a mí – se me excusa el taxista.
- Pues el golpe ha debido ser de órdago, a juzgar por el humo – le digo.

Pero a lo que íbamos, que nos pusimos una vez más a tiro de piedra de la Yamaha, envalentonados y decididos a llegar hasta el final si hiciera falta, y el final en este caso, teniendo en cuenta la carretera por la que circulábamos, no era otro que, en efecto, la ciudad de Barcelona. Y el caso es que una vez superado el desvío hacia Canillejas, habiendo dejado a la derecha la redacción de los diarios ABC y La Razón (a la derecha porque están situados ahí teniendo en cuenta la dirección en la que vamos, no por otra cosa), el taxista de pronto cambió de tema, pensé yo que inspirado por la vista de ambas sedes periodísticas:

- Sabrá usted lo que es el APC, ¿no?
- Sí claro. Aunque yo soy más lector de El País o incluso, si me apura, de El Mundo de Pedro J., la verdad sea dicha.
- No, si digo el APC, no el ABC. El Área de Prestación Conjunta.
- Ah, pues no. Me temo que no.
- Verá, le estoy tomando a usted cariño, le voy a confesar, pero ello no le exime de tener que abonar mi regreso a casa si, como parece, nos salimos de la citada área que, ya le informo, finaliza una vez dejemos atrás la localidad de San Fernando de Henares.
- ¡Córcholis!.
- Por no hablarle del suplemento a aplicar de 5,50 euros en el caso de que nuestro destino sea el aeropuerto de Barajas, le anticipo.
- ¡Recórcholis!

Y en tales disquisiciones tarifarias estábamos cuando pareciome observar que algún pequeño objeto salía despedido de la moto y... ¡clonck!, golpeaba con violencia contra el parabrisas delantero del Skoda Octavia, un objeto anaranjado...

- ¡No puede ser! ¡No la habrá tirado, la tía! – exclamé.
- ¿El qué? – dijo el taxista.
- ¡La naranja! ¡Me temo que nos ha golpeado en el cristal!
- ¿La naranja? ¿Pero entonces era verdad lo de la naranja?
- ¡Pues claro que era verdad! ¿Qué se había pensado, que soy capaz de perder la cabeza por un triángulo sacro? ¡Mi naran...!

Entonces un nuevo “clonck” en el cristal me sacó de la angustiosa duda y pude comprobar cómo un segundo trozo de la lustrosa piel del cítrico golpeaba de nuevo contra el parabrisas, dejando un pegajoso reguerillo cual si nos hubiera defecado encima algún grácil estornino o un más común gorrioncillo.

- ¡Horror! ¡La está pelando!
- ¡Qué cochina!, esas cosas no se tiran a la calzada en plena marcha.
Clonck
- ¡Haga algo, señor taxista! ¡Se la va a comer!
- No se preocupe jefe, hay tiempo más que suficiente.
Clonck
- No, no; me temo que no nos queda mucho tiempo, la tiene casi peladita ya.
- Que sí jefe, que hay tiempo, que se tiene que quitar el casco y todo, si no ya me dirá cómo se la va a meter en la boca.
Clonck
- Dígame un cosa, ¿tiene usted familia?
- No jefe, estoy solo en el mundo.
Clonck
- Ya somos dos. ¿Y seres queridos?
- Mi dedicación al taxi no me lo permite. Exceptuándole a usted que, ya le digo, le estoy cogiendo cariño. ¿Y usted, tiene seres queridos?
- La naranja nomás.
Clonck
- ¿Entonces los dos estamos preparados?
- Preparados. No tenemos nada que perder.
- ¡Cuidado, que parece que aminora la marcha para quitarse el ca.......TACLONCK!
- ¿Qué ha sido eso ahora?
- ¡El casco!, que se le ha caído y nos ha golpeado en el cristal. Ay que se la zampa... ¡Es el final!
- ¿Embisto pues, jefe?
- ¡Síiiiiiiiii!

¡COTOPLOOOOOOOOOOOOOF!

.. y entonces alguien dijo aquello de “¡corten!, ¡corten!”, pero ya todos los actores (la naranja, la pedazo de naranja peladita y todo, el maromo, la chica, el taxista y yo) estábamos espachurraditos y convertidos en sabroso, vitamínico, y refrescante DON CHIMÓN, la mejor elección, puro zumo de naranjas recién exprimidas, hecho con naranjas frescas españolas con su pulpa natural y todo y rico en vitamina C.

FIN

AGRADECIMIENTOS POR SU PARTICIPACIÓN
Y COLABORACIÓN EN LA REALIZACIÓN DE ESTE SPOT :

Cooperativa del Taxi de Madrid
Motos Yamaha
Skoda Automóviles
Real Madrid F. C.
El Corte Inglés
Carlos Baute
Empresa Municipal de Transportes (EMT)
Belén in red (por su aportación al esclarecimiento del verdadero significado y ubicación del triángulo sacro y los hoyuelos de las sacroilíacas)
Cadena COPE
MARCA
ABC
La Razón
Zara (Sección Pantalones de Talle Bajo)
Sociedad Española de Ornitología (Sección Estorninos y Gorriones)
Y a todos cuantos lectores hayan llegado hasta aquí, si es que hay alguno que ha llegado, siguiendo el accidentado periplo de la naranja, la pedazo de naranja.

(Una vez abierto conservar en el frigorífico. Agitar antes de servir)

lunes, julio 27, 2009

Relatitos: (10) La naranja (segunda parte)

Pincha aquí despacito para leer la primera parte.

Resumen de lo publicado: Sucedió que un lunes cualquiera iba nuestro hombre al trabajo en el autobús cuando de repente se le volcó la bolsa de la comida, y la naranja, la pedazo de naranja que llevaba dentro para el postre, echó a rodar y salió por la puerta del autobús en dirección a la calle, en pleno Paseo de la Castellana, a la altura del Bernabéu. Allí, un tipo que iba leyendo el MARCA le arreó tal patada que ni el mismísimo CR9, y la naranja echo a rodar por el carril bus Castellana abajo con nuestro hombre detrás, a la caza y captura. Después de pasar por increíbles vicisitudes y peligros fueron a detenerse, la naranja primero y nuestro hombre después, frente al cartel de publicidad de El Corte Ingles, en plenas rebajas. Entonces, cuando parecía sonar de fondo la suave y pegadiza melodía de Carlos Baute...

¡BRRRRRRRRRRMMMMMMMM!

¡La moto! La puñetera moto Yamaha FJR 1300 AS se me cruzó por delante de las mismísimas narices al ir a agacharme ya sin resuello para recuperar mi anhelado postre, y a punto estuvo de espachurrarnos a ambos, objeto perseguido y sujeto perseguidor. Sin embargo, el hábil conductor logró esquivar ambos obstáculos sin apenas reducir la marcha, y cuál fue mi sorpresa al contemplar cómo en un alarde de acrobática y casi circense habilidad, la ágil y esbelta muchacha que viajaba como “paquete” desabrazose del maromo conductor y extendió su brazo izquierdo para atrapar el cítrico, continuando la Yamaha su camino para tomar dirección hacia la Avenida de América, es decir, Joaquín Costa arriba, dejando ya el Paseo de la Castellana.

- ¡Taxi, taxi!

Quién me iba a decir a mí que una situación de tanta emergencia y de tan incierta resolución, como era en definitiva la de la cada vez más cercana pérdida de mi añorada naranja, iba a suponer sin embargo que se viera hecho realidad uno de los sueños que de niño siempre tuve, que no era otro que el de poder espetarle a un taxista, poniendo cara de interesante, aquello que tantas y tantas veces había oído en las películas:

- ¡Siga a esa naranja!, digo..... ¡siga a esa moto!
- ¿Cómo dice, señor?
- ¡Digo que siga a esa moto, la de la naranja!
- ¿A que moto se refiere? Yo no veo ninguna moto naranja.

Tras hacerle al taxista un breve resumen de lo ocurrido para que se aclarara de una santa vez (véase el "Resumen de lo publicado"), conseguí que éste se pusiera por fin a rebufo de la Yamaha - que ya subía por Joaquín Costa a todo trapo - a regañadientes primero, pero complaciente después una vez que se hubo percatado de la ajustada indumentaria que tenía a bien lucir la ágil “señorita paquete”, cuyos pantalones de talle bajo, por no decir bajísimo, dejaban a la intemperie lo que en lenguaje científico viene a denominarse “triángulo sacro” y a conocerse en lenguaje metafórico sencillamente como “hucha”.

- Así que una naranja, ¿eh pillín? Qué pasa, que le pone la chavala, ¿no?

Por no ponerme a discutir y arriesgarme a que el taxista no quisiera participar en la persecución, opté por decirle que sí, que estaba bien buena, y el tipo pareció darse por satisfecho con mi nueva versión. Y satisfecho también con la panorámica al parecer, porque pegaba el morro del taxi tanto tanto a la rueda trasera de la Yamaha que a punto estuvimos al menos en un par de ocasiones de tragarnos enterito el sacrosanto triángulo de la moza.

- ¿Pues sabía usted que esos pantalones son malísimos para la salud?
- Desde luego, si no se separa un poco usted de la moto ya lo creo. ¡Nos la vamos a pegar gorda!
- No hombre, no, no se preocupe que está usted en manos de conductor experimentado. Lo contaban el otro día en la COPE. Me refiero a que al ir tan ceñidos a la altura de la caderita pueden llegar a estrangular un nervio que hay por ahí, provocando una sensación de adormecimiento en los muslos que se conoce con el nombre de parestesia. ¿No ha oído usted hablar de ello?
- Pues no. Si le digo la verdad no. No suelo escuchar la COPE... ¡Cuidado!

Mi grito de alarma hizo que el taxista pegara un brusco frenazo en mitad del túnel de Joaquín Costa, que si bien provocó que mi frente fuera a rebotar contra la parte trasera del reposacabezas del conductor, al menos evitó, y ése era su propósito, que el Skoda Octavia del taxista se fundiera en un solo cuerpo con la Yamaha del maromo, con lo cual ya me di por satisfecho. Sin embargo, y ante tal despropósito, el motorista pareció apercibirse de nuestras erótico-festivas intenciones - bueno, las mías en realidad no, las mías eran sencillamente gastronómicas - y arreole tal acelerón a la Yamaha que en un abrir y cerrar de ojos desapareció de nuestro campo de visión perdiéndose entre coches y autobuses, de manera que desde el cruce con López de Hoyos hasta la Avenida de América llegué a dar definitivamente por perdida mi naranja.

- ¡Me cago en la leche!... snif.
- No se vaya usted a poner a llorar hombre, que se me llevan los demonios...

El caso es que otra cosa no, pero perseverante a la par que sensiblón resultó ser un rato el taxista, con lo cual tras realizar el tío un par de maniobras altamente peligrosas imbuido por la visión de mis lágrimillas, tuvimos todavía tiempo para observar cómo moto, maromo, naranja y muchacha, esta última con su hucha y todo, giraban a la izquierda y tomaban dirección Barajas enfilando la Carretera de Barcelona.

- ¿Los sigo, jefe? – me dice el taxista contemplando cómo irremediablemente el semáforo se nos va a cambiar de color en las mismas narices.
- ¡Adelante! – alcanzo a contestar con determinación y gesto heroico secándome el lagrimal, siendo testigo de cómo la luz del semáforo luce no ya roja, sino más bien colorada como un tomate.

¡CATAPLAFFFFF!

(continuará)

jueves, julio 23, 2009

Relatitos: (9) La naranja (primera parte)

Joder, si es que la miro y la remiro y me da la sensación de que va a reventar en cualquier momento..., ¡qué pedazo de naranja!

Llevaba un lunes cualquiera en la bolsa de la comida una naranja con una pinta estupenda, de esas que van del-árbol-a-su-mesa, y al subir al autobús nº 147 camino de la oficina, coloqué la bolsa con el tupperware, los cubiertos, la servilleta y la pedazo de naranja en cuestión entre las piernas, pero en una maniobra brusca del conductor la bolsa zozobró. Quiso la mala suerte que hubiera cogido sitio frente a la puerta de salida, y claro, debido a una ligera inclinación lateral que adopta el autobús, no sé por qué, cada vez que se detiene, resulta que la naranja, la pedazo de naranja, echó a rodar hacia la puerta justo cuando ésta se abría, que ya es fatalidad, de manera que el apetitoso fruto dio a parar con sus gajos en pleno Paseo de la Castellana. A la altura del Bernabéu, para más señas.

Mi primera reacción fue cerrar los ojos y decir “hostias”, pero la segunda, ágil y rápida, fue pegar tal brinco que en un abrir y cerrar de ojos me planté con decisión en la calle antes de que el bus cerrara las puertas y arrancara, aunque faltaran todavía para mi destino por lo menos siete paradas más, dirección Castellana arriba. Entonces fue cuanto aquel transeúnte que caminaba Castellana abajo leyendo el MARCA arreole a la naranja un puntapié de los que hacen historia, no sé si por hacerle los honores al futbolístico paisaje que le servía de fondo o porque sencillamente no se dio ni cuenta del paso del cítrico, rueda que te rueda, por delante de sus mismísimas narices, estando como estaba absorto en la lectura.

De nuevo grité lo de “hostias” y eché a correr también yo Castellana abajo sin que el tipo del MARCA se inmutara ni lo más mínimo ante mi reacción, transformándose para mí el carril bus por el que ahora rodaba a toda prisa la naranja, toda golpeadita la pobre, en improvisada calle como si de una prueba de velocidad se tratara, tal era mi acelerada persecución del jugoso y travieso cítrico al que ya me parecía verle hasta patitas, de lo jodidamente deprisa que corría en sentido contrario al de mi dirección original.

- ¡Hostias, el 27!

Para toda aquel que no frecuente la concurrida zona en la que vienen transcurriendo los imprevistos acontecimientos hasta el momento relatados, podrán resultar absurdas y enigmáticas mis exclamativas palabras. Pero no, no lo son en absoluto, porque al avanzar tanto la naranja como servidor por el carril bus en dirección contraria a la que habitualmente lo hace el transporte municipal, quiso el destino o la fatalidad (o sencillamente, qué coño, que era lo lógico) que un autobús de la línea 27 - de esos dobles que son enormes - acabara apareciendo dirigiéndose hacia nosotros y ocupando todo el estrecho carril bus. Fue levantar la cabeza y verlo venir y adueñose por un momento de mi la misma sensación que se tiene (o que se tendrá, digo yo, porque a mi nunca me ha pasado) cuando se está atado en una vía y el tren se acerca chufla que te chufla sin posibilidad de que ni persona ni máquina se echen a un lado para evitar la desagradable y sangrienta tragedia, con el agravante en este caso de que los implicados en el choque habrían de ser tres: máquina, persona y naranja.

Pero la suerte parecía estar ahora de nuestro lado, de manera que la naranja pasó como si tal cosa por debajo del autobús nº 27, continuando su recorrido Castellana abajo, mientras que yo... yo no pasé por debajo, pero mis todavía admirables reflejos permitiéronme completar un ágil y brioso salto hacia mi derecha en el momento oportuno, para dejar paso al vehículo y recuperar a continuación el carril ya expedito, emprendiendo de nuevo la sudorosa y acalorada persecución interrumpida.

Insistiendo en que habrá quien no conozca el camino del que tanto la naranja como mis aceleradas piernas habían dado a estas alturas buena cuenta, detallaré que una vez recorridos unos novecientos setenta y cinco metros desde el referido estadio madridista, siempre, ya digo, Castellana abajo, cualquier objeto rodante acabaría por atravesar, si no se topa antes con ningún obstáculo imprevisto, el que sin duda es uno de los pasos de peatones más concurridos de la ciudad: el de El Corte Inglés.

Así que al observar, vista al frente, al final del recorrido las numerosísimas piernas que pisoteaban las franjas blancas del paso de peatones hacia el que irremediablemente la naranja se dirigía a toda velocidad, no me quedó otra que volver a exclamar “hostias” y apretar los dientes - primero exclamar y luego apretar, que las dos cosas a la vez no se puede – echando el resto en el acelerón final para agarrar la fruta antes de ser ésta vilmente pisoteada por culpa, en definitiva, de las rebajas de verano de los susodichos almacenes.

Pero no. Por suerte una vez más, la naranja alcanzó el peligroso paso justo cuando el semáforo se cerraba al tránsito peatonal y se abría, por consiguiente, a vehículos y naranjas o a cualesquiera otros objetos rodantes que en aquel momento tuvieran a bien circular por el Paseo de la Castellana abajo, tales como sandias, melocotones o incluso aceitunillas, por qué no. Y fue en ese preciso instante, al atravesar el paso de peatones, cuando finalmente la naranja fue poquito a poco aminorando su marcha, quizás debido a la propia pérdida de inclinación del carril bus, o a un cambio brusco en la dirección del viento, o al mismo cansancio del cítrico, o yo qué sé a qué, pero el caso es que al final se detuvo, todo lo gordita que era, todavía la mar de apetitosa ella pese a los avatares sufridos, bajo el puente de Raimundo Fernández Villaverde. En plena sombra.

- ¡Dios mío! – llegué a pensar - ¿Se habrá detenido la naranja única y exclusivamente para contemplar el enorme cartel publicitario que adorna la fachada Este del centro comercial famoso allende los mares? ¿Tan sugerente y embaucadora resulta ser la imagen del sonriente Carlos Baute tomando por la cintura a dos muchachas de buen ver en biquini, todos cargaditos de bolsas, al tiempo que hasta de fondo parece oírse la consabida cancioncilla de “te envío poemas de mi puño y letra...", número 1 de los 40 Principales?

¡BRRRRRRRRRRMMMMMMMM!


(continuará)

martes, julio 21, 2009

La luna en el mar riela


La canción del pirata (José de Espronceda) es uno de los típicos poemas que muchos nos sabemos, o nos hemos sabido, prácticamente de memoria. No pasa nada por saberse un poema de memoria. Hay gente que recita poemas de memoria como hay gente que se sabe de carrerilla la lista de empresas del Ibex35, o la evolución del euribor de enero a diciembre, o, yo qué sé, el porcentaje de los impuestos que determina la corresponsabilidad fiscal en el nuevo modelo de financiación de las comunidades autónomas, pongamos por caso.

Yo estos días, de tanto y tanto leer y ver informaciones sobre el tan cacareado 40º aniversario del primer viaje del hombre a la luna, no hago más que acordarme del verso de La canción del pirata que decía que “la luna en el mar riela”, y como lo de la luna está ya a estas alturas más que trillado (qué voy a conta yo que no haya contado ya, y mejor, el pesado de Jesús Hermida) me voy a centrar en el post de hoy en el tan maravilloso como poético significado del verbo “rielar” (brillar con luz trémula). Por tanto - relájense, amigos - no voy a hacer ni una sola referencia más ni al mercado bursátil, ni al interbancario, ni mucho menos a la ministra Salgado, quien da - todo hay que decirlo - mucho menos juego que el añorado Solbes.

Durante el breve pero fructífero periodo en que ejercí como docente... (ya estamos con la batallitas del “profe”), siempre que en clase comentábamos el poema de Espronceda, el verso “la luna en el mar riela” era como invisible, todo el mundo se lo saltaba. Normal, a ver quién era el listo que sabía qué narices significaba “riela”. Entonces era cuando el profe – o sea, servidor - ponía gesto de interesante y preguntaba aquello de “¿no me digáis que no habéis oído nunca la palabra “riela”?

- Pues no, ni tú tampoco - di la verdad, profe - hasta que no leíste La canción del pirata, tío listo.

Y tenía toda la razón, el alumno aventajado. Existe incluso la teoría, no sé si acertada o no, de que el verbo “rielar” lo inventó el propio Espronceda de manera involuntaria, pues al parecer no está documentado antes de 1835. Tengo que confesar que yo no lo he comprobado, ¿eh?, que últimamente ando un poco mal de tiempo, liadillo que estoy con otras cosillas. Quien defiende esta teoría argumenta que el poeta quiso utilizar “rehilar” (moverse como temblando), y añado yo que a lo mejor lo que pasó es que no le funcionó correctamente el corrector ortográfico del word y se lo cambió por “rielar”. Esas cosas pasan. El caso es que la imagen que utilizó Espronceda, venga de donde venga, es tan sugerente y poética, y tiene tanta fuerza, que a partir de entonces este limitado verbo se emplea, cuando se emplea, casi exclusivamente aplicado al reflejo de la luna en el agua, a esa imagen que parece temblar con el leve movimiento de las olas.

Yo era un pequeñajo cuando el hombre llegó a la luna. Qué bien suena, lo de “el hombre”, como si todos hubiéramos estado allí, y qué poca gracia debe hacerle la expresión a M. Collins, que después de ir hasta allí tuvo que quedarse en el módulo de mando, el pobre, y no llegó a pisar la luna. No obstante, a mi la impresión que me queda es que el bueno de Collins no se perdió gran cosa, que la luna vista de cerca es fea de cojones y que pierde toda su magia y magnetismo que desde aquí a lo lejos le otorgamos. Que no riela ni un poquito, vamos.

Es más, para mí que al dichoso “hombre”, llegar a la luna no le sirvió nada más que para recrearse en lo fantástica y preciosísima que es la tierra. No hay más que ver cualquiera de la fotografías que desde la superficie de la luna se hicieron de nuestro planeta para darse cuenta de que no hay color. Lo único que si acaso le faltaría a la imagen de la tierra para alcanzar la perfección sería poder reflejarse en el mar, para que el poeta pudiera decir que “la tierra en el mar de la luna riela”. Pero claro, en la luna lunera no hay ni mar ni na de na.

Quizás sea por ello que el recuerdo más nítido que yo guarde de la llegada del hombre a la luna sea precisamente - y no es por fastidiar - el del regreso, el del módulo cayendo en medio de la inmensidad del océano. Sería como si, quién sabe, la misión no hubiera regresado satisfecha de su trabajo y tratara, en un último y desesperado intento, de encontrar en el mar el anhelado y trémulo reflejo de la luna, con toda la fragilidad y poesía que allí arriba nunca encontró.

miércoles, julio 15, 2009

Reflexiones de verano, uséase insustanciales (1) La frasecita

“Te dejo María Luisa que entramos en el túnel y seguro que se corta..., Maria Luisa”

Esta mañana he escuchado esta frase y no hago más que darle vueltas y más vueltas, no me la quito de la cabeza. Y es que la frasecita tiene su miga, aunque supongo que no se entenderá del todo fuera de contexto. Es lo que tienen algunas frases, las jodías, que las sacas de contexto y no hay Dios que las entienda. Así que paso a detallarlo. El contexto, digo:

Resulta que servidor utiliza generalmente para desplazarse hasta el centro de trabajo el transporte público, y más concretamente el Metro de Madrid. A las 08:40 horas, minuto arriba minuto abajo dependiendo de determinadas y complejas circunstancias y aconteceres que no viene al caso detallar, servidor se halla un día sí y otro también (con la excepción de los fines de semana, faltaría más), haciéndose hueco entre la muchedumbre metropolitana para tratar de acurrucarse somnoliento en el rincón del vagón más desocupado, si lo hubiere. Pues en este caso lo hay, porque al tratarse de un 15 de julio encuéntrome con el panorama asaz espacioso y despejado sobremanera, con lo cual procedo a sumirme sigilosa y cómodamente en la provechosa lectura que me ocupa, el capítulo que lleva por título “Gasipum y popotraques”, perteneciente a la densa y sustancial obra “El gran gigante bonachón”, de Roald Dahl.

Imagino que todavía no se va entendiendo la frase, así que permítaseme que siga abundando en el contexto:

08:45 horas. Una vez descubierto, debido a mi atenta lectura, que el “gasipum” y los “popotraques” son el nombre que les dan los gigantes gigantones a sendas guarrerías gaseosas, la atención de mi atenta lectura (valga la redundancia) resulta desviada por la profunda y sugerente voz de una pasajera nada somnolienta, que habla por su teléfono móvil con determinación, ajena a toda emanación gaseosa que pudiera producirse procedente del tracto digestivo de cualquier disimulado y sospechoso viajero, ya sea a través de boca (gasipum) o ano (popotraque). Y así de paso dejo constancia de lo que significan ambos términos, que me da que no había quedado muy claro todavía.

“Te dejo María Luisa que entramos en el túnel y seguro que se corta..., Maria Luisa”.

Bien, ya tenemos la frasecita de marras. Pero falta añadir un importante dato en el dichoso contexto que resulta necesario aclarar más pronto que tarde:

Se trata de que la empresa METROCALL, participada por TECNOCOM con un 60 por ciento y por METRO DE MADRID con el resto, esto es, un 40 por ciento – puesto que está más que de sobra comprobado que 60 más 40 suman cien en total – es la compañía encargada de ofrecer cobertura de telefonía móvil en el interior del metro gracias a la implantación de toda una red de antenas y cables por el recorrido suburbano, y es que hoy las ciencias avanzan que es una barbaridad.

Pues una vez aclarado del todo el dichoso contexto, ahora sí que sí, voy y me pregunto yo: ¿se verá interrumpida la comunicación del móvil en el metro cada vez que entras en un túnel tal y como viene a sospechar la desconfiada pasajera? Si la famosa empresa METROCALL se ha gastado una pasta gansa en dar cobertura bajo tierra a los sufridos e incomunicados usuarios del Metro de Madrid, ¿no habrá previsto ya de paso que la cobertura se mantenga también dentro de los oscuros, misteriosos y en ocasiones interminables túneles que separan una estación de la siguiente en riguroso orden espacio-temporal? Vamos a ver; si tú ya estás, criatura, bajo tierra (en el sentido más vital y vivaracho de la expresión) ¿qué más dará – a efectos de lo que es la red de telefonía móvil o celular - si estás dentro de un túnel con la mirada perdida en la más absoluta oscuridad o estás, por el contrario, detenido en la iluminada y ultramoderna estación de, pongamos por caso, Mar de Cristal, de bello y sugerente nombre?

Pero el caso es que la señora apagó su móvil dando por finalizada la conversación, con lo cual me quedé sin poder comprobar qué hubiera sucedido dentro del túnel y si eran fundadas sus terribles sospechas. Así que a ver si alguien sacarme pudiera de esta duda que me corroe hasta el punto de mantenerme en un sinvivir. Porque tú fíjate cómo será el comecome, que a puntito estuve, una vez vivido lo aquí relatado, de sacar yo mi propio móvil dentro del túnel y realizar in situ la comprobación. Listo y sagaz que es uno, jeje, no me digáis que no.

Pero claro, vete tú a saber ahora cuál es el número de teléfono de la tal Maria Luisa.