lunes, junio 29, 2009

¡Alto o disparo!

- ¡Alto!

A veces, la puñetera vida o jodida existencia te depara sorpresas en extremo desagradables y te toca, quieras o no, enfrentarte tú solito a situaciones de tan inusitada como superlativa tensión en las que no te queda otra que recurrir, si no queremos que la cosa desemboque en desenlace trágico, a las naturales armas o recursos con los que la misma naturaleza humana ha tenido a bien dotarnos. Por ejemplo, el lenguaje.

- ¡He dicho alto!
- ¿Es a mí?
- Sí, a ti. ¡Alto!
- Bueno, muchacho, yo te lo agradezco, lo de alto, pero, ¿sabes?, hace unos años sí, podría haberse considerado que servidor era un tipo más o menos de buen talle, y prueba de ello es que encontrábame muy por encima de la media de mis compañeros de pupitre, a la sazón muchachos imberbes todos como tú; pero ahora, ¡ay amigo!, ahora con lo que vienen despuntando las nuevas generaciones como la tuya, en lo que bien pudiera denominarse como la era post colacao, o post petisuis, o incluso post leche collantes, la que hace a los niños gigantes, ya no se puede afirmar sin caer en la mentira que mi aspecto responda al de una persona muy alta, más bien diríamos que... normalita.
- ¡Cállate! ¡Alto o disparo!
- Verás, muchacho..., ¿tú has pensado bien lo que vas a hacer y lo que ello supone, o, dicho de otra manera, has considerado o reflexionado mínimamente acerca de las consecuencias lógicas que tu conducta pudiera acarrear a posteriori?
- Sí. Apretar el gatillo y sanseacabó.
- Vale, vale, las levanto. Pero déjame, déjame que sin moverme ni lo más mínimo y sin apenas respirar te cuente algo que pudiera modificar tu decidida voluntad de apretar el gatillo y sanseacabó, como tú mismo has definido la sucesión acción/consecuencia que te dispones sin más dilación a perpetrar, me temo.
- ¡Más arriba, las manos!
- Vaaaale. Verás, resulta que..., mi mente, digo yo que inspirada ante tal situación de tensión y mieditis como la que ambos dos estamos viviendo..
- Yo no tengo mieditis.
- Bueno, ante la situación de tensión y mieditis que servidor está viviendo, mi mente me retrotrae a la época en la que uno era, como tú, un simple muchacho...
- Yo no soy simple. ¡Voy a disparar!
- No, no. No digo que tú seas simple, sino que yo sí que lo era, y que claro, en realidad todos los niños tienen algo de... inocentes.
- Yo no soy inocente. ¡Voy a disparar!
- Estooooo... vale, vale, cambiemos de tema pues. Oye, resulta de verdad impresionante, créeme, el arma que portas.
- Mi dinero me ha costado...
- No me extraña ni lo más mínimo. Fíjate, abulta más que tú...
- ¿Me estás llamando pequeñajo? ¡Quietooooo!
- No te preocupes que ni me muevo. Sólo iba a verla más de cerca, porque de verdad que es impresionante. No es que tú seas pequeño, no. Es que el artefacto ostenta un tamaño digno de toda mención.
- Se trata de una Super Soaker Artic Blast, y cierra ya tu sucia bocota.
- La cierro, la cierro porque sin palabras me dejas, muchacho. Eso debe ser lo último de lo último.
- La estreno hoy. ¡Estate quieto!
- Pues déjame que te felicite, porque a la vista salta que has adquirido un artilugio que resulta ser todo un alarde de diseño y tecnología.
- Ya te digo. ¡Arriba las manos! ¡Voy a disparar! Ahora sí que sí.
- Oye, ¿y esa especie de cajoncito que tiene ahí abajo, para qué es?
- Eso es pa’l hielo.
- ¿Hielo para qué, muchacho?
- Para mantener a una temperatura cercana a los cero grados centígrados, antes denominados Celsius, el liquido elemento que, como resultado de la aplicación del Principio de Pascal y dada la presión que el gatillo ejerce sobre el depósito, el cañón acabará por expulsar en dirección a la víctima elegida. Es decir.... pa'que el agua salga bien fresquita. ¡Tomaaaaaa!
- Ahhhhhh.

Mira que me sientan a mí mal, las dichosas pistolitas de agua.

viernes, junio 26, 2009

Relatitos: (8) Lío de fechas

Salí de la biblioteca tan contenta con mi libro entre las manos y emprendí directamente camino hacia el parque más cercano con la intención de sentarme en un banco y comenzar a devorarlo. El libro, no el banco, por supuesto. - ¡Joder! - dije en voz alta - ¡por fin lo pillo!...

Llevaba detrás de él un par de años, y no había manera.

Me lo había recomendado una antigua profesora que tuve en una academia del barrio de Tetuán, justito detrás de la Plaza de la Remonta, en la que durante 2007 hice el curso de Decoración e Interiorismo que acabó por cambiarme la vida. Resulta que al poquito de terminar el curso fui contratada, gracias al contacto de una amiga - y también a mi buena pluma, todo hay que decirlo -, como directora de contenidos de la web “DECOCINAPUNTOCOM”, especializada, evidentemente, en decoración y en mobiliario de cocinas. Gracias a ello pude abandonar mi anterior ocupación de diseñadora de figuritas, velitas y otros complementos de repostería, en la que llevaba ejerciendo más de quince años, ridículamente retribuida pese a haberme especializado como me había especializado en la creación de muñequitos para tartas nupciales, que siempre, quieras que no, tienen más tirón.

Me venía además de perlas el paseíto hasta el parque para poder abstraerme por unos instantes del problema que me traía desde hacía días de cabeza, consistente en cómo narices instalar en una cocina de menos de doce metros cuadrados un horno de doble función, un novedoso modelo con dos cavidades diferenciadas e independientes que permiten cocinar sendos platos a la vez sin que se produzca lo que técnicamente denominamos en la profesión como “batiburrillo de olores y sabores”, lo cual resulta de lo más desagradable, imagínate el panorama.

El libro se titula, no lo he dicho, “El quid de la cocción”, y resulta ser – lo aclaro para quienes no sean entendidos en la materia – el principal tratado y autoridad en lo que a cómo distribuir los electrodomésticos en una cocina respecta. Que si no hay mejor sitio para la nevera que el rincón que menos estreche el paso; que si nada mejor para el lavavajillas que la pared en la que nunca pega el sol directamente; que si la línea de trabajo jamás debe estar dividida en dos partes, y menos enfrentadas la una a la otra...

Teniendo como tengo la... costumbre – iba a decir “fea”, pero fea tampoco es, qué leches – de cotillear, cada vez que saco un libro de la biblioteca, las sucesivas fechas que quedan reflejadas en el papelito destinado a que los sucesivos usuarios sepan cuándo tienen que devolver el ejemplar si no quieren ser sancionados con la retirada del carné por un tiempecito, que a mi me ha pasado unas cuantas veces, me resultó extraño observar que la fechas de las últimas devoluciones eran “24 oct 1987” y “20 feb 1990”. Y luego nada.

Lo primero que se me ocurrió – despierta que es una – fue consultar la fecha de edición del libro, pues deduje por lógica que un manual de tales características, para ser recomendable como lo era éste, no debería tener más de diez o doce años a lo sumo. Y es que los diseños de cocina se pasan de moda con sorprendente rapidez y facilidad, no te imaginas cómo, y está bien que así sea, porque ello asegura precisamente la continuidad y la rentabilidad de nuestro trabajo.

“Primera edición: enero 2006”, decía una línea más abajo de la que anunciaba el nombre del ilustrador de la cubierta, dato este último que también llamó mi atención, un tal Espotorno Deleña, con el apellido, eso sí, escrito sin hache intercalada entre la “t” y la “o”, como hubiera sido de esperar.

- ¿Cómo es posible? - me dije - ¡Aquí hay gato encerrado! No tanto por lo del nombrecito del ilustrador y por lo de la “h”, que también, sino, sobre todo, por lo de las fechas. Y de inmediato eché a correr calle abajo de vuelta a la biblioteca.

- ¡Señorita! – le dije al llegar a la bibliotecaria poniendo el libro sobre la mesa y con gesto desafiante, no sé por qué, porque tampoco era para tanto – ¡Aquí tiene que haberse producido un error en las fechas!
- Disculpe - se excusó. - En efecto, ha debido de producirse un error. Ahora mismo lo soluciono.

Dicho y hecho. Con extremada tranquilidad y sin mostrar la más mínima alteración en su rostro, la bibliotecaria agarró el libro ante mi actitud incomprensiblemente chulesca y violenta, se ausentó con él bajo el brazo unos segundos, no más de quince, y regresó con las manos vacías pero, eso sí, con gesto y aspecto rejuvenecidos.

- Asunto solucionado – concluyó.

Y así ha sido cómo finalmente he regresado a mi antiguo trabajo, tras aceptar que el mundo del diseño y la decoración de cocinas no era lo mío. El caso es que ahora mismo estoy diseñando un vestidito de novia comestible, una reproducción en miniatura de un diseño italiano en raso y organza, modelo Velina, que va a ser la sensación de la próxima edición de la Feria de la Pastelería Nupcial y Complementos (FEPANUC’94), a la que espero asistir si las fechas me lo permiten.

A las fechas de celebración del evento me refiero, claro.

martes, junio 23, 2009

El análisis

Laboratorio de Análisis Clínicos “Tinco Laguja”, 08:30 AM.

- Hola buenos días.
- Buenos días. Qué vienen ustedes, ¿a hacerse una analítica?
- Bueno, a las niñas, ya sabe, como han terminado el cole, aprovechamos ...
- Vale, vale. No se enrolle que no tengo toda la mañana, A ver si me va a contar ahora lo de que las notas muy bien, que las vacaciones ya están aquí, que si la playa, que si la piscina...y al final se nos va todita la mañana, que le veo venir. Pase, pase con las dos.
- Bueno, verá, yo... mi idea es que pasara la mayor primero, que la otra no se cosque del asunto, usted me entiende, y luego ya...
- Ah, que son ustedes de los que les dicen a los niños que van al médico a que les den caramelos, ¿no? ¿No se da cuenta de que lo único que conseguimos así es transmitirles todos nuestros miedos?
- ¿Nuestros miedos? ¿Tenemos miedos usted y yo?
- Concretamente, me estoy refiriendo al padre de las criaturas.
- Ah, creí que lo decía por mí.
- ¿Qué pasa, que no es usted el padre?
- Si, claro. Si no de qué las voy a traer.
- Pues entonces sí lo digo por usted. Ande, relájese un poquito y después pasa con las dos. Por ese orden.
- ¿Y no será mejor, insisto, que pase primero la mayor y que la peque se quede mientras fuera, al regazo y protección de su querida madre?
- Usted verá, que es el padre.
- ¿El padre de quién?
- Pues de la niña, de quién va a ser. Oiga, le encuentro a usted un pelín nervioso. Relájese de una vez, que son un par de pinchacitos de nada y terminamos.
- ¿Un par?
- Sí, claro, uno por niña. No querrá que las ponga a las dos juntas y las atraviese de un solo pinchazo, ¿no?
- No, no. ¡Qué horror!
- ¿Cómo te llamas, guapa?
- Se llama...
- Oiga, perdone, ¿no ve que la estoy preguntando a ella más que nada con la intención de que abstraiga su mente con el fin de relajar las posibles tiranteces que la muchacha pudiera tener alojadas en su sistema nervioso debido, en gran medida, a la tensión que a veces los propios padres, sin darnos cuenta, les trasmitimos a nuestros queridos vástagos con el afán - loable, yo no digo que no - de sobreprotegerlos en exceso?
- ¿Podría repetir la observación, que con la tensión no he acabado de enterarme?
- Nada, nada, no he dicho nada. Ya está ¿Has visto qué fácil, guapa? ¿A que no te ha dolido?
- No.
- Ea, pues que pase la peque.
- Eso, eso, que pase...
- ¿No va a ir usted a buscarla o qué?
- ¡Cierto! Será mejor que salga yo, su padre, a buscarla con toda la decisión y firmeza que a un cabeza de familia deben caracterizan, porque la criatura no va a venir por su propio pie, claro, qué tonto, y menos estando como estará, ya le digo, tan a gustito y relajada en los brazos siempre cálidos y acogedores de su querida madre, quien desde el momento de la concepción la acogió en su vientre protegida de toda amenaza externa, e ignorante ella – la niña, no la madre - del ingrato y desagradable operativo que ahora la espera tras la puerta que delimita y separa esta fría sala de punción de la también fría, pero al menos alejada de todo peligro y amenaza, salita de espera contigua. Así que, si me lo permite, allá que me dirijo sin más dilación, con decidido y frío gesto de resignado padre, sabedor de que, pese al cruel y sanguinario sufrimiento que causarle pudiera la vampírica operación de succionado hematológico, en el fondo y a la larga ello va a resultar, no me cabe casi duda, beneficioso para la salud y bienestar de su pequeño y delicado organismo, diosmiodemividaydemicorazon.
- Hay que ver lo que son los nervios, ¿eh?

- Ea, pues ya estoy aquí con la pequeña.
- Muy bien. Mira bonita, te voy a explicar lo que vamos a hacer, verás qué divertido, no te preocupes y tú estate quietecita, ¿vale?
- Vale.
- Tú primero te sientas ahí, encima de papá para que estés más alta, y pones el bracito aquí encima. ¿Pero por qué no te estás quietecita?
- Yo no soy. Son las piernas de papi.
- Mira, mejor siéntate en la silla. Te decía que pones aquí el bracito, yo te limpio con este algodoncito mojadito en este frasquito, te ato esta gomita aquí arriba, un poquito fuerte pero no mucho, y después cojo esta agujita tan pequeñita y te pincho un poquito así, no te muevas, verás qué bien, ¿ves cómo se van llenado los tubitos de sangre?
- Sí. Qué chulo.
- Muy bien, pues ya está. ¿Ha visto usted, señor, como es mucho mejor no meterles el miedo en el cuerpo a las criaturas?... ¿Señor?, ¿señor?

jueves, junio 18, 2009

Indignación

“El 25 de junio de 1950, unos dos meses y medio después de que las bien adiestradas divisiones de Corea del Norte, armadas por los soviéticos y los chinos comunistas, penetraran en Corea del Sur cruzando el paralelo 38 y se iniciaran los sufrimientos de la guerra del Corea, ingresé en Robert Treat, una pequeña universidad en el centro de Newark...”

Así comienza “Indignación”, la última obra de Philip Roth, libro que no es, en contra de lo que pudiera parecer, una novela sobre la guerra. O quizás sí que lo sea, pero no sobre la Guerra de Corea, sino sobre todas las guerras, de manera especial sobre la que cada ser humano libra contra el resto del mundo e incluso consigo mismo.

He de confesar, o mejor advertir, que no soy ni mucho menos un gran conocedor de la obra de Philip Roth. Es más, más bien soy un ignorante, porque “Indignación” en la única novela que he leído del que dicen que es uno de los más grandes autores norteamericanos vivos. Y su lectura me ha descubierto a un verdadero maestro de la narración y un diseccionador de la sociedad americana, con sus grandezas y sus miserias. Todo ello aunque la novela, o así a mi me lo parece, tenga sus más y sus menos.

Con el trasfondo histórico de la Guerra de Corea, lo que en realidad “Indignación” narra es el proceso de adaptación de un muchacho de origen judío y de familia humilde a la vida de una universidad tradicional, conservadora y de estrictas costumbres religiosas, adonde ha ido a parar tratando de evitar la llamada a filas y huyendo de las manías de su padre, un carnicero kohser (según el rito judío) que no ha sido capaz de aceptar el salto a la vida adulta de su hijo y que vive obsesionado con que al chico tarde o temprano le va a ocurrir cualquier desgracia.

Sorprende que de golpe y porrazo el carácter de Marcus Messner, un chico ejemplar, bien educado y “políticamente correcto” mientras vive con sus padres y trabaja en la carnicería, pueda cambiar con su llegada a la Universidad de manera tan drástica. Nada hay que nos anuncie previamente un carácter tan rebelde, sino más bien todo lo contrario. Da la sensación de que aquí Roth no “pone a calentar” lo suficiente al personaje y lo saca a jugar a mitad de partido, y claro, a uno (al menos a mí) le cuesta aceptar el comportamiento del muchacho, que de repente parece enfrentarse a todo cuanto le rodea, se pelea con sus compañeros de habitación a las primeras de cambio, le planta cara al mismísimo decano y le “vomita” toda su indignación haciendo suyas las teorías más agnósticas del mismísimo Bertrand Russell.

Luego está lo del sexo con Olivia. Mientras Marcus se ve una y otra vez obligado a batallar y pelearse con todo el mundo para conseguir su objetivo, que al final no es otra cosa que sacar buenas notas y librarse de ser llamado a filas y de morir en el frente de batalla, resulta que da con una chica que, a diferencia de su compañeros de habitación, de su padre, del decano, de las obligaciones religiosas..., no le opone ninguna resistencia. Vamos, hablando claro, que se la chupa a las primeras de cambio. El suceso no le provocará indignación en este caso, pero sí un enorme desconcierto que será tanto o más inconveniente para su trágico futuro.

Pero el mayor acierto de la novela de Roth reside en la existencia de un tercer nivel narrativo perteneciente más al terreno de lo simbólico que al de lo real, y que complementa a la perfección a los otros dos niveles, el de la historia real (la adaptación de Marcus a la Universidad) y el del trasfondo histórico (la Guerra de Corea). Me refiero a la alegoría de la sangre. ¿La sangre como símbolo de qué? Pues no lo sabría definir muy bien, quizás en eso resida precisamente el interés de los símbolos, al menos en literatura, en esa cierta indefinición que abre posibilidades más que las cierra. Pero es evidente que una sutil línea argumental atraviesa la novela de principio a fin, comenzando en la carnicería, en el ritual judío antes aludido consistente en desangrar por completo a los animales, en los delantales y mostradores manchados de sangre y vísceras, en cuchillos que van y vienen...; que continúa con la huella del intento de suicidio dejada por los cortes de cuchilla en la muñeca de Olivia; y que finaliza en la trinchera de la colina coreana, en las heridas de bayoneta que acaban finalmente – y no descubro nada que no se pueda descubrir - con la vida del personaje.

En efecto, el autor no opta, que hubiera podido hacerlo, por la sorpresa final. Al contrario, casi desde el principio ya sabemos que Marcus ha muerto, que el personaje rememora su vida desde un estado confuso – Roth tampoco lo acaba de dejar bien claro – entre la muerte y la agonía, pero que en cualquier caso acabará por expirar definitivamente sin haber sido capaz de asumir, por culpa de su indignación, aquello que el loco de su padre se empeñaba en demostrarle: “la terrible, la incomprensible manera en que las elecciones más triviales, fortuitas e incluso cómicas obtienen el resultado más desproporcionado”.

Quizás, no sé, lo que al final Roth quiera decirnos es que ahí, en lo absurdo de la muerte, en la inocencia de la sangre derramada, es en donde debería residir el verdadero y único motivo de toda nuestra indignación.

viernes, junio 12, 2009

El Espíritu de La Clandestina

Esta mañana a primera hora, antes que a los periódicos incluso, me he ido al blog de Mariano Zurdo. Suelo entrar en él a diario, pero la verdad es que no tan tempranito, y menos teniendo en cuenta que hoy tenía especial interés en ver qué decía la prensa sobre un tal Ronaldo, de nombre Cristiano, por quien un tal Pérez, de nombre Florentino, va a abonar a un tal United, de nombre Manchester, la módica cantidad de 96 millones de castañas, de nombre euracos, que se dice pronto. Pero el caso es que ha sido encender el ordenador y es como si una voz procedente no sé si de la placa base, la memoria RAM o la tarjeta de sonido, más bien de la tarjeta de sonido, me llamara: Estilograaaaafic, Estilograaaaafic, veeeete al blog de Mariaaaaano.

Y nada, que allí me he ido para encontrarme con este entradita que habla del primer aniversario de La Clandestina - famosa librería sita en la calle de la Palma número 49, enfrente de la Escuela de Oficios -, tras cuya lectura me he quedado, y todo por no hacer caso a la advertencia que Mariano Zurdo pone al principio, con cara no sé si de Mimosín, de Norit el borreguito o del perrito de Scottex, pero enternecido a la par que sensible en cualquier caso.

Y eso sucede porque la entradita de marras destila por todos y cada uno de sus poros/párrafos sensibilidad, honestidad e ilusión a tutiplén, lo que me lleva a recomendarte, mi querido Mariano Zurdo, que te sometas desde ya y sin más dilación a un tratamiento antitranspirante con Peusek o cualquiera otro de los muchos y variados productos que existen hoy en día en el mercado farmacéutico e incluso parafarmacéutico (a mi es que siempre me ha ido bien el Peusek), porque los humanos tenemos en los pies 600 glándulas sudoríparas por centímetro cuadrado, y el famoso producto corrige como Dios ese desagradable exceso de sudoración o emanación de las dichosas glándulas y poros, nosesiyalosabes.

Pero sucede también, y eso ya no sé si tiene tan fácil remedio, mi querido MZ, que la percepción, al menos en mi caso, de ese triple componente de tu sudoración se debe a que de alguna manera también me siento desde fuera parte integrante, aunque sea modesta y lejanamente, de ese ilusionante proyecto que habéis conseguido hacer realidad vosotros los clandestinos, porque desde este blog, como desde muchos otros, siempre he tratado de dejaros durante este año una ventanita abierta por la que poder entrar y salir de La Clandestina cómodamente. Siento, eso sí, no haber podido acompañaros más en persona durante este año pese a vivir en Madrid, pero a veces se hace difícil encontrarle más huequitos libres al día a día, ya sabéis.

Yo de pequeño quería ser escritor. Bueno, vale, también portero del Real Madrid, pero creo que hubiera podido compaginar una cosa con la otra, porque lo de portero, sobre todo si el equipo contrario es flojillo y el tuyo de los buenos, como es el caso, deja tiempo para que se vaya el Santo al cielo y pensar en lo que luego vas a escribir. Al final como portero, no te creas, llegué a hacer una pretemporada en el antiguo Castilla, pero lo de escritor lo dejé aparcado en algún rinconcito del cajón de “asuntos pendientes”, como un sueño que se quedó dormido, y tiré por profesiones parecidas pero que no eran exactamente lo mismo. Así, primero me hice profesor de Lengua y Literatura, es decir, hablaba de lo que otros escribían, y después me pasé al periodismo, en donde, si no literatura, si que podía al menos conseguir algo que añoraba: publicar.

Recuerdo que en los comienzos como periodista, haciendo mis prácticas en la edición de El País de Barcelona, la mayor ilusión de todos los becarios era ésa, ver cómo el texto que habías dejado la noche antes preparado aparecía publicado al día siguiente con tu firma. Y si finalmente no llevaba la firma, porque a veces se quedaba recortado en un simple breve y sólo tú sabías quien era el verdadero autor de las cuatro míseras líneas de columna, aquello ya era recompensa suficiente. Muchas noches, después del cierre del periódico, y cuando habíamos escrito algo de los que estábamos medianamente satisfechos, los tres o cuatro becarios apurábamos tomando algo hasta las 12 de la noche. Después nos íbamos al VIPS para comprar la primera edición del periódico y ser los primeros en comprobar cómo había quedado nuestro texto una vez sometido a las dichosas tijeras de edición. “Hoy has triunfado, MV”, me decían los demás cuando era mi texto el que salía (lo de MV porque la mayor parte de las veces sólo aparecían las iniciales en vez del nombre completo).

Luego llegó Internet y la aparición y desarrollo de los blogs, que conseguían hacer todo eso de publicar mucho más fácil y al alcance de todo el mundo, pero el encanto de ver tu trabajo publicado en papel, no me digas por qué, sigue siendo algo distinto.

Y resulta que con el paso de los años ahí seguía dormido, acurrucadito en el cajón de los “asuntos pendientes”, el viejo sueño de ser escritor que de una u otra manera había ido dejando constancia de su presencia con sus ronquidos a modo de artículos periodísticos, relatos, cuentos o poesías de un solo lector (yo mismo) o más tarde, artículos de este blog. Entonces llegaron los clandestinos con su famosa frase de “escribe coño” e hicieron que el viejo sueño dejara de roncar y despertara de una vez. Para mí, la aparición de La Clandestina fue, entre otras cosas, precisamente eso: el empujoncito que a veces necesitamos para arrancar o despertar un sueño que tenemos aparcado y que no nos atrevemos a sacar a pasear. Y me puse a escribir y en ello estoy.

La Clandestina también ha sido, no quisiera dejarlo pasar, la plataforma para que una curiosa interrelación entre lo que un día bauticé medio en broma medio en serio como “entes blogosféricos” y que comenzó como algo virtual, se convirtiera en una historia real, con personajes de carne y hueso. Una historia protagonizada por un montón de gente que leéis este blog y a los que he tenido oportunidad en muchos casos de ir conociendo en persona, a los que no sé si llamaros amigos o qué, pero a los que algo muy especial me une, no sabría decir qué. Quizás sea eso: El Espíritu de La Clandestina.

P.D: Un beso y muchas felicidades a Mariano, Carlos y Shara. Y a Marisa, la famosa cuarta patita.

martes, junio 09, 2009

Reflexiones a pie de huerta

- Buenas tardes, señor Estilografic.
- Buenas tardes, Manolo. ¿Cómo va eso?
- Pues aquí..., ya sabe, cumpliendo con mi trabajo. ¿Y usted?
- Pues aquí, ya me ve, cumpliendo también con el mío.
- ¿Me permitiría usted, señor Estilografic, que le hiciera una pregunta algo íntima, sin animo de ofender?
- ¿Pero íntima de toda intimidad?
- Bueno, verá, la cosa va de elecciones...
- Ah, pues entonces ya me adelanto y le contesto que no, que no soy yo el tipo que pasea en pelotas por la finca de Berlusconi en busca de helados, pizzas y quién sabe cuáles otros placeres. Que al parecer se trata del ex primer ministro checo, un tal Topoyiyo, o Pocoyó, o yo-qué-sé-cómo-se-llama.
- No hombre no. No he dicho “erecciones”, sino “elecciones”. Es que ando yo barruntando conocer su opinión sobre el resultado de la última cita electoral, porque le encuentro a usted algo desencantado y falto de ánimo, no sé por qué.
- Pues sí; la verdad es que lo estoy, mi querido Manolo. Tan desencantado como falto de ánimo.
- ¿Y a qué se debe esa desilusión o desidia, señor Estilografic?
- A los dichosos brotes verdes, mayormente.
- ¿A los de la esperada recuperación económica aludidos por la ministra Salgado? ¿Qué pasa, que usted no los ve ni por asomo?
- Al contrario, Manolo, al contrario. El problema es que los veo por todos los lados.
- Entonces, ¿dónde está el problema? Debería estar usted esperanzado y alegre y confiar en que la derecha europea nos conduzca hacia la recuperación y la bonanza económicas.
- Es que yo no hablo de la situación económica, amigo Manolo, sino de la tierra que pisan nuestros pies. De los brotes verdes que me están saliendo.
- Ah, pues mejor me lo pone, porque en ese caso debería mostrarse ilusionado por el saludable y prometedor aspecto que presentan sus hortalizas, que están cogiendo un tamaño que hace intuir que en los próximos meses ustedes los Estilografic no van a pasar ni pizquita de hambre por mucho que apriete la crisis, créame.
- Ya, pero yo me refiero a los otros, a los que científicamente se denominan “hierbajus apestosus”.
- ¿Eso no era, si no recuerdo mal, un antídoto para no sé qué problema que salía en las historietas de Mortadelo y Filemón?
- A ver si nos aclaramos. Hablo de la cantidad de hierbajos que me están creciendo alrededor de las plantas de la huerta y que como no acabe con ellos van a terminar por ocupar el terreno previamente reservado a zanahorias, berenjenas, tomates, pimientos y calabacines. ¿Sabría usted cómo solucionar semejante desaguisado, que me trae por la calle de la amargura?
- Ah, claro que sí, hombre por Dios. Eso es asunto del amocafre, señor Estilografic.
- Y dale con lo de las elecciones/erecciones ¿Se refiere usted al dueño de Villa Certosa y regidor de los destinos de la otrora bella y admirada Italia?
- No, no, “amocafre” escrito todo juntito. Una útil y sencilla herramienta que sirve para remover la tierra y retirar las malas hierbas. Me temo que de ahora en adelante la va a necesitar usted, porque, ahora que lo dice, es cierto que lo que antes lucía como provechosa extensión de regadío y terreno cultivable se le está colmando de los dichosos brotecitos verdes tantas y tantas veces mencionados por la ministra. Dele, dele usted al amocafre, y verá como se solucionan sus problemas.
- Sí, pero es que aún hay más, que no gana uno para preocupaciones. ¿Qué me dice si no, Manolo, de los artrópodos hemípteros, porque no se les puede llamar de otra manera, que no quieren otra cosa que ocupar también el lugar que no les corresponde?
- ¿Se refiere usted en este caso a quienes desde el mismo domingo noche, tras conocerse el resultado de las elecciones, aquí en España no piensan en otra cosa que reprobar y apartar al - todo hay que decirlo - desafortunado gobierno de su gobernanza, y no paran de dar vueltas en su cabeza a la idea de la moción de censura o la de cambio de Gobierno, como si unas elecciones europeas no pudieran ganarse o perderse sin que ello tenga que significar, impepinablemente, un cambio de gobierno también a nivel nacional, que para eso son elecciones distintas, vamosdigoyo?
- Que nooooo, que hablo ahora de los bichitos de uno a dos milímetos de largo como mucho, de color negro, bronceado o incluso verdoso, sin alas las hembras y con cuatro los machos –dato éste que yo desconocía por completo, fíjate tú – con cuerpo ovoide y con dos tubillos en la extremidad del abdomen (que yo se los he visto, los tubillos) por donde segregan los jodíos un líquido azucarado, y cuyas hembras y larvas viven parásitas, apiñadas en gran número sobre las hojas y la partes tiernas de ciertas plantas .- en este caso MIS plantas – a la cuales causan grave daño.
- Pues me temo que en ese caso tendrá que iniciar usted, señor Estilografic, lo que en la Política Agrícola Común de la Unión Europea (PAC) se conoce como MD o “Maniobra de Desinfección”, acción ésta que tampoco estaría de más, ya puestos, aplicar a toda la CPE, o Clase Política Europea, que tanto en nuestro país como allende nuestras fronteras nos ha venido obsequiando con una patética campaña electoral, en izquierdas y derechas, en el centro y en los extremos, arriba y abajo..., llena de despropósitos, insultos, flagrantes muestras de falta de honradez y profesionalidad y no sé cuantas cosas más. ¡Vamos hombre!, que es que me pongo de los nervios y se me llevan los demonios...
- Jopé, Manolo. Pues le veo a usted tanto o más desencantado que yo. Oiga, y déjeme que le haga yo ahora también una pregunta personal. Usted, que tan preocupado se muestra por Europa y por la situación política, ¿por qué ni siquiera ha ido a votar?
- Le recuerdo, mi querido amo cafre, que yo no soy más que un simple e ignorante espantapájaros.

lunes, junio 01, 2009

Payaso-grafic

Pese a lo que pudieran argumentar en sentido contrario mis abogados... quiero deciiiiir... mis allegados, a mi no es que se me dé muy bien hacer el payaso. Bueno, quizás sí en privado, pero para nada en público. Por eso lo de mis allegados. He de confesar, no obstante, que en los últimos días me ha tocado hacerlo varias veces, y eso sin entrar en campaña ni nada. En campaña electoral, digo.

Pues sí; resulta que a la confesa segunda profesión de hortelano he venido a sumar más recientemente una tercera, la de animador infantil, puesto que me he visto en el brete o apurillo de tener que preparar una conmemoración de aniversario de nacimiento, popularmente conocida como “fiestorro de cumple”. Mi hija la mayor, que le ha dado por cumplir años todos los años.

Y claro, después de revisar así como de reojo la cuenta de resultados de Estilografic Punto Blog tras la reciente celebración de la dichosa Comunión, que por mayo era por mayo, experimenté con horror, en el capítulo de gastos, una cantidad tan desorbitada como desorbitante en el apartado “Animación”. Y total, todo para que dos tipos con pantalones anchos y más ganas de irse a casa que la pobre de mi suegra, que ya no podía con su alma (mi suegra), prepararan (los dos tipos) el jueguecito de las estatuas y el de las sillas y contaran cuatro chistes sacados de todochistespuntocom...

“Para-eso-ya-me-basto-yo”, me dije con tono solemne, circunspecto gesto y resuelto ademán.

Dicho y hecho: tras convocar servidor reunión urgente con carácter extraordinario del equipo de animación de Estilografic Punto Blog, decidiose por unanimidad, es decir, recurriendo al consabido sistema JP , esto es, Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como (siendo Juan Palomo el mismo Estilografic, y “yo” o “servidor” también Estilografic), decidiose digo iniciar el multitudinario evento con impactantes medidas audiovisuales y espectacular puesta en escena, a fin de que las tales medidas y la tal puesta provocaran entre los invitados, en número de quince y a cuál más inquieto, estado tal de shock y agitación que tuviere a su vez como resultado el deseado y difícilmente alcanzable efecto de provocar el entusiasmo, estupor y atención de toda la chiquillada, puesto que de otra manera no había forma de poner orden y cordura en aquel galimatías, por Dios y por la Virgen Santa.

La cosa empezó bastante mal, todo hay que decirlo. El plan era el siguiente: aparecer el encargado del equipo de animación, es decir, Juan Palomo, ante la diminuta pero bulliciosa concurrencia ataviado con peluca y nariz de payaso, atrayendo así sin lugar a dudas de manera eficaz y sorprendente la atención de la tantas veces aludida chiquillada, e iniciar así por fin, haciendo un somero llamamiento al orden y concierto, una serie de juegos y pruebas – extraídos también de papásdesesperadospuntocom, ya digo que todo hay que decirlo - en los que los niños tendrían que utilizar peluca y nariz, así como otra serie de complementos carnavalescos.

Total, que voy y plántome con desenfado y decisión ambos postizos, y hete aquí que el primer comentario que me encuentro, surgido de entre la ya famosa chiquillada, es del tipo: “a mi es que me dan miedo los payasos”.

“Tócate las pelotas, Fofito” (piensa servidor a continuación siendo Fofito, en este caso, Juan Palomo; y también Estilografic, por añadidura). Menos mal que el primer juego, al que bauticé con el tan sugerente como acertado nombre de “paso del payaso”, funcionó bastante bien. Consistía, la gilipollez o payasada, en irse pasando de uno a otro peluca y nariz al son de la música, y en el momento en que se hiciera el silencio... ¡ay de aquel malandrín que tuviera peluca y nariz puestos! ¡Eliminado! Lo dicho, una gilipollez, pero que funcionó la mar de bien y que sirviome para darme un respiro y acometer con determinación el resto del participativo evento.

Ante la dificultad del reto y lo airoso que Juan Palomo/Fofito/Estilografic/servidor salió de él, los lectores más despiertos, que haberlos haylos, ya lo creo que sí, estarán pensando: ¡claro, este tío tendría ya experiencia en acontecimientos similares, que si no no sale tan bien parado! Pues en cierto modo sí, porque sólo un par de día antes me había visto yo en un previo brete o apurillo de características similares, habiendo tenido que pedir permiso en el trabajo para acudir al cole, esta vez de la pequeña, para contar un cuento a toda la clase. Permiso por “asuntos propios”, a ver qué iba a argüir si no.

- Jefe, que necesito cogerme la mañana del viernes por asuntos propios.
- ¿Qué tipo de asuntos?
- Propios, ya le digo. Como los huesos.
- ¿Qué huesos?
- Pues los de la nariz. Los huesos propios. Como lo asuntos referidos, también propios.
- ¿De qué nariz me habla?
- Estooo... de una de payaso.
- ¿De payaso?
- Es que tengo que hacer de payaso en el cole de mi hija.
- Ya, ¿Y a eso le llama usted “asunto propio”?
- Propiamente. Por lo de los huesos, más que nada.
- ¿Qué huesos?
- Los propios, los de la nariz, los huesos propios, como los asuntos referidos...
- ¡Basta! A mi no me cuente cuentos. Ande, cójase el día y ya hablaremos, payaso, que es usted un payaso además de un liante.

Total, a lo que iba, que me cogí el día por asuntos propios y me fui al cole de mi hija la pequeña a contar... otro cuento. En este caso la cosa se planeó con más tiempo y no hizo falta reunión extraordinaria ni nada, sino que me limité a repartir el trabajo: Estilografic escribiría el cuento; Juan Palomo se encargaría del diseño gráfico; servidor de convertir los personajes en marionetas y, por último, el tal Fofito haría de titiritero.

Y una vez más, dicho y hecho. Allá que me fui, con mi pequeño baúl de titiritero, alehop, repletito de títeres fabricados por uno mismo y con treinta ejemplares del cuento impresos a todo color para repartir uno por alumno, que hacen un total de veinticinco. Con uno más para la seño, ya salen veintiseis; otro para Juan Palomo, veintisiete; uno más para el tal Fofito, ya son veintiocho. Le reservo uno a servidor y ya suman veintinueve; y el último, claro, bien guardadito para Estilografic. Treinta en total.

Y el caso es que, no se por qué, al final me vienen sobrando tres ejemplares.