jueves, febrero 26, 2009

Relatitos: (6) El marcapáginas

A la bella muchacha, que paseaba practicando el difícil arte de caminar y leer a un tiempo, se le cayó algo por el camino. El marcapáginas, pensé, se le ha caído el marcapáginas, y me agaché a recogerlo.

“Señorita, se le ha caído...”

Se trataba, el original marcapáginas, de un liviano pétalo de rosa, con lo cual, en el momento en que fui a echarle mano, aquello salió volado impulsado por el viento y yo me fui detrás, perdiéndole el paso a la impasible muchacha, que continuaba su camino en dirección contraria, vaya por Dios.

Una vez recuperado el caprichoso pétalo, volví la vista hacia la muchacha y percibí, mientras sus andares se confundían entre piernas que iban y venían, cómo volvía a caérsele algo de entre las hojas del libro, y empujado por la curiosidad traté de recuperarlo una vez más abriéndome paso entre el gentío, para descubrir, no sin asombro, que esta vez se trataba... de un nuevo pétalo de rosa.

Vaya, qué curioso, pensé, a ver si en vez de los marcapáginas lo que está perdiendo es su colección de pétalos. Debería tratar de advertirle, no vaya a ser que tengan su valor, su valor sentimental más que nada, imaginé.

Y allá que me fui, primero a la caza y captura del caprichoso segundo pétalo para tratar de conseguir después llegar hasta la joven, cada vez más alejada de mi presencia pero todavía al alcance al menos de mi campo de visión.

Y una vez cumplida la primera parte de la misión, me guardé el par de pétalos en el bolsillo con sumo cuidado de no dañar las coloridas hojas y eché a correr, sorteando a la ciudadanía y recibiendo más de una mirada de reproche entre quienes, inevitablemente, resultaban golpeados en mayor o menor medida..., perdón, perdón, perdón.

Llegando estaba ya a la altura de la despistada lectora cuando observé que no sólo se volvía a repetir la historia una vez más, sino que por el camino se había ido produciendo un verdadero reguero de pétalos de rosa al paso de la muchacha, que continuaba leyendo y leyendo como si todo aquello que estaba sucediendo a su alrededor, mis carreras, el vuelo de los pétalos, el enfado de los transeúntes, en fin, todo, no fuera en absoluto con ella.

Y cuando ya por fin alcancé a tocarle el hombro para advertirle a la buena muchacha de todo cuanto había estado sucediendo y completar aquella primera frase que el viento había interrumpido: “señorita, se le ha caído...”, la lectora se volvió hacia mí observándome con mirada triste y ojos apagados, dedicándome lo que no sé si fue un gesto de cansancio o una tan rugosa como tierna sonrisa.

Decidí entonces volver sobre mis propios pasos para recoger y guardar en mis bolsillos la mayor cantidad de pétalos posible y dejar que aquella dulce anciana continuara, imperturbable, su camino.

viernes, febrero 20, 2009

Acto tercero (Ge-no-va-ya-no-va, segunda parte)


Baile de Carnaval del Partido Popular. No sé yo si ha sido una buena idea al final lo del baile, porque, claro, a ver ahora cómo demonios sabe el espectador quién es quién en este galimatías, si va to’dios disfrazado. No obstante, y para una mejor comprensión de todo lo que en adelante aconteciere, daremos algunas pistas. Don Mariano es el que va disfrazado de Zapatero, y además se le reconoce enseguida por lo de la mano, que la sigue teniendo incandescente y hecha un Cristo. El Dr. Ánsar es el que va de Tejero, y se le reconoce, obviamente, por el bigote, aunque lleve la melena recogida en moñete bajo el tricornio. Pacocamps es el del antifaz, no por nada, sino porque va disfrazado de El Zorro. Doña Esperanza va de Un Señor Gallardo; y Un Señor Gallardo, de Doña Esperanza. Dolores de Quépedal va de botella. No, no de Ana Botella, sino de recipiente de cristal para líquidos. En el momento de levantarse el telón los invitados charlan, comen, beben y bailan al son, una vez más, del tarí, tarí, tarirorarí...., la mar de contentos todos, como si aquí no pasara nada, con la que está cayendo....

Dr. Ánsar (con tono elevado para que se entienda con la música de fondo, y esto vale ya para todos, ¿eh?): Qué, ¿cómo va lo tuyo, Mariano?
Don Mariano: Bien, bien, Doctor, el Patabajín va haciendo su esperado efecto.
Dr. Ánsar: No, no, si digo lo otro.
Don Mariano: Ah, bueno (enseñando su mano chamuscada), ya me he acostumbrado. Lo peor es a la hora de miccionar, que no hay cómo agarrarla. Por lo demás... uno acaba haciéndose a todo.
Dr. Ánsar (negando con la cabeza): Que no, que no, que digo lo otro, lo de la cacería.
Don Mariano: Ah, pues es que...
Dr. Ánsar (enfadado): ¡No me digas que no le estáis utilizando tal y como te dije!
Don Mariano (dubitativo): Sí, pero...

(En eso preciso instante todas las conversaciones, la música también, se detienen y se hace el silencio en la sala. El efecto tiene que ser algo así como si el tiempo se hubiera detenido o, al menos, ralentizado, como si todo sucediera muy, muy despacito, como a cámara lenta. Tooooodos los invitaaaaaados se giiiiiran leeeeeentamente hacia la pueeeeerta, abreeeen muuuuucho los oooojos, todo leeentameeente, y exhaaaaaan un profundo oooooooooooh de admiración, al ver entrar a .... Penélope Cruz. Y habrá algún espectador espabilado que diga: ¿y cómo sabemos que se trata de la verdadera Penélope Cruz y no, por ejemplo, de Rita Barberá disfrazada? Pues muy fácil: porque viene acompañada de su hermana Mónica, y que se sepa, Rita Barberá no tiene una hermana que se llame Mónica, listos, que sois unos listos).

Penélope Cruz (dirigiéndose a la concurrencia, en general): Hola buenas, yo venía por lo de la fiesta de los Oscars. ¿Es aquí?
Pacocamps: me parece que te has confundido de sarao, guapita.
Penélope Cruz (sorprendida): ¿Seguro? ¿alguien me puede decir quién es jefe de todo esto?

(Silencio otra vez. Ante la pregunta de la actriz, la tensión se palpa en el ambiente. Se miran los unos a los otros sin que nadie se atreva a contestar y así transcurren de nuevo unos segundos de absoluto silencio. Ahora sí que se puede decir que se detiene del todo el tiempo, porque nadie se mueve ni dice ni mu. Al final, Don Mariano se decide a romper el hielo).

Don Mariano (dubitativo): Estoooo, creo que yo. Yo soy el jefe, sí. Permítame que no le bese la mano, bella señora, pero me pilla usted dando buena cuenta de los sabrosos canapés.
Penélope Cruz (con gesto de desagrado): Pues permítame que no se la bese yo a usted tampoco, pero es que la tiene hecha un asquito.
Don Mariano: Y dígame, ¿qué les trae a usted y a su graciosa hermana por aquí?
Penélope Cruz: Pues eso, que veníamos a la fiesta de los Oscars, pero me parece que, en efecto, nos hemos debido confundir de “special event”.
Dr. Ánsar (interrumpiendo la conversación): Señoritas, si quieren ustedes tomar algo, están invitadas.
Penélope Cruz (asustada): ¡Huy, un golpista! ¿Dónde nos hemos metido, hermana? Vámonos, vámonos... (se largan las dos por donde han venido).

Dr. Ánsar (retomando la conversación con Don Mariano): Te decía lo de la caza, que...
Don Mariano (se echa a llorar): No puedo más, no puedo más...
Dr. Ánsar (asustado): pero Mariano, hijo mío, ¿qué te sucede? ¿Te duele la mano?
Don Mariano (derrumbándose del todo): ¡Qué mano ni que niño muerto...! Tengo que contarlo..., tengo que contarlo...

(Don Mariano toma aliento y respira profundamente tres veces, tres, pareciendo sacar fuerzas de donde no las hay, y a continuación coge una cucharita con su maltrecha mano y empieza a dar golpecitos en la copa, soportando el tremendo dolor que se supone le causa el atrevido gesto, y todo ello para llamar la atención de todos los presentes, que se giran hacia él. La música se detiene de nuevo. Otra vez el dichoso silencio).

Don Mariano (con voz temblorosa): Queridos invitados, ha llegado el momento de confesar toda la verdad...
Dr. Ánsar: ¿Cómo?
Pacocamps: ¡Qué dice!
Esperanza. ¡Se ha vuelto loco!
Un Señor Gallardo. ¡Por fin va a tirar de la manta!
Dolores de Quépedal: ¡Esto es el fin!
Don Mariano: Ahora vais a saber por fin en que consiste mi verdadero problema....

Pero para cuando Don Mariano procede a colocar el culo en pompa y soltar tres sonoras ventosidades semejantes a los tres “pums” en su día confundidos con disparos, ya en el baile no queda ni Dios, todos habrán salido huyendo despavoridos, temerosos de lo que allí pudiera revelarse. ¿Todos? Todos menos dos, dos sospechosos personajes que, escopeta al hombro y luciendo vistosos disfraces de cazador, apuran sus bebidas y guiñan el ojo al público en señal de complicidad, al tiempo que cae lenta y definitivamente el...

TELÓN
(fin)

miércoles, febrero 18, 2009

Acto segundo (Ge-no-va-ya-no-va, segunda parte)


Sala de consultas del médico de Partido Popular. ¿Qué cómo se sabe que es el médico del Partido Popular y no, por ejemplo, el ambulatorio de la Seguridad Social? Muy fácil: primero, porque suena de música ambiente la sintonía del PP, el tarí, tarí, tarirorarí...; segundo, porque el médico lleva un bigote enorme, el tío; y tercero, pues porque lo pone bien grande, qué leches: “MÉDICO DEL PARTIDO POPULAR”. La escena tiene su complejidad técnica, no se vayan a creer: el escenario está dividido en dos. A la izquierda se encuentra la sala de espera, en la que esperan, que para eso está, Don Mariano acompañado de Dolores de Quépedal. Don Mariano deberá llevar una gabardina echada sobre los hombros, de manera que no se le vean los brazos. Este dato es importante, que no se le vean los brazos. ¿Que por qué? Todo a su tieeeempo, todo a su tieeeempo. A la derecha, el despacho del médico. Aunque el espectador alcance a ver desde su privilegiada perspectiva el interior de las dos estancias, se supone que ambas están aisladas por un tabique y una puerta cerrada. La prueba de que los dos personajes que esperan no ven al médico, aunque el espectador sí, es que éste, el médico, no el espectador, se está hurgando en la nariz. Qué complicadas que son las artes escénicas hoy en día, me cachis en la mar.

Don Mariano: entonces qué, Dolores, ¿terminasteis la partidita sin mí?
Dolores: Pues sí, verás, es que Esperanza se empeño, y ya sabes que cuando se le mete algo en la cabeza, es ordeno y mando. Así que encontramos un sustituto.
Don Mariano: ¿Un sustituto? ¿Y se puede saber en manos de quién dejasteis mis cartas?
Dolores: de Alejandro.
Don Mariano; ¿De qué Alejandro?
Dolores (señalando con las cejas hacia la puerta del medico y bajando la voz): del yerno.
Don Mariano: ¡Ajjjjjjjj!
Dolores. Ajjjj no, Mariano. Agag. Alejandro Agag. El de la Fórmula 1.
Don Mariano: Ya, ya, si digo ajjjjjjjj porque ya tenemos bastante con el suegr...

(En ese momento la conversación queda interrumpida debido a que el doctor abre la puerta de la consulta, y en un alarde visual sin precedentes en escena, el cuerpo todo del facultativo continúa en la parte derecha del escenario, es decir, en el interior de la consulta, pero, sorprendentemente, el bigote, y sólo el bigote, asoma por la puerta hacia la parte izquierda, hacia la sala de espera. Vaaale, siiií, el espectador lo ve todo, pero se supone que lo único que asoma es el bigotillo)

Dr.Ánsar (asomando, ya digo, sólo el bigote por la puerta): ¡Que pase el siguiente!
Dolores (a Mariano): Suerte, campeón.
Don Mariano (Volviéndose hacia Dolores mientras se levanta): ¡Gracias!
Dr. Ánsar: ¡Coño Mariano!, pasa, pasa y toma asiento.
Don Mariano: Hola doctor. Venía por...
Dr. Ánsar (interrumpiéndole): Ya, ya, ya lo sé. A mí no me tienes que dar explicaciones. ¿Qué estas tomando?
Don Mariano: Pues ahora mismito nada, pero si me sirve usted una cervecita, fantástico, Doctor.
Dr. Ánsar: no hombre no, me refiero a si te han recetado ya algún laxante o algo.
Don Mariano: pero es que yo no venía por...
Dr. Ánsar. No te me hagas el remolón, Mariano, no te me hagas el remolón. Mira, te tomas tres pastillitas de esto al día, de Patabajín, y verás qué pronto sueltas todo aquello que llevas dentro y que, no sabemos nunca bien por qué, por unas causas u otras, no somos capaces de expulsar por nuestros propios medios, tú ya me entiendes.
Don Mariano: Si yo le entiendo, Doctor, pero es que lo del estreñimiento ya se me ha pasado. Yo venía a consultarle otra cosa.
Dr. Ánsar (sorprendido): ¿Otra cosa? ¡no me digas más! Vienes entonces..., así me gusta, Mariano, así me gusta..., vienes a pedirme opinión sobre lo de la caza.
Don Mariano (más sorprendido aún): ¿La caza?
Dr. Ánsar: Sí, los tiros que se oyeron el otro día mientras jugabais al Cluedo, ya me lo ha contado Esperanza. Veras, no he dejado de pensar en ello y hay que aprovecharlo al máximo. La inoportuna cacería o hecho cinegético va a ser nuestra mejor y más contundente arma arrojadiza.
Don Mariano: Pero es que...
Dr. Ánsar: No se hable más, Mariano, no se hable más. Ese par de dos, Pellejo y Mamón, han cometido un error y lo van a pagar caro. Machácalos, Mariano, machácalos, antes de que te machaquen ellos a ti, el ministro y el juez.
Don Mariano: Ya, pero...
Dr. Ánsar: Y ahora me vas a disculpar, querido, pero son cinco minutos por consulta, ya sabes, y vamos ya por los cinco con treinta, que hay que ver cómo pasa el tiempo cuando uno, o en este caso tú, está bien acompañado, ¿verdad? (Se levanta y se dirige a Don Mariano para que éste a su vez se sienta obligado a levantarse, invitándole así a abandonar la consulta) Ah, y no dejes de tomarte el Patabajín, tres al día, desayuno, comida y cena ¿eh?
Don Mariano (resignado): Tres al día , ya.
Dr. Ánsar: Y arriba ese ánimo (hace ademán de ir a estrecharle la mano a Don Mariano y entonces éste se descubre el brazo, ahora sí que sí, y se le ve una mano enorme, hinchadísima y toda enrojecida, pero no hace falta que el actor que haga el papel del sufrido líder se haga una escabechina, no, no seamos brutos, sino que vale con una mano postiza de esas de broma, ahora que estamos en Carnavales, incluso con un guante rojo de los de fregar bien hinchadito, esto último resulta muy práctico).
Dr. Ánsar (asustado al verle la mano): ¡Jesús, Mariano!
Don Mariano: Por esto venía, doctor, por esto venía...
Dr. Ánsar: ¿Pero qué te ha pasado?
Don Mariano: Que he puesto la mano en el fuego.

TELÓN
(continuará)

lunes, febrero 16, 2009

GE-NO-VA-YA-NO-VA (2ª parte)

Comedia en tres actos
Original de Estilografic Punto Blog


Si ya te leíste la primera parte, eso que te llevas pa'l cuerpo. En caso contrario, casi que déjalo ya y pasa directamente a la segunda. Total, te vas a enterar de lo mismo...

ACTO PRIMERO

Salita de reuniones de la calle Génova, sede del Partido Popular. Corre (y no veas cómo corre) el año del Señor de 2009, allá por el mes de febrero, y en la calle hace un frío que te cagas. No así en la citada sala, en la que se está la mar de calentito. Y todo a media luz, como en el tango. El espectador, ajeno a lo que allí dentro se cuece, percibirá, o deberá percibir, cierto ambiente crispado entre los allí presentes y caras de sospecha y desconfianza en los unos y en los otros. Alrededor de una amplia mesa redonda nos encontramos con una silla vacía (se supone que del jefe) y después, en el sentido de las agujas del reloj (se supone que el espectador lleva reloj y que éste es de manecillas, como Dios manda), se encuentran - sentaditos todos - la Señá Esperanza, un señor Gallardo, Dolores de Quépedal y Pacocamps. Cada cual, apunta que te apunta sus cositas en secreto y sin que los demás le vean. Esperan impacientes.

La Señá Esperanza (inquieta): Cuánto tarda este hombre...
Pacocamps: Sí que tarda, sí. Hace ya más de media hora que salió...
La Señá Esperanza (notablemente disgustada): Pues ya está bien, a ver si puede ser que terminemos hoy con esto...

(De repente, el silencio se rompe con un ¡pum!, a continuación un nuevo ¡pum!, y para finalizar un último ¡pum!, con lo cual, y si no me equivoco, suman la friolera de tres “pums”)

Dolores de Quépedal (alarmadísima): Dios mío, ¿qué ha sido eso?
Pacocamps (alarmadísimo también, para no ser menos): ¡un pum!
La Señá Esperanza (fría como si no fuera con ella, la tía): un pum no; han sido tres.
El Señor Gallardo: voy a ver qué pasa (se levanta, se dirige hacia uno de los laterales del escenario y hace mutis por el foro).
La Señá Esperanza (por lo bajini, por si acaso, y una vez que se ha marchado el Señor Gallardo). ¡Yo no he visto tío más pelota!
Dolores de Quépedal: No seas así, mujer. A lo mejor le ha pasado algo.

(Quedan todos en silencio y continúan tomando notas, siempre desconfiando los unos de los otros y echándose ojeadas, los unos a los otros, con el rabillo del ojo. Enseguida regresa el Señor Gallardo y cuando se dispone a ocupar su silla, La Señá Esperanza se la retira, no sin disimulo).

El Señor Gallardo (cayéndose de culo): ¡Hostias!
La Señá Esperanza: Alcalde, no me seas mal hablado, por Dios.
El Señor Gallardo (incorporándose, colocándose las gafas que han ido a parar al suelo por efecto de la aparatosa caída y sin perder la compostura): Jopelines, quise decir.
Pacocamps: (dirigiéndose al Señor Gallardo): ¿y Mariano, no viene?
El Señor Gallardo: Me temo que está con dolores.
Dolores de Quépedal (sorprendida): ¿Conmigo? Si yo no me he movido de aquí...
El Señor Gallardo: no mujer, me refiero a que le duele, y por eso tarda.
Dolores de Quépedal: ¿que le duele qué? ¿Le han pegao un tiro? Dinos algo, Alberto, que nos tienes en ascuas.
El Señor Gallardo: que no, que no, que se trata de lo suyo, ya sabes (se toca la barriga)... de sus dificultades para evacuar.
La Seña Esperanza: ¡No me digas que está otra vez estreñido! Pues entonces tenemos para rato.
Pacocamps: ¿Y los tiros?
Un Señor Gallado: Ah, eso... Parece que se ha abierto la temporada de caza.
Dolores de Quépedal: ¡Indignante!
Pacocamps: ¡Dónde se ha visto!
La Señá Esperanza: ¡Pa’cagarse!
Un Señor Gallardo (sorprendido por el enfado de los tres): ¿Os referís al hecho cinegético o al tránsito intestinal?
Esperanza (hasta las narices de la situación): A ambas cosas. ¿Y sabéis lo que os digo? Que vamos a seguir sin él. ¿no te tocaba a ti, Dolores? Pues venga, acusa de una vez.
Dolores de Quépedal: Yo... digo que ha sido el Sr. Correa..., con el ladrillo..., en toda la cabeza y... en el despachito.

Y es entonces, y sólo entonces, cuando el despistado espectador descubre que los cuatro personajes y, por qué no decirlo ya, aspirantes a la sucesión del intestinalmente obstaculizado Mariano, se hallan disputando una tan interesante como reñida partidita de Cluedo, que lamentablemente va a quedar pendiente de resolución debido a que comienza a descender el siempre inoportuno...
TELÓN
(continuará)

miércoles, febrero 11, 2009

La leyenda del cuadro


- ¿Qué le sucede a usted, ilustre visitante, que temblando está cual si fuera un Flan Danone o incluso más, casi como si de un sabroso y colorido postre de Gelatina Royal se tratara?
- Que... tengo miedo.
- ¿Y eso? ¿Ha visto usted a un fantasma?
- Casi, casi.
- A ver, hombre, tranquilícese y explíqueme lo sucedido.
- Se trata de Bruno Amadio.
- ¿De Bruno qué?
- ¿No ha oído usted hablar, señorita, de un tal Bruno Amadio?
- Sí, claro que he oído. A usted hace exactamente dos líneas, sin contar ésta, en el enlace que ha puesto. Pero antes no.
- ¿Tiene usted tiempo?
- Todo el tiempo del mundo. ¡Soy funcionaria!
- Pues siéntese y le cuento.
- Sentada estoy, aquí, a la luz tenue de la lámpara para crear ambiente. Cuénteme.
- Verá. Bruno Amadio era un pintor que vivió el siglo pasado y al que se le conocía como el “Pintor Maldito”.
- ¡Anda! Como el que me pintó a mí el techo de la cocina. Bueno, a ese mi Paco y yo le llamamos el “maldito pintor”.
- No, mujer, éste era pintor de cuadros, y al parecer, como no le iba la cosa muy allá, decidió hacer un pacto con el diablo.
- ¡No me asuste! ¡Así que es cosa del Maligno! Ahora entiendo lo de las manchas que me salen en el techo, que ni con el KH-7 ni con el Silic Bang hay manera de quitarlas. ¡Y eso que dicen que la suciedad se va en un bang!
- Le recuerdo que hablo, señorita, de un artista, y no de lo que comúnmente se conoce como “pintor de brocha gorda”.
- Huy, que picarón! Yo en eso no me fijé, en lo de la "brocha gorda".
- Bueno, pues como le iba diciendo, el tal Amadio pacto con Belcebú. “Tus cuadros se venderán y tendrán éxito - le dijo el tipo de los cuernos -, pero a cambio...”
- ¿A cambio, qué...?
- Verá, resulta que, en efecto, Amadio realizó una serie de cuadros de niños llorando que tuvieron muchísimo éxito, pero en las casas de las gentes que los compraban sucedían hechos extraños.
- Ya; el techo de la cocina, ¿no?
- Olvídese del techo de la cocina, señorita. Cosas aún peores.
- ¿Peores? No me puedo hacer a la idea...
- Uno de sus cuadros más famosos, el que ilustra este post, es el de un niño que vivía en un orfanato.
- ¿En este post? Espere que lo mire, que no me he dado ni cuenta... Ah, si, es verdad, está como llorando, el pobre.
- No me extraña que llore, señorita. Poco después de que el cuadro se pintara, el orfanato se incendió con el niño dentro.
- ¿Y salía Belén Rueda?
- ¡Señorita, no es una película! Son hechos reales, O al menos eso dicen.
- Vale, vale, siga, soy todo oídos.
- ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, por el cuadro del niño llorando. Mírelo detenidamente.
- Lo miro, lo miro.
- Muévase usted para un lado y para el otro.
- Me muevo, me muevo.
- ¿Qué observa?
- ¡Qué voy a observar!, ¡el cuadro! ¿Pues no me ha dicho que lo mire?
- Ya, ya, pero me refiero a que si no nota nada extraño.
- Huy, pues sí. El dichoso niño me sigue con la mirada. ¡Qué miedo!
- En efecto, señorita. Se dice que el cuadro se quedó con el espíritu del niño, y que lo mismo sucedió con otros cuadros suyos, también de niños llorando, y todos ellos vigilan y traen desgracias a quienes los poseen.
- ¡Claro!, con un incendio en casa se te tienen que poner los techos de negros...
- Hablo de muertes y sucesos sobrenaturales, señorita.
- Ya, pero eso de que te sigan con la mirada pasa en muchos cuadros.
- Es que aún hay más. Ladeé usted la cabeza hacia su izquierda.
- ¿Así?
- Eso es, y no deje de mirar el cuadro. ¿Qué nota?
- Un dolor de cuello de toma pan y moja. Es que sufro de cervicales, ¿sabe?
- Ya, ¿pero no ve nada extraño en el cuadro?
- ¡Aaaaaaaajj! Sí que lo veo, sí. ¡Un pez horrible parece estar comiéndose la cabeza del pobre crío. ¡Sálvelo!, ¡sálvelo!
- Es cosa del Maligno, señorita, yo nada puedo hacer. Permitamos que nuestros lectores ladeen también la cabeza y observen el cuadro....
......
.....
- ¡Hacia la izquieeeeeeerda! Hacia la derecha no se ve bieeeeeen....
- ¡Aaaaaaaajj!
- ¿Quién ha gritado ahora?
- Yo no, señor. Ha debido de ser alguno de los lectores.
- Es que da mucho susto.
- ¡Ya lo creo! ¡El pez es horrible! Bueno, y a estas alturas del post, ¿me puede decir usted de una vez a qué viene todo esto, que me tiene cagaíta y me está haciendo pasar un mal rato? ¿Qué narices tiene que ver toda esta historia con la Cámara Alta?
- ¿La Cámara Alta?
- Sí, le recuerdo que está usted visitando el Senado, y que yo soy una funcionaria trabajadora del citado edificio.
- ¡Coño, es verdad! Ya no me acordaba. Pues verá, es que he visto ahí, en el pasillo, un retrato de una señora que me sigue con la mirada allá donde voy, es como si me vigilara y no me quitara ojo, y es que me da miedo ladear la cabeza no vaya a ser que....
- Ah, ya, pero no se preocupe. Ésa no está poseída ni nada, que yo sepa.
- ¿Ah no? ¿Y entonces...?
- Es que le encanta espiar.


lunes, febrero 09, 2009

Un cafelillo

Hacer, lo que se dice hacer, hacía un frío de cojones en Madrid, para qué nos vamos a engañar, pero aún así no he dudado un segundo esta mañana al pasar por la cafetería “La Conciencia” en sentarme en una de las mesas libres de la terraza – libres estaban todas, dicho sea de paso – para tomarme un café bien calentito que me entonara el cuerpo.

Voy y le digo al camarero que un café con leche, por favor, ante lo cual el camarero me sale, con su melodioso acento de allende los mares, con el acostumbrado y consabido planteamiento de que si la leche fría, templada o caliente, no se le ocurre otra cosa.

Calentita, calentita, que hace un frío que pela.

“No hacemos otra cosa que crearnos y crearnos problemas nosotros mismos para después dedicar el resto de nuestras vidas a tratar de solucionarlos de mala manera, con el consiguiente desperdicio de tiempo y recursos que ello conlleva, por no hablar del desgaste que asimismo supone todo ello”, va y me suelta el camarero antes de mostrar cualquiera otra reacción ante mi petición. Con lo cual, claro, quédome de piedra, y con la duda de si se estará refiriendo a mi absurdo y contradictorio comportamiento de sentarme a la intemperie con el frío que hace para posteriormente tratar de elevar la temperatura corporal con el recurso del cafelillo o sí, cosa bien distinta, tratárase de hacer referencia al dichoso entramado de asuntos varios que atenaza gargantas y aflige pensamientos en filas populares, vete tú a saber.

Pocos segundos más tarde, o lo que es lo mismo, en un abrir y cerrar de ojos, va y me planta el café, cosa que agradezco, lo del escaso tiempo transcurrido, debido a la cada vez más insoportable corriente de aire gélido que atraviesa el callejón en el que se halla ubicada la terraza, que hay que ver lo duro que resulta el largo invierno en las calles de Madrid, especialmente el que nos ocupa.

Tras degustar el café ya no calentito, sino más bien hirviendo, de un solo trago con la consiguiente sensación de abrasamiento en faringe, esófago y estómago - apostaría algo a que por ese mismo orden - requiero de nuevo la grata presencia del irónico camarero con la única intención de satisfacer mis deudas pendientes para con el establecimiento. “¿Y a cuánto asciende la cantidad en débito correspondiente a la amortización de la deuda contraída debido a la ingesta de la consumición degustada?”, le suelto yo a él, al camarero, no sé si tratando de intimidarle con mi pedantería o de resultas de que no me puedo quitar de la cabeza últimamente la dichosa crisis económica y financiera que tortura y tiene en un sinvivir a las huestes socialistas, y a la ciudadanía toda, por añadidura.

¿A la cuenta se refiere?, me dice. Pues sí, le digo. A lo cual me contesta que uno con veinte, y yo voy y le suelto que imposible, que sólo dispongo de setenta céntimos sueltos, por lo que me veo entonces en la obligación de satisfacer la deuda mediante la utilización de tarjeta de crédito con fecha de caducidad libre de toda sospecha. Que imposible, me dice él también, porque da la casualidad de que en la cafetería en la que trabaja por un mísero sueldo debido a su condición de inmigrante no se admiten pagos con tarjeta que no sean iguales o superiores a los diez euros, no sabe cómo lo lamento.

¿Por aquello de las comisiones?, pregunto yo con mi aire de analista financiero de la Morgan Stanley del que llevo un buen rato haciendo gala sin corresponder ello ni un ápice a una situación real. Vaya usted a saber, me contesta él con sus ínfulas de camarero de allende los mares, no sé si reales o fingidas. Pues a ver cómo lo hacemos, añado yo. Pues a ver, concluye él.

Total, que le largo al fin la tarjeta bancaria con desdén y le digo que me cobre los referidos diez euros y santaspascuas, que qué se le va a hacer, que a usted le aproveche, aunque servidor se vaya a acordar del dichoso café por el resto de sus días con sus consabidas noches.

“Y lo peor de todo - va y me dice con conspicuo ademán, el tío– es que al final no hay nada que más felices nos haga que considerarnos cómplices de la felicidad ajena cuando nuestra propia existencia no deja de estar marcada por la mediocridad y el sufrimiento más absolutos y no somos capaces de mover un dedo por el prójimo si ello supone al tiempo un verdadero inconveniente para con nosotros”.

Una vez firmado el justificante del pago, me voy de allí con el rabo entre las piernas y más helado de lo que llegué, pensando fríamente, tal y como lo requiere la mañana, en lo de los datos del paro y en la propuesta de abaratamiento del despido tendida sobre la mesa, y con el remordimiento dando vueltas en mi cabeza por no haber dejado al final en el ocioso platillo ni un mísero céntimo de propina.

jueves, febrero 05, 2009

Preparativos

- Hola , muy buenas, señorita. Veníamos buscando un vestido de Comunión.
- ¿Qué pasa, que se les ha perdido uno?
- No mujer, me refiero a que tenemos intención de adquirir uno a un módico precio, si usted tuviera a bien ofrecérnoslo.
- Ah, bueno, pasen, pasen. Están ustedes en el sitio indicado.
- Ya, ya, ya lo hemos visto, lo indica bien grande en el cartel de la puerta: “VESTIDOS DE COMUNIÓN”..., pero del precio no dice nada.
- Para la niña supongo que será, ¿no?
- No, si le parece lo voy a llevar yo.
- Disculpe, disculpe, reconozco que me podía haber ahorrado la pregunta. Permíteme que le diga, no obstante, que le noto a usted pelín tenso.
- Ya, es que yo también me podría haber ahorrado lo que me va a costar el modelito de no haber resultado imbuido, todavía no sé cómo, por tamaña voluntad divina.
- Ya sabe usted que los caminos del Señor son inescrutables, alma pecadora. Todo sea por contribuir a seguir manteniendo buenas relaciones con el Vaticano y no enmendarle la plana al Gobierno después de la cordial reunión de ayer.
- Claro, cualquiera dice ahora que no, después de que Zapatero haya invitado al Papa a venir a España.
- Pues no se hable más. ¿Y cómo lo quieren, el vestido?
- Baratito, ya le digo.
- Ya, bueno... me refiero a las características del traje...
- Estoooo.... blanco, o en su defecto un crudito claro. digo yo, no sé.
- Hombre, hablo, más que del color, de la elaboración y composición de la prenda.
- ¿Mande?
- Si, que si quiere usted un vestido de organza, de seda rústica, de seda gazar, de otomán...
- ¿Otoqué?
- Otomán, un tipo de tejido acordonado bello y sugerente donde los haya. Y si no, le podríamos añadir jaretas, bieses, bordados o inclusive algún entredós, según sea su gusto o el de la niña, que ellas también han de opinar.
- ¿Entredós? Entre dos nada más es como lo vamos a pagar, entre mi mujer y yo, así que no lo complique mucho.
- También hay que tener en cuenta el tipo de manga, ya sea manga corta, manga de farol, manga chimenea...
- Demasiada manga ancha, es lo que he tenido yo al acceder a todo esto...
- Y así, si continuamos con el orden ascendente, llegaremos finalmente hasta el cuello.
- Efectivamente, señorita, usted lo ha dicho. Hasta el cuello que estamos, y todavía no hemos pagado.
- No, me refiero a que si van a quererlo con cuello de bebé, cuello chimenea, cuello mao...
- Mire, lo de mao casi que lo descartamos, a ver si después de todo el gasto la gente se va a pensar que lo hemos comprado en el chino.
- Bien, pues yo creo que este modelo les va a gustar. Pruébenselo a la muchacha.
- La verdad es que no es porque sea mi hija, pero a la niña, le pongas lo que le pongas...
- Ya. Eso dicen todos los padres. Y luego no sé por qué, a todos les gusta el más baratito y los demás es que no quieren ni probárselos.
(...)
- Pues sí que le queda bien, sí. Nos lo vamos a quedar. Díganos cuánto es.
- Espere, espere, que aún no hemos terminado. Vamos a probar los adornos para el pelo.
- Oiga, qué adornos ni qué niño muerto, si mi hija ya tiene el pelo muy bonito de nacimiento...
- Ande, ande, no sea usted así de soso. Mire, tenemos la corona simple, la doble corona, la diadema simple, la diadema ancha, el lazo blanco, las flores sueltas, lah papah fritah, er biemnmesabe, loh shipironeh, lah gambah plansha... Huy, disculpe que me he ido.
- Calle, calle, que esa es otra, lo del banquete.
- ¿Que pasa, que tienen muchos invitados?
- Muchos no, pero comen que da gusto, los jodíos.
- Suele pasar, sí.
- Bueno pues nos vamos a quedar con la corona simple. Ahora sí, dígame el total.
- Una cosita más...
- ¡No joda!
- Le falta a usted el cancán.
- ¿El cancán? ¡Señorita, que se trata de una conmemoración religiosa! ¡Déjese de espectáculos frívolos y picarones!
- No hombre, me refiero a la salerosa enagua con volantes almidonados que sirve para ahuecar la falda y darle más cuerpo y aire al vestido, que no vea usted cómo cambia.
- ¿La salerosa enagua? ¿Sabe lo que le digo? Que ahora entiendo yo el verdadero significado de la manida expresión.
- ¿A que expresión se refiere, señor?
- A cuál va a ser, a la de “¡me cago en la hostia!”..., que se dice.