miércoles, mayo 23, 2012

El viernes en Radio Exterior

A raíz del artículo que publiqué hace unos días en CULTURAMAS en el que comparaba el libro de Los Juegos del Hambre con su versión cinematográfica, me han invitado a participar el próximo viernes día 25 de mayo, a eso de las 10:00 horas, en el programa Continum, de Radio Exterior (Radio Nacional de España).

Así que hablaré - na, un ratico de na -  sobre el libro y la peli, sobre la violencia y la crueldad, sobre la comparación entre literatura y cine y… también sobre don Gerundio, hombre, que si no se me enfada, la criatura.

Al tratarse de Radio Exterior no vayáis a estar ahí con el aparatito sintonizando frecuencias toda la santa mañana, que no lo vais a escuchar. ¿Y entonces? A ver, podéis hacer hasta cuatro cosas:

1.- Escucharlo por la web de Radio Exterior: http://www.rtve.es/radio/radio-exterior

2.- Esperar a que cuelgue el podcast (archivo de audio) y escucharlo tranquilamente cuando cada uno quiera mientras degusta una cervecita bien fría.

3.- Optar por escuchar mejor a Soraya Sáenz de Santamaría, porque el viernes habrá también Consejo de Ministros e igual nos suben el IVA, aprueban una nueva amnistía fiscal para pequeños defraudadores, se suprimen las autonomías gobernadas por partidos que no tengan al menos dos pes en sus siglas, decretan un corralito, suspenden la final de la Copa del Rey o algo peor, qué sé yo.

y 4.- Ninguna de las anteriores.

jueves, mayo 03, 2012

Culturagrafic o Estiloramas

Pues sí, que a partir de ahora, y si el tiempo (el del calendario, no el de las nubecillas y eso) no lo impide, podréis seguir mis crónicas de teatro/cine/literatura y otras cositas varias que se tercien en la revista CULTURAMAS.

Aquí os dejo un par de ellas para ir abriendo boca (que entre el hambre y el queso, está muy bien traído): 

Los Juegos del Hambre, novela frente a película

Dándolas con queso: Gerónimo Stilton, El Musical del Reino de la Fantasía




lunes, abril 02, 2012

Y yo, ¿por qué no hice huelga?

Estoy en contra de esta reforma laboral que nos sirve en bandeja el Gobierno del PP. No me siento capacitado para calificarla de buena o mala, conveniente o inconveniente, necesaria o innecesaria, no voy a saber yo más que Guindos, Montoro y Báñez juntos, - ya podrán, tres contra uno - pero simplemente no me creo las razones que supuestamente la justifican. Echando mano de uno de sus puntos más conflictivos, no me trago que abaratar el despido vaya a servir para contratar más ni para reactivar la economía. Mi lógica y mi sentido común me dicen que eso es como empezar la casa por el tejado, además de un paso atrás innecesario en derechos laborales ya conseguidos. ¡Y que en caso de resultar afectado saldría perdiendo, qué narices! Allá ellos con sus razones y sus propósitos, pero yo no me los creo.

Entonces, ¿por qué no hice huelga el día 29? Pues muy sencillo: porque tampoco creo en el huelga general, y no creo en ella otra vez por una cuestión de lógica y sentido común. Trataré de argumentarla, dejando claro de antemano que me merece todo respeto cualquier decisión o postura que haya sido tomada al respecto libremente por cualquier ciudadano.

En primer lugar, me pregunto si se puede aplicar el adjetivo “general” a una convocatoria de huelga, me refiero a si existen motivos tan comunes a todos los trabajadores de este país como para que tomemos juntos, cogidos de la mano y bajo una misma pancarta, un decisión tan drástica e importante como lo es dejar de trabajar, aunque sea por un día, sea cual sea la empresa a la que pertenezcamos o la actividad que desarrollemos.

En segundo lugar, me pregunto también sobre cuáles son los objetivos de una huelga, sea esta general o no. Entiendo que se trata de mostrarle a alguien nuestro descontento e indignación, en este caso al Gobierno, mediante la protesta, causarle inconvenientes y presionarle para que dé marcha atrás. Mostrar mi descontento e indignación, incluso presionar, puede que sí, pero…¿a quién causo yo realmente inconvenientes al dejar de ir a trabajar? ¿Quién es el principal perjudicado? Evidentemente, al menos en mi caso, la empresa que me contrata y me paga por trabajar, mejor o peor, pero según lo pactado.

Me parecería apropiado secundar una huelga si se diera el caso de que mi empresa hubiera cometido una injusticia conmigo o con mis compañeros de trabajo, tratando así de causar inconvenientes a quien a mí me los hubiera causado o a quien se hubiera comportado, a mi juicio, de manera injusta con sus trabajadores. Se lo tendría merecido. Y claro, ya no sería “general”. Pero hacerle una huelga a un Gobierno causando “daños colaterales” a mi empresa, a las personas a las que presto servicios, si los presto, a la economía del país, a su imagen en el exterior, a la sociedad, etc., ¿tiene algún sentido? Yo, al menos, no se lo encuentro. Sinceramente, es como si me dijeran: ponte a romper cristales o a quemar coches, porque hay que protestar contra el Gobierno.

Por solidaridad, dirán algunos. Hay que secundar una huelga general por solidaridad con quienes están en peor situación que tú y sí que tienen problemas en sus empresas o, sencillamente, se han quedado en el paro. Vale, de acuerdo, ¿pero para solidarizarme con ellos es preciso causar inconvenientes a otros? Y esos otros a los que causo daños no me dirían: ¿y por qué no te solidarizas también conmigo, que no te hecho nada malo?

Por si acaso, dirán otros. Hay que secundar una huelga general porque puede ser que lo que hoy les ocurre a otros mañana te suceda a ti. Basta con que tu empresa se vea en la necesidad de acogerse a determinados supuestos de la reforma laboral y… ¡zas! A la calle por cuatro euros. Vale, de acuerdo también, pero ¿es un “por si” una razón justa y consistente como para negarme a trabajar? A mi al menos no me lo parece. Y no es que confíe a ciegas en las buenas intenciones de mi empresa, no, quién sabe, tal vez en unos meses esté en la calle, pero hombre, cobrarle ya un “canon” por si acaso tampoco me parece lo más apropiado.

Y entonces, si no estoy de acuerdo con la huelga, ¿qué alternativas propongo para protestar por la reforma laboral u otras medidas que pudiéramos considerar injustas? ¿Nos quedamos de brazos cruzados y que nos las den una tras otra? Protestemos, organicémonos, seamos imaginativos y participativos, alcemos la voz ante lo que nos parece injusto, que hoy existen herramientas para ello: internet, redes sociales, blogs, etc, sin ir más lejos. Castiguemos o premiemos con nuestro voto a quienes merezcan lo uno o lo otro. Echémonos a la calle si hace falta, siempre que lo hagamos respetando la libertad y los derechos de los demás. Una sociedad justa, democrática y, sobre todo, responsable, tiene suficientes mecanismos para ello.

Pensemos, en definitiva, en actitudes que sumen y olvidémonos de las que restan.

miércoles, marzo 21, 2012

El teatro del tiempo

Follies
Del 10 de febrero al 8 de abril
Teatro Español (Madrid)
Dirección: Mario Gas

Cuando el legendario teatro está ya a punto de cerrar para convertirse en un garaje, al viejo empresario no se le ocurre otra que reunir en una fiesta a todas sus antiguas estrellas. Y allí, sobre las tablas del teatro a punto de ser derribado, entre ruinas y fantasmas de coristas, vamos a asistir a la puesta en escena de todo un espectáculo, el de la vida misma, conducido por el director más duro y exigente que haya pisado escenario alguno: el tiempo. Prepárense, porque seremos testigos de lo que este, despiadado, es capaz de hacer con sus actores. Vida y teatro, realidad y ficción, primera de las extrañas parejas que encarnan este juego de duplicidades y espejos que recorre todo la historia de Follies, nacido como homenaje a los espectáculos de variedades que triunfaron en el Nueva York de principios del siglo XX.

Con una muy lograda puesta en escena, ese tiempo, que no solo dirige sino que también actúa (como Mario Gas), se desdobla en Follies con sorprende facilidad. Presente y pasado, otra pareja imposible, se manifiestan en un mismo plano, el del teatro, permitiendo que cobre vida la versión juvenil de los protagonistas, fantasmas que anticipan la tormenta de sentimientos que cualquier día podría acabar por desencadenarse. Ahí arranca la dramática y trascendental historia que subyace al alegre, divertido y aparentemente insustancial espectáculo de variedades. Y dale con las duplicidades.

Porque sabido es que la imperfección forma parte de la vida misma, así que esta estructura llena de líneas paralelas se acaba por romper por su parte más débil, la que conforman las dos parejas protagonistas, quienes, en contra de lo que pudiera parecer, no avanzan en paralelo, sino que se entrecruzan conformando un entramado mucho más complejo y, por ende, también mucho más humano. Y así es como descubrimos que una elección, la elección, tal vez no fuera la correcta.

Desencadenado el drama, la segunda parte del espectáculo es sin duda más onírica e irreal. Cada personaje pone en escena su número de “follies” - nuevo paralelismo del teatro dentro del teatro - construidos todos ellos con los recuerdos, ansiedades, frustraciones, deseos y sueños de los cuatro protagonistas. Entre las escenas más conmovedoras, la de Muntsa Rius, avanzando sin avanzar, con las luces de la ciudad de fondo y la inquietante neblina a sus pies mientras interpreta “Loosing my mind”. Todo un regalo para ojos y oídos.

¿Qué decir, por cierto, de los actores? Encabezados por un sorprendente Carlos Hipólito, sorprendente no por sus dotes como actor, más que reconocidas, sino por su muy buena voz, y por un valor tan seguro como Vicky Peña, a la que no le hace falta ni cantar, cabe destacar la arrebatadora aportación de Massiel, y el enternecedor y admirable papel de Asunción Balaguer, toda una dama de la escena. Eso sí, en ambos casos, ya se sabe: lo bueno, si breve…

Cierto es que Follies resulta a veces deprimente. Los personajes llegan a darnos pena porque representan la decadencia, lo que pudieron haber sido y no fueron o, en el mejor de los casos, lo que dejaron de ser. Pero contiene sobre todo, en un último y admirable juego de espejos y duplicidades, un mensaje de optimismo y esperanza: que atreverse a echar la vista atrás para recuperar los recuerdos sirve también para alumbrar el camino que queda por recorrer. En definitiva, que lo mejor no es sucumbir y acabar tirando por tierra lo poco o mucho que se tiene, sino mirar hacia adelante y tratar de enderezar el rumbo. Mientras todavía nos quede algo de tiempo.