“El 25 de junio de 1950, unos dos meses y medio después de que las bien adiestradas divisiones de Corea del Norte, armadas por los soviéticos y los chinos comunistas, penetraran en Corea del Sur cruzando el paralelo 38 y se iniciaran los sufrimientos de la guerra del Corea, ingresé en Robert Treat, una pequeña universidad en el centro de Newark...”
Así comienza “Indignación”, la última obra de Philip Roth, libro que no es, en contra de lo que pudiera parecer, una novela sobre la guerra. O quizás sí que lo sea, pero no sobre la Guerra de Corea, sino sobre todas las guerras, de manera especial sobre la que cada ser humano libra contra el resto del mundo e incluso consigo mismo.
He de confesar, o mejor advertir, que no soy ni mucho menos un gran conocedor de la obra de Philip Roth. Es más, más bien soy un ignorante, porque “Indignación” en la única novela que he leído del que dicen que es uno de los más grandes autores norteamericanos vivos. Y su lectura me ha descubierto a un verdadero maestro de la narración y un diseccionador de la sociedad americana, con sus grandezas y sus miserias. Todo ello aunque la novela, o así a mi me lo parece, tenga sus más y sus menos.
Con el trasfondo histórico de la Guerra de Corea, lo que en realidad “Indignación” narra es el proceso de adaptación de un muchacho de origen judío y de familia humilde a la vida de una universidad tradicional, conservadora y de estrictas costumbres religiosas, adonde ha ido a parar tratando de evitar la llamada a filas y huyendo de las manías de su padre, un carnicero kohser (según el rito judío) que no ha sido capaz de aceptar el salto a la vida adulta de su hijo y que vive obsesionado con que al chico tarde o temprano le va a ocurrir cualquier desgracia.
Sorprende que de golpe y porrazo el carácter de Marcus Messner, un chico ejemplar, bien educado y “políticamente correcto” mientras vive con sus padres y trabaja en la carnicería, pueda cambiar con su llegada a la Universidad de manera tan drástica. Nada hay que nos anuncie previamente un carácter tan rebelde, sino más bien todo lo contrario. Da la sensación de que aquí Roth no “pone a calentar” lo suficiente al personaje y lo saca a jugar a mitad de partido, y claro, a uno (al menos a mí) le cuesta aceptar el comportamiento del muchacho, que de repente parece enfrentarse a todo cuanto le rodea, se pelea con sus compañeros de habitación a las primeras de cambio, le planta cara al mismísimo decano y le “vomita” toda su indignación haciendo suyas las teorías más agnósticas del mismísimo Bertrand Russell.
Luego está lo del sexo con Olivia. Mientras Marcus se ve una y otra vez obligado a batallar y pelearse con todo el mundo para conseguir su objetivo, que al final no es otra cosa que sacar buenas notas y librarse de ser llamado a filas y de morir en el frente de batalla, resulta que da con una chica que, a diferencia de su compañeros de habitación, de su padre, del decano, de las obligaciones religiosas..., no le opone ninguna resistencia. Vamos, hablando claro, que se la chupa a las primeras de cambio. El suceso no le provocará indignación en este caso, pero sí un enorme desconcierto que será tanto o más inconveniente para su trágico futuro.
Pero el mayor acierto de la novela de Roth reside en la existencia de un tercer nivel narrativo perteneciente más al terreno de lo simbólico que al de lo real, y que complementa a la perfección a los otros dos niveles, el de la historia real (la adaptación de Marcus a la Universidad) y el del trasfondo histórico (la Guerra de Corea). Me refiero a la alegoría de la sangre. ¿La sangre como símbolo de qué? Pues no lo sabría definir muy bien, quizás en eso resida precisamente el interés de los símbolos, al menos en literatura, en esa cierta indefinición que abre posibilidades más que las cierra. Pero es evidente que una sutil línea argumental atraviesa la novela de principio a fin, comenzando en la carnicería, en el ritual judío antes aludido consistente en desangrar por completo a los animales, en los delantales y mostradores manchados de sangre y vísceras, en cuchillos que van y vienen...; que continúa con la huella del intento de suicidio dejada por los cortes de cuchilla en la muñeca de Olivia; y que finaliza en la trinchera de la colina coreana, en las heridas de bayoneta que acaban finalmente – y no descubro nada que no se pueda descubrir - con la vida del personaje.
En efecto, el autor no opta, que hubiera podido hacerlo, por la sorpresa final. Al contrario, casi desde el principio ya sabemos que Marcus ha muerto, que el personaje rememora su vida desde un estado confuso – Roth tampoco lo acaba de dejar bien claro – entre la muerte y la agonía, pero que en cualquier caso acabará por expirar definitivamente sin haber sido capaz de asumir, por culpa de su indignación, aquello que el loco de su padre se empeñaba en demostrarle: “la terrible, la incomprensible manera en que las elecciones más triviales, fortuitas e incluso cómicas obtienen el resultado más desproporcionado”.
Quizás, no sé, lo que al final Roth quiera decirnos es que ahí, en lo absurdo de la muerte, en la inocencia de la sangre derramada, es en donde debería residir el verdadero y único motivo de toda nuestra indignación.
Así comienza “Indignación”, la última obra de Philip Roth, libro que no es, en contra de lo que pudiera parecer, una novela sobre la guerra. O quizás sí que lo sea, pero no sobre la Guerra de Corea, sino sobre todas las guerras, de manera especial sobre la que cada ser humano libra contra el resto del mundo e incluso consigo mismo.
He de confesar, o mejor advertir, que no soy ni mucho menos un gran conocedor de la obra de Philip Roth. Es más, más bien soy un ignorante, porque “Indignación” en la única novela que he leído del que dicen que es uno de los más grandes autores norteamericanos vivos. Y su lectura me ha descubierto a un verdadero maestro de la narración y un diseccionador de la sociedad americana, con sus grandezas y sus miserias. Todo ello aunque la novela, o así a mi me lo parece, tenga sus más y sus menos.
Con el trasfondo histórico de la Guerra de Corea, lo que en realidad “Indignación” narra es el proceso de adaptación de un muchacho de origen judío y de familia humilde a la vida de una universidad tradicional, conservadora y de estrictas costumbres religiosas, adonde ha ido a parar tratando de evitar la llamada a filas y huyendo de las manías de su padre, un carnicero kohser (según el rito judío) que no ha sido capaz de aceptar el salto a la vida adulta de su hijo y que vive obsesionado con que al chico tarde o temprano le va a ocurrir cualquier desgracia.
Sorprende que de golpe y porrazo el carácter de Marcus Messner, un chico ejemplar, bien educado y “políticamente correcto” mientras vive con sus padres y trabaja en la carnicería, pueda cambiar con su llegada a la Universidad de manera tan drástica. Nada hay que nos anuncie previamente un carácter tan rebelde, sino más bien todo lo contrario. Da la sensación de que aquí Roth no “pone a calentar” lo suficiente al personaje y lo saca a jugar a mitad de partido, y claro, a uno (al menos a mí) le cuesta aceptar el comportamiento del muchacho, que de repente parece enfrentarse a todo cuanto le rodea, se pelea con sus compañeros de habitación a las primeras de cambio, le planta cara al mismísimo decano y le “vomita” toda su indignación haciendo suyas las teorías más agnósticas del mismísimo Bertrand Russell.
Luego está lo del sexo con Olivia. Mientras Marcus se ve una y otra vez obligado a batallar y pelearse con todo el mundo para conseguir su objetivo, que al final no es otra cosa que sacar buenas notas y librarse de ser llamado a filas y de morir en el frente de batalla, resulta que da con una chica que, a diferencia de su compañeros de habitación, de su padre, del decano, de las obligaciones religiosas..., no le opone ninguna resistencia. Vamos, hablando claro, que se la chupa a las primeras de cambio. El suceso no le provocará indignación en este caso, pero sí un enorme desconcierto que será tanto o más inconveniente para su trágico futuro.
Pero el mayor acierto de la novela de Roth reside en la existencia de un tercer nivel narrativo perteneciente más al terreno de lo simbólico que al de lo real, y que complementa a la perfección a los otros dos niveles, el de la historia real (la adaptación de Marcus a la Universidad) y el del trasfondo histórico (la Guerra de Corea). Me refiero a la alegoría de la sangre. ¿La sangre como símbolo de qué? Pues no lo sabría definir muy bien, quizás en eso resida precisamente el interés de los símbolos, al menos en literatura, en esa cierta indefinición que abre posibilidades más que las cierra. Pero es evidente que una sutil línea argumental atraviesa la novela de principio a fin, comenzando en la carnicería, en el ritual judío antes aludido consistente en desangrar por completo a los animales, en los delantales y mostradores manchados de sangre y vísceras, en cuchillos que van y vienen...; que continúa con la huella del intento de suicidio dejada por los cortes de cuchilla en la muñeca de Olivia; y que finaliza en la trinchera de la colina coreana, en las heridas de bayoneta que acaban finalmente – y no descubro nada que no se pueda descubrir - con la vida del personaje.
En efecto, el autor no opta, que hubiera podido hacerlo, por la sorpresa final. Al contrario, casi desde el principio ya sabemos que Marcus ha muerto, que el personaje rememora su vida desde un estado confuso – Roth tampoco lo acaba de dejar bien claro – entre la muerte y la agonía, pero que en cualquier caso acabará por expirar definitivamente sin haber sido capaz de asumir, por culpa de su indignación, aquello que el loco de su padre se empeñaba en demostrarle: “la terrible, la incomprensible manera en que las elecciones más triviales, fortuitas e incluso cómicas obtienen el resultado más desproporcionado”.
Quizás, no sé, lo que al final Roth quiera decirnos es que ahí, en lo absurdo de la muerte, en la inocencia de la sangre derramada, es en donde debería residir el verdadero y único motivo de toda nuestra indignación.
13 comentarios:
Vaya, menuda crítica más completa....
Sabes qué me ha recordado? los comentarios de texto que hacía en la universidad, eran mi fuerte, no solía bajar del sobresaliente ya desde el instituto. Tuve un profesro fantástico que me enseñó a hacerlos y me dijo " Ya me lo agradecerás " pues sí, mil veces se lo agradecí.
Yo no hago porque en mí me resulta pretencioso.. no sé por qué tengo esa idea extraña... en fin, ha sido un placer leerlo.
Un amigo mío lleva años recomendándome que lea a Roth. Y todavía no lo he hecho.
Y no lo he hecho porque ese mismo amigo me regaló El animal moribundo para mi trigésimotercer cumpleaños... pero luego se lo llevó para leerlo él primero.
De eso hará unos 4 años y todavía no me ha devuelto el libro.
¡Eso sí que es indignante!
P.S.1: gracias por recordármelo. El próximo día que lo vea, le reclamo el libro. Y ya te cuento.
:)
P.S.2: Me gustan mucho tus críticas.
Wen: cuando enseñaba literatura, mi mayor obsesión con los alumnos era que aprendieran a hacer bien los comentarios de texto, muy por encima de que se supieran de memoria la vida y milagros de tal o cual autor. La biografía de Pío Baroja está en cualquier libro de texto o enciclopedia, y ahora en internet, pero comprender un texto suyo y, sobre todo, saber explicar cuál es la lectura personal que cada uno hace de ese texto, para mi es lo fundamental de esa asignatura que tanta gente piensa que no sirve para casi nada.
El comentario de texto al final es eso: leer un texto, comprenderlo y después comentarlo, es decir, exponer la lectura que tú haces de él.
La grandeza de la literatura reside, entre otras cosas, en que no es una ciencia exacta, en que sugiere, no impone, en que abre puertas, no las cierra. A la hora de interpretar un texto, lo importante es justificar tus argumentos, tu lectura, tomando como base lo que está escrito por el autor. Por muy extravagante y complicada que resulte o parezca la lectura que tú haces de un texto, si luego eres capaz de argumentarla y defenderla no inventándote nada, sino recurriendo siempre al propio texto, nadie te podrá decir que no sea valida. Se podrá estar más o menos de acuerdo, pero no pro eso dejará de ser válida.
Eso es, más o menos, lo que quise siempre transmitir a mis alumnos.
¿Y todo eso vale para algo? Yo diría que para mucho. El día que perdamos esa capacidad de comprender y argumentar, que dejemos de practicarla, estaremos perdidos, si no lo estamos ya.
Irre: mira que regalarte un animal moribundo...Qué desagradable.
Por cierto, que gracias al análisis de tu texto acabo de descubrir que, o me has colado un gazapo, o caminas irremediablemente hacia los 38 (trigésimo tercer cumpleaños..., de eso hará unos cuatro años...)
A mi también me gustan mucho tus poemas in english. Cuando tenga oportunidad de criticar tus tomates dejarán de gustarte.
Es una novela excelente, en mi modesta opinión. Te recomiendo El lamento de Portnoy y La mancha humana ( que son los que he leído)
Saludos cordiales y un abrazo.
Ya había oído hablar de Roth como un imprescindible, y ¡Vale! me has terminado de convencer, de este año no pasa sin leer algún título suyo.Porqué en Literatura Americana(que me encanta) me he quedado en la generación Beat, Mailer y el de "Aflicción" de Rusell banks, altamente recomendable.
¡Qué buen profesor tenías que ser!
:D
Me he leído tu explicación sobre los comentarios de texto de corrido, lo he interpretado y he sacado mis propias conclusiones. Vamos, que ya he hecho los deberes.
Y no, no te he colado ningún gazapo moribundo en el comentario anterior. Camino indefectiblemente hacia los 38 añazos (a cumplir el 20 de octubre).
Ojito con los tomatazos, que a lo mejor recibes alguno y no sabrás ni por dónde vino.
XDD
Besitos.
:)
NO se qué me ha gustado más, si el post de recomendación de Roth o saber que eras profesor!
Jo, me pido un profe como tu en la próxima vida!
Besicos
Pues yo saqué un diez en selectividad en lengua castellana... y eso que yo soy catalán...
Hay que ver que los judios siempre están en todas partes... madre mia... madre mia...
Jove: tendré muy en cuenta tus recomendaciones. La mancha humana fue luego peli, con A. Hopkins y N. Kidman.
Joako: me apunto también tus recomendaciones. Ya me contarás qué eliges de Roth, que hay mucho donde elegir. Según he leído, este último se sale un poco de lo típico suyo.
Irre: así me gusta, que hagas bien los deberes, que estamos a final de curso. El domingo iré a ver cómo están mis tomates, y si eso echamos guerras. Propongo tomatada blogueril.
Belén: jo, pues ya me estoy pensando yo lo de las clases particulares con esto de la crisis, no te creas.
David.: pues ya sacaste más que yo, eso seguro.
¡M'apunto!
:)
Sí que debías ser buen profesor tú, sí..... En mi caso fué el de ética, que después me daría filosofía el que me enseñó. Tengo grandes recuerdos de ese profesor, era magnífico, digan lo que digan. A Ricardo dle debo muchas cosas, pero la más importante la de el análisis crítico que de tanto me ha servido en mi vida y tanto he usado a lo largo de mi años, académicos y no académicos.
Un besote ,Mariano.
Yo no tengo tomates, pero si ganas de veros, me puedo apuntar?
:)
Besicos
No me ha interesado mucho la literatura norteamericana pero ¿siempre eres así de convincente? Dan ganas de salir corriendo a conseguir un ejemplar.
Un besito.
Publicar un comentario