Recuerdo vagamente, hace tiempo, una clase de Relaciones Internacionales y un dibujo en la pizarra del mapa de España rodeado por el sur por cientos de muñequitos negros asomándose a la Península, esperando la ocasión para saltar. El dibujo simulaba un futuro no muy lejano: “cuando salten, tendremos un problema”
Pues bien, el futuro ya esta aquí, y en efecto, tenemos un problema. No sólo España, sino toda la Unión Europea y, en general, el mundo desarrollado. Mejor aún: hasta ahora el problema lo tenían otros, el tercer mundo; lo que ocurre es que ahora nos toca compartirlo. España, por su posición geográfica, es de las primeras en recibirlo.
¿Y la solución? ¿Existe? Quizás haya que aceptar que se ha acabado el chollo; que no podemos seguir nadando en la abundancia aquí mientras se mueren de hambre allí; que no podemos seguir limpiando nuestra terraza y echando la mierda para abajo, porque al final el montón acaba subiendo. Pero ni el primer mundo parece dispuesto a renunciar a su grado de bienestar para que otros se beneficien, ni el tercer mundo, o al menos parte de sus dirigentes, parece dedicar mucho empeño a resolver el problema..
A los subsaharianos que logran saltar las vallas de Ceuta y Melilla no se les puede devolver a su país de origen porque allí no los admiten; saben que si logran saltar, la puerta de Europa se les abre, y en ello les va la vida. Como diría el maestro Sabina, “qué pequeña es la luz de los faros / de quien sueña con la libertad”.
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1 comentario:
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