Que en un sistema político puedan debatirse democráticamente cuestiones como la del Estatut y que se trate de buscar soluciones que contenten a todos en la medida de lo posible no debería ser un problema, sino más bien una virtud y un síntoma de madurez democrática. Es lo que podría estar sucediendo con el debate en cuestión si la negociación no se estuviera viendo rodeada de todo ese “ruido de sables” que cada vez arma más estrépito. Pero no está ocurriendo así. Da la sensación de que los políticos hablan más de la cuenta, de que al Gobierno el asunto se le está escapando de las manos, de que a la oposición le viene de perlas tanta crispación, de que los medios de comunicación se frotan las manos con un asunto que les da pie para escribir ríos y ríos de tinta, de que los tertulianos y columnistas tienen materia para desfogarse, demostrar su simpatías y enemistades y pagar algún que otro favor, de que los militares se están poniendo nerviosos... En fin, de que, finalmente, el ciudadano percibe síntomas alarmantes y acaba metido en un batiburrillo de opiniones, despropósitos y salidas de tono que nos alejan de la deseable tranquilidad.
Por favor, señor Mena, señor Bono, señor Rajoy, señor Rovira, y tantos y tantos implicados... ¡un poquito de por favor!.
Por favor, señor Mena, señor Bono, señor Rajoy, señor Rovira, y tantos y tantos implicados... ¡un poquito de por favor!.
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