Tres de cada cuatro españoles no leyó el texto de la constitución de la UE antes de votar, dice un estudio del CIS.
¿Tres de cada cuatro? ¿No serán cuatro de cada tres? Y en realidad, ¿por qué tendríamos que leer un texto escrito, en su mayor parte, para ser entendido únicamente por iniciados? ¿Es que no tenemos una clase política a la que elegimos y en los que teóricamente depositamos nuestra confianza para que decida por nosotros en aquello para lo que están más capacitados?
Además, ¿nos dejaban muchas opciones para votar “no”? Las campaña con las que nos inundaron los días previos al referéndum sólo hablaban de aquellos artículos de contenido tan general y obvio que nos conducían a al idea de que el “sí” era la única opción posible.
Y por último, en un referéndum de este tipo ¿qué significa realmente votar “no”? La negación no es, en sí, una postura concreta. Al votar que “sí” decimos que nos parece bien un texto y lo aceptamos; bien, ya tenemos algo. Pero al votar “no” decimos que no lo aceptamos y ¿qué tenemos? ¿Tenemos posibilidad de presentar un texto alternativo? Desde luego, nosotros no. ¿Y cómo sería ese nuevo texto teniendo en cuenta que hay que volver a poner de acuerdo a los representantes políticos de los estados miembros? ¿Y el nuevo texto sería finalmente aprobado?
El “si” y el “no” nunca estuvieron a la misma altura en la balanza. Yo, desde luego, fui uno de los tres, o de los cuatro.
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