Lo peor es que un día va a pasar algo. Es tal la aglomeración dentro y fuera de los vagones que el día menos pensado se monta el lío y a ver cómo sales de allí.
Lo mejor, que los pasajeros nos vamos conociendo y aunque siempre hay alguno que pierde los nervios y descarga su ira con el vecino, conductor o taquillera, por lo general el usuario del metro en hora punta derrocha paciencia, que no es poco. El premio se lo llevan los padres/madres que, dejándose aconsejar por nuestros queridos políticos, optan por utilizar el transporte público para llevar a sus hijos al cole. Da gusto ver cómo protegen a sus pequeños de la multitud y cómo les abren paso cuando llegar hasta la salida se antoja una tarea imposible.
Hay, eso sí, quien no se mueve de la puerta ni a palos, y quién, todavía no sé como, consigue desplegar en todo su esplendor el 20minutos independientemente de lo reducido que sea el espacio aéreo que quede libre entre su nariz y la oreja del vecino. Yo ya es que opto por los libros en edición de bolsillo; y ni eso, porque hay días que no hay manera siquiera de mover el índice para activar el botoncito del MP3. Tampoco es que sea el mejor momento para leer el gratuito matutino, que hoy te abofetea en su portada con que “el transporte público sube en enero el 3,5%, por encima del IPC”. Encima recochineo.
Lo mejor es optar por distraerte leyendo los textos de la campaña libros a la calle si es que pillas un buen sitio, claro. A mi hoy no me ha quedado mas remedio que recordar - hacía tiempo que no las leía – la coplas de Manrique, porque un achuchón del personal en la Avda. de América me ha transportado sutilmente de cara a la pared sin poder despegar los ojos de aquello de:
“Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.”
Eso si que es obligarte a leer a los clásicos, y no lo que hacíamos en el colegio.
Sigo leyendo, y en mitad del éxtasis manriqueño me vuelve el cabreo al recordar el metro que se me fue en Estrella porque no había forma de entrar:
“Y pues vemos lo presente
cómo en un punto es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.”
Lo de “los ríos que dan a la mar, que es el morir” prefiero obviarlo, de manera que cuando termino la lectura y me entretengo mirando a la gente me da por tararear una canción de mi admirado Serrat que se me viene a la cabeza, al tiempo que me distraigo identificando sus personajes entre los usuarios que me rodean:
“El revisor ve billetes;
Lo mejor, que los pasajeros nos vamos conociendo y aunque siempre hay alguno que pierde los nervios y descarga su ira con el vecino, conductor o taquillera, por lo general el usuario del metro en hora punta derrocha paciencia, que no es poco. El premio se lo llevan los padres/madres que, dejándose aconsejar por nuestros queridos políticos, optan por utilizar el transporte público para llevar a sus hijos al cole. Da gusto ver cómo protegen a sus pequeños de la multitud y cómo les abren paso cuando llegar hasta la salida se antoja una tarea imposible.
Hay, eso sí, quien no se mueve de la puerta ni a palos, y quién, todavía no sé como, consigue desplegar en todo su esplendor el 20minutos independientemente de lo reducido que sea el espacio aéreo que quede libre entre su nariz y la oreja del vecino. Yo ya es que opto por los libros en edición de bolsillo; y ni eso, porque hay días que no hay manera siquiera de mover el índice para activar el botoncito del MP3. Tampoco es que sea el mejor momento para leer el gratuito matutino, que hoy te abofetea en su portada con que “el transporte público sube en enero el 3,5%, por encima del IPC”. Encima recochineo.
Lo mejor es optar por distraerte leyendo los textos de la campaña libros a la calle si es que pillas un buen sitio, claro. A mi hoy no me ha quedado mas remedio que recordar - hacía tiempo que no las leía – la coplas de Manrique, porque un achuchón del personal en la Avda. de América me ha transportado sutilmente de cara a la pared sin poder despegar los ojos de aquello de:
“Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.”
Eso si que es obligarte a leer a los clásicos, y no lo que hacíamos en el colegio.
Sigo leyendo, y en mitad del éxtasis manriqueño me vuelve el cabreo al recordar el metro que se me fue en Estrella porque no había forma de entrar:
“Y pues vemos lo presente
cómo en un punto es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.”
Lo de “los ríos que dan a la mar, que es el morir” prefiero obviarlo, de manera que cuando termino la lectura y me entretengo mirando a la gente me da por tararear una canción de mi admirado Serrat que se me viene a la cabeza, al tiempo que me distraigo identificando sus personajes entre los usuarios que me rodean:
“El revisor ve billetes;
el sacamuelas ve dientes,
el carnicero, filetes;
y la ramera, clientes
en el metro.
Los avaros ven mendigos,
los mendigos ven avaros;
los caballeros, señoras;
las señoras, tipos raros
en el metro.
El autor ve personajes,
el zapatero ve pies;
el sombrerero, cabezas;
el peluquero, tupés.
Los médicos ven enfermos,
los camareros, cafés;
yo sólo la veo a ella:
la bella,la bella,
la bella que no me ve.”
En fin, hoy iba a hablar del metro y no de sus pasajeros, pero comprendan que como nos vemos todos los días y además vamos tan arrimaditos, uno acaba cogiéndoles cariño.
2 comentarios:
Fantástico post. Soy otro sufrido usuario :-)
Gracias Jesús, y ánimo. Me temo que nos queda mucho por sufrir.
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