jueves, septiembre 20, 2007

Ruedines

En un comentario, no recuerdo bien si en su blog, en el mío o en otra de las muchas bitácoras con las que algunos de vosotros - lectores míos si los hubiere - nos deleitáis a diario, a ese pedazo de bloguero que es Clandestino le comenté (que para eso están los comentarios, para comentar) que algún día elaboraría un post acerca de los ruedines. No me digas a cuento de qué, pero se lo comenté, qué cabeza la mía. Pues bien, me temo que ha llegado la hora, Clandestino, allá donde estés, que tiempo hace que de ti no sé.

Podrá parecer un asunto baladí, pero no lo es en absoluto, te lo juro. Me refiero a lo de lo ruedines, no a la desaparición de Clandestino. Para quien no conozca la palabra – no, no me refiero a “baladí” sino a “ruedines“ - , acudo al diccionario, y me quedo exactamente igual, porque no me aparece.

Lo explico yo entonces: se trata de esas ruedecillas pequeñitas que las bicicletas para niños incorporan adheridas al eje de su rueda trasera para evitar la pérdida del equilibrio, dada la dificultad de mantener el artilugio erguido sobre sólo dos puntos de apoyo, que en qué cabeza cabe, vamos, si lo más normal es que se dé un porrazo tras otro, la criatura, con sólo dos ruedas.

A mí es que me gusta la sonoridad de la palabra - “ruedines”, repetid conmigo -, y es que además para un padre de familia los ruedines significan tantas y tantas cosas.... Son, sobre todo, una metáfora del paso del tiempo, de la fugacidad de la vida, de la fragilidad de las cosas mundanas, de la inseguridad ante los peligros del destino, del primer y amenazante batir de alas de nuestros vástagos - que no vestigios, Viguetana, que te veo venir -, de qué sé yo cuantas cosas más...

Yo, gracias a los ruedines, acabo de descubrir, fíjate tú, que la vida es – aparte de una tom tom tómbola de luz y de coloooor – un girar y girar sobre nosotros mismos, después del cual siempre acabamos regresando al punto de partida. Pero como ya vengo viendo caras de incredulidad en el personal, me voy a extender y os contaré una tierna historia tan dura y real como la vida misma que os permitirá haceros una más detallada idea de aquello que me bulle en la cabeza y no acabo de expresar, leches.

Resulta que mi hija mayor, cuando era más chiquita, tenía una bicicleta. Sí, claro, con ruedines, ¿pues no estamos hablando de eso? Al cabo del tiempo, un par de años nomás, el padre de la criatura, esto es, un servidor, acabó aceptando que su débil y frágil retoño había superado la primera fase de la niñez, graduándose, por decirlo técnicamente, en el manejo y disfrute del vehículo ciclístico, esto es, la biciclé. Que ya no le hacían falta los ruedines, vamos.

Con compungido gesto motivado por el hecho de soportar y asumir la pesadumbre que supone aceptar las consecuencias del fugaz paso del tiempo, en un arranque de decisión me precipité en busca de la llave inglesa correspondiente, con la única y decidida intención de aflojar la tuerca que sujeta los susodichos ruedines a la base del vehículo ciclístico, también susodicho, para proceder a retirarlos y dejar a mi hija volar, rauda y veloz, en busca de su propio destino. Guardé los ruedines en el trastero y allí quedaron, olvidados durante unos años, envueltos en su bolsa del Alcampo cubierta de polvo procedente, el polvo, de la continuas obras “gallardonianas” soportadas en las inmediaciones de la vivienda que un día adquirí en propiedad a título personal, que no en régimen de usufructo; la vivienda, digo.

Pero hete aquí que al cabo del tiempo, un nuevo vástago - que no vestigio, Viguetana, que no vestigio - alumbró el hogar familiar, y ese retoño creció y creció, hasta que fue llegado a un punto que de sus tiernos labios se escucharon las esperadas palabras: “¿papa, me puedo montar en la bici de la tata?” Fue escuchar la frase, cual mensaje divino, y allá que me fui, a buscar le herramienta imprescindible, la llave inglesa más arriba referida, para devolver los ya vetustos ruedines, otrora brillantes y relucientes, a su lugar de origen, allí de donde nunca debieron salir, del eje trasero de la bici de la tata, también más arriba referida.

Y así, al apretar con decisión las tuercas ambas que soportan con su delicado engranaje los sendos ruedines, invadiome una agradable sensación de deja vu que me retrotrajo, vaya si me retrotrajo, a los primeros kilómetros recorridos por aquella bicicleta que adquirí un día ya lejano - también en propiedad, que no en régimen de usufructo - como regalo de cumpleaños para mi zagala de más avanzada edad, también llamada mayor a secas.

Y todo ello sabiendo que en breve, inexorablemente, y si el devenir fugaz del tiempo no lo impide, me veré abocado a guardar los ruedines en el trastero una vez más, a la espera de que el tiempo en polvo convertido cubra con el manto del olvido los dichosos ruedines de los cojones que un día Clandestino trajo a mi memoria.

Estilografic.art

17 comentarios:

Mariano Zurdo dijo...

Joder, se me está cayendo unas lágrimas gordas como ruedines.
Cuando deje de llorar volveré,
Póngame a los pies de sus vestigios.

wen- dijo...

Qué tierno Estilografic :)
Espero algún día poder pasar por todas esas cosas, no sabes la envidia que me das. El complejo maternal este dichoso va a acabar conmigo al final.... Yo tb quiero un vestigio... jope XD

Mariano Zurdo dijo...

Ya se me ha pasado la llantina.
Tu entrada ha sido terapéutica para mí. Ahora lo entiendo todo. Nunca tuve ruedines. Aprendí a montar en bici a las bravas. Crecí sin esa etapa de estabilización, y así me va. Me he quedado escorado hacia la izquierda.
Ale, que me voy a llorar un ratito más. Te habrás quedado a gusto...

estilografic.blog dijo...

Wen: creí que me ibas a decir que tú también querías una bici, y no un vestigio.

Mariano: eso es como lo de los bebés que no gatean. Luego acaba trayendo problemas: se relacionan mal, son distraídos, se hacen del Atleti...

Isabel Burriel dijo...

Joder, me has inundado de nostalgia. Encima de cómo tengo yo el día. Entre ruedines. ¿Cuándo me tocará ponérselos a mi niña? ¿Hasta dónde llegará con ellos?

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Pues sí que os ponen emotivos los ruedines. Vamos, como para ir con vosotros al cine a ver una de llorar...
Por cierto que lo más difícil de los ruedines es el día que los quitas, que lo pasas fatal pensando en la galleta que se a pegar el/la pobre.

Viguetana dijo...

Pues a mí los ruedines me recuerdan lo siguiente:
Un día mi padre me dijo "Ya vas sobrá, te los quito" y yo le contesté: "Bueno, pero tú me sujetas por detrás (la bici), ¿vale?", y el me contestó "sí, claro".
Yo, confiada, empecé a darle a los pedales toda flipá y con esas que grito: "¿Papá, sigues ahí?" Al no recibir respuesta (pues nunca estuvo ahí), me acojoné y me pegué un trompazo de aupa. Luego, obviamente, me lié a tortazos con la pierna de mi padre.
Sí, sí, con la pierna. Es que no llegaba más arriba.
XD

Por cierto, Wen, no sabía que andabas afectada por el síndrome de la maternitis aguda... :-)

Kim dijo...

Yo tengo una bolsa en el maletero de mi coche con unos ruedines. Soy tan vago que no he sido capaz ni de guardarlos en el trastero.
Gracias por la mención, compañero.

estilografic.blog dijo...

Inte: la mía pequeña no para desde que se los he puesto.

Javier: eso digo yo; a las dos cosas me refiero, a lo del cine y lo de la galleta.

Viguetana: cómo son lo padres.

Cladestino; Preocupado me tenías con tu desaparición, sólo y perdido por el mundo, sin ruedines.

tootels dijo...

vaya tela... nos vas a hacert lagrimear hostias... yo aprendí sin ruedines... y las cicatrices lo confirman..

Anónimo dijo...

Yo nunca los tuve, no soy hermana de Indurain, es que cuando mi padre pudo comprarme una bici yo ya no necesitaba ruedines. Pero sin ruedines este post trajo a mi mente hermosos recuerdos, y una mi rostro una buena sonrisa como siempre que paso por tu blog.

Un beso

Desesperada dijo...

ruedines! no escuchaba esa palabra desde hace tanto tiempo... qué bonita entrada, estili. me has devuelto a mi niñez.

jorgeele dijo...

Debe dar vértigo.
Lo de ir a por la llave inglesa como el que va a por una pistola: sabe que va a hacer algo irreparable.
Yo me acuerdo, no sé por qué, de los patines a la Fisher-price que tenía. Esos que tenían las ruedas como de piedra pulida, no de goma. Las tres veces que me quedé inconsciente, los raspones en las rodillas y los codos.

estilografic.blog dijo...

Tootles: pues en la foto tienes cara de niño con bici con ruedines. Bienvenido, por cierto.

Anónima diaria: te perdiste una bonita experiencia entonces. Gracias.

Deses: ya te estoy viendo otra vez con coletas y vestido de falda corta.

Jorgeele: Bueno, no es irreparable; se guardan y luego se vuelven a poner, si hace falta. Lo de los patines debió ser duro, por lo que cuentas.

Erayo Peroyano dijo...

Es la primera vez que oigo la palabra "ruedines". En mi pueblo y alrededores siempre les dijimos "patines". ¿Se dice ruedines en el resto de España o es también cosa localizada? Simple curiosidad. Será que en mi zona nos fijábamos más en las patas que en las ruedas, de ahí patines y no ruedines. No sé, igual de emotivo de todas formas.

Un saludo.

Desesperada dijo...

ja ja ja odiaba las faldas, así que me verías más con pantalones!!!

Anónimo dijo...

Poesía de la buena Estil, de la de verdad. Un beso.