Después de haber engullido no sin cierta desazón - compensada esta última, eso sí, con un incontrolable apetito canino – las espirales con salsa bolognesa que había elegido como mal menor para mi primer plato, el camarero va y me planta encima de la mesa, aún sin haber dado cuenta del todo de la penosa pasta, el filete de ternera con patatas que ponía punto final a la parte más consistente de mi menú del día (“menú de lunes”, decía en la carta).
Tras pensármelo durante unos segundos con cara de bobo mientras contemplaba el plato recién servido, opté finalmente por requerir la presencia del camarero, y eso que soy, por naturaleza, pudoroso enemigo de reclamaciones.
- Camarero, por favor, ¿sería posible que me cambiaran el segundo?
- ¿Le ocurre algo a SU filete, señor?
Aquel tipo pronunció el SU subrayado de tal manera, o al menos así a mí me lo pareció, que ya di por descontado que mi petición iba a caer directamente en saco roto. Aún así, eché el resto en un último intento.
- Es que no me ha entrado por el ojo – me atreví a soltarle al descarado camarero, aludiendo así al melancólico aspecto de “suela de zapato” que presentaba aquella triste lonja de carne de oscura y chamuscada presencia.
- No se trata de que le entre a usted por el ojo, señor, sino de que su sabor le resulte lo suficientemente satisfactorio.
- Ya, pero....
- Ahora, si o que busca es experimentar nuevas sensaciones, allá usted con lo que se introduce por cualesquiera de las aberturas de su anatomía destinadas a otros fines - , me suelta en muy pedante, yo creo, no sé por qué me da, que con la clara y evidente intención de mofarse de mí.
Permanecí un buen rato sin reaccionar, como abstraído, contemplando MI filete como si quisiera, en efecto, comérmelo con la vista a ver qué resultado obtenía, y como ocurre casi siempre que me quedo a solas – o en compañía de MI filete en este caso, que viene a ser lo mismo – comencé a divagar y divagar.
La primera sensación que uno percibe es la del movimiento del párpado que, de manera incontrolada e involuntaria, reacciona tratando de cerrarse ante la presencia de un cuerpo extraño, aún antes de que se produzca el contacto entre la rígida ternera y la delicada y sensible pupila, y no te digo ya cuando éste, el contacto, se consuma. Con la glándula lagrimal segregando a pleno pulmón, la carne y el nervio, distribuidos a partes iguales en el filete, consiguen introducirse en el globo ocular. Y una vez allí, entre buenos humores que nada tienen que ver con la disposición de ánimo del comensal, sino más bien con líquidos vítreos y acuosos que protegen córnea y cristalino, el pedazo de carne alcanza finalmente el nervio óptico, capaz de convertir no sólo la luz, sino también todo filete que se precie – pese a que éste en concreto mucho no es que se precie - en meros impulsos nerviosos que recorren las neuronas camino del lóbulo occipital del cráneo de cada cual. Ya el último trago consiste en dejarse caer por el córtex visual o zona del cerebro que procesa la información que tiene que ver con aquél de los sentidos corporales que nos permite ir por la vida sin tropezar con los continuos obstáculos que ésta nos va deparando, esto es, la vista.
En estas divagaciones me encontraba cuando el simpático camarero me sacó del trance con un leve golpecito en el hombro.
- Qué, ¿al final no se va a comer el señor ese pedazo de filete?
- Pues mire, no. Mejor tráigame ya el postre directamente.
Tras pensármelo durante unos segundos con cara de bobo mientras contemplaba el plato recién servido, opté finalmente por requerir la presencia del camarero, y eso que soy, por naturaleza, pudoroso enemigo de reclamaciones.
- Camarero, por favor, ¿sería posible que me cambiaran el segundo?
- ¿Le ocurre algo a SU filete, señor?
Aquel tipo pronunció el SU subrayado de tal manera, o al menos así a mí me lo pareció, que ya di por descontado que mi petición iba a caer directamente en saco roto. Aún así, eché el resto en un último intento.
- Es que no me ha entrado por el ojo – me atreví a soltarle al descarado camarero, aludiendo así al melancólico aspecto de “suela de zapato” que presentaba aquella triste lonja de carne de oscura y chamuscada presencia.
- No se trata de que le entre a usted por el ojo, señor, sino de que su sabor le resulte lo suficientemente satisfactorio.
- Ya, pero....
- Ahora, si o que busca es experimentar nuevas sensaciones, allá usted con lo que se introduce por cualesquiera de las aberturas de su anatomía destinadas a otros fines - , me suelta en muy pedante, yo creo, no sé por qué me da, que con la clara y evidente intención de mofarse de mí.
Permanecí un buen rato sin reaccionar, como abstraído, contemplando MI filete como si quisiera, en efecto, comérmelo con la vista a ver qué resultado obtenía, y como ocurre casi siempre que me quedo a solas – o en compañía de MI filete en este caso, que viene a ser lo mismo – comencé a divagar y divagar.
La primera sensación que uno percibe es la del movimiento del párpado que, de manera incontrolada e involuntaria, reacciona tratando de cerrarse ante la presencia de un cuerpo extraño, aún antes de que se produzca el contacto entre la rígida ternera y la delicada y sensible pupila, y no te digo ya cuando éste, el contacto, se consuma. Con la glándula lagrimal segregando a pleno pulmón, la carne y el nervio, distribuidos a partes iguales en el filete, consiguen introducirse en el globo ocular. Y una vez allí, entre buenos humores que nada tienen que ver con la disposición de ánimo del comensal, sino más bien con líquidos vítreos y acuosos que protegen córnea y cristalino, el pedazo de carne alcanza finalmente el nervio óptico, capaz de convertir no sólo la luz, sino también todo filete que se precie – pese a que éste en concreto mucho no es que se precie - en meros impulsos nerviosos que recorren las neuronas camino del lóbulo occipital del cráneo de cada cual. Ya el último trago consiste en dejarse caer por el córtex visual o zona del cerebro que procesa la información que tiene que ver con aquél de los sentidos corporales que nos permite ir por la vida sin tropezar con los continuos obstáculos que ésta nos va deparando, esto es, la vista.
En estas divagaciones me encontraba cuando el simpático camarero me sacó del trance con un leve golpecito en el hombro.
- Qué, ¿al final no se va a comer el señor ese pedazo de filete?
- Pues mire, no. Mejor tráigame ya el postre directamente.
Eché una ojeada – esta vez en el sentido más realista de la expresión – al menú para ver las opciones posibles, y pese a que en otras circunstancias hubiese sido sin duda mi primera opción, descarté en esta ocasión la naranja así como cualquier variedad de mandarina o clementina como postre, pensando que, en el caso de que se volviera a repetir la ensoñación, aquello me iba a acabar escociendo más de la cuenta.
Y más incluso que la cuenta.
16 comentarios:
¡Qué lástima de menú!
:(
Oye, la próxima vez te vienes a casa. Hoy nos hemos zampado una ensalada tibia con gambitas al ajillo de primero, una megarrodaja de marrajo a la plancha de segundo. Y de postre: fruta a elegir + castañas asadas. Para rematar: poleo menta y chocolate negro.
:D
Ya lo sabes. Tú dame un toque y te pongo el plato en la mesa.
:)
Ah, y a ese restaurante no vuelvas más, eh.
Besitos bañados en chocolate (para animarte)
el camarero pedante habla un poco como tú en otras entradas, jajaja
no, en serio, mola la historia, pensaba que al llegar el camarero no iba a estar el filete en el plato pero, menos mal, estaba!
y una naranja no sé, mejor natillas sin duda - pa el ojo digo
Irre: que hambre que me está entrando.
¿Y el poleo menta y chocolate negro no escocerá también al metérmelo por el ojo? Por no hablar de las castañas asadas. Ah, y las gambitas casi mejor sin el ajillo, por si acaso.
Géminis: es que resulta ser un camarero estilográfico, el tío pedante.
Las natillas si son danone no escuecen, no.
Si quieres, hacemos como en el juego de la gallinita ciega. Te vendo los ojos con la servilleta y te voy dando a probar el menú.
¿qué te parece?
:)
A mi me dice el camarero eso y le salto, metetelo por el orto :)
Es que hace bien poco me dijeron que era el orto y chico, qué sorpresa :)
Besicos
Los restaurantes de menú deberían de estar prohibidos. Al menos los de menú de bajo presupuesto. ¿La OMS ya se ha pronunciado?
No sé si es peor el filete con nervio o el pescado con espinas. Menuda duda...
Siempre he pensado que la cuenta más barata puede ser las más cara y viceversa. Todo depende de tantas cosas! Pero bueno, gratis ya no hay nada, barato algo ...
salud
ps. odio a los rusos !!!
Irre: pa qué me vas a vender los ojos, si ya tengo como mínimo dos. Vaaale, ya lo sé, es muy viejo el chiste.
Belén: del griego "ortho", que significa lo contrario de lo torcido.
Iván: pues para que te entre por el ojo, casi mejor que el filete.
Wilde: ¿a los filetes rusos?
Ay, ay , ay.... qué repelússssssssssssssssssssssssss
sssssssssssssssssssssssssssssssss!!!
Wen: ¿la elongación o alargamiento por tu parte del sonido correspondiente al fonema “s” se debe en concreto al filete, a la naranja, a la mandarina o, finalmente, a la dichosa clementina?
:P
tonto
Hago un llamamiento a todo el que tenga o trabaje en un restaurante:
¡POR FAVOR, CUIDEN EL PELAJE DE LOS FILETES QUE NOS VAMOS A QUEDAR CIEGOS!
jeje
Saludos
Irre: siéntolo, siéntolo.
Miguel: gracias, pero en mi caso al menos, demasiado tarde.
"El ojo que ves no es ojo porque lo veas es ojo porque te ve". Machado.
Iba a contestar tu post, pero has de comprender, amigo Esti, que ante un menú como el de Irre, sólo puedo acertar a decir: Ummmmmmmmmmmmm...
Ya me lo decía mi madre: Marianito que sólo comes con la vista.
¿O era tu madre la que te lo decía a ti?
¿O tu madre a mí? ¿O la mía a ti?
Perdón, es que he cenado empanada y como me la he cenado por los ojos me ha llegado al cerebro por el cortex visual y ahora tengo una empanada mental...
Besitos/azos.
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